Un estilo de vida saludable puede ayudar a prevenir la depresión

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El número de personas que sufre depresión en España y en el resto de los países occidentales se ha multiplicado por siete en la última década hasta convertirse en una verdadera epidemia que, por cierto, ya también es común entre los jóvenes. Detrás de ella está, sin duda alguna, una combinación de hábitos tóxicos que aumentan el riesgo de caer en un estado depresivo. Por otro lado, la mera adopción de unos hábitos saludables, que nos pueden conducir a una mejora de la calidad de vida y a una óptima salud mental, alejan el fantasma de la depresión.

Una nueva investigación publicada en la revista médica Nature Mental Health trata de explicar por qué un estilo de vida saludable, que implique, por ejemplo, un consumo moderado de alcohol, una dieta equilibrada, una actividad física regular, un sueño reparador y una conexión social frecuente, nos puede proteger de caer en las garras de una enfermedad mental que sume a los afectados en una tristeza persistente. Una melancolía patológica que, como apunta la Organización Panamericana de la Salud, interfiere con la actividad diaria, con la capacidad para trabajar, dormir, estudiar, comer y, en definitiva, disfrutar de la vida.

Para descubrir cuál es el nexo subyacente entre el estilo de vida y los estados depresivos, un equipo internacional de investigadores, que incluye a expertos de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y la Universidad Fudan (China), ha analizado una combinación de posibles sospechosos. Entre ellos cabe citar el estilo de vida, los genes, los sistemas inmunológico y metabólico y ciertas estructuras del cerebro.

280 millones de personas sufren depresión en el mundo

No hay que olvidar que la depresión es el resultado de interacciones complejas entre factores sociales, psicológicos y biológicos. Se trata de una enfermedad que puede afectar a cualquiera y en cualquier momento de la vida, y que puede llegar sin previo aviso o causa aparente.

A escala mundial, aproximadamente 280 millones de personas sufren depresión, según la Organización Mundial de la Salud. En promedio, una de cada cinco mujeres y uno de cada diez hombres sufrirá al menos un episodio depresivo a lo largo de su vida; y este trastorno, junto a la ansiedad y los desórdenes del comportamiento, se encuentran a fecha de hoy entre las principales causas entre los adolescentes de enfermedad, discapacidad y muerte (la depresión está detrás de muchos suicidios).

Para comprender mejor la relación entre los hábitos de vida y la depresión, los responsables del nuevo estudio recurrieron al Biobanco del Reino Unido, una gigantesca base de datos biomédicos que supone una potente herramienta para los investigadores, ya que guarda información genética, de estilo de vida y de salud, de manera anónima, de los participantes.

Al examinar a lo largo de nueve años los datos de casi 290.000 personas, de las cuales 13.000 estaban diagnosticadas con depresión, los investigadores pudieron identificar siete factores relacionados con el estilo de vida saludable que amortiguaban el riesgo de caer en una depresión: el consumo moderado de alcohol, la dieta saludable, la actividad física regular, el sueño de calidad, la ausencia de tabaquismo, un comportamiento sedentario de bajo a moderado y una conexión social frecuente.

Poco alcohol y nada de tabaco.

De esta lista de buenas prácticas, la que marcó la diferencia fue el hecho de dormir bien por la noche (entre siete y nueve horas), ya que parecía reducir hasta en un 22 % el riesgo de sufrir depresión, incluidos los episodios depresivos únicos y la depresión resistente al tratamiento.

Por su parte, la evitación del aislamiento social y la soledad involuntaria actúa también como escudo protector frente a la melancolía: la vida social activa, que en general redujo en un 18 % el riesgo de caer en una depresión, fue la que más protegió contra el trastorno depresivo recurrente, aquel que se caracteriza por repetidos episodios en los que, durante un mínimo de dos semanas, el paciente siente cómo se le hunde el ánimo, cómo pierde el interés por las cosas y la capacidad de disfrutar y cómo se vacía de energía.

¿Y qué decir del resto de factores? En el artículo publicado en Nature Mental Health, podemos leer que el consumo moderado de alcohol disminuyó el riesgo de depresión en un 11 %; seguir una dieta saludable, en un 6 %; la actividad física regular, en un 14 %; no probar el tabaco, en un 20 % y el comportamiento sedentario bajo o moderado, en un 13 %.

El peso de los genes y del entorno.

Para avanzar en la investigación, los científicos repartieron a los 290.000 participantes en tres grupos, según el número de factores de estilo de vida saludable que seguían: los de estilo de vida desfavorable, los intermedios y los de estilo de vida favorable. De este modo, pudieron comprobar que los individuos del grupo intermedio tenían un 41 % menos de probabilidades de desarrollar depresión que aquellos con un estilo de vida desfavorable, mientras que entre los integrantes del grupo de estilo de vida favorable el porcentaje ascendía hasta el 57 %.

El paso siguiente fue ahondar en el factor genético. Conviene recordar que existen numerosos estudios que corroboran que en el origen tanto de los trastornos de ansiedad como depresivos están implicados los genes, aunque la predisposición genética a sufrirlos no comporta que se desarrolle necesariamente la enfermedad. El equipo de investigación examinó el ADN de los participantes y asignó a cada uno una puntuación de riesgo genético. La nota se basó en la cantidad de variantes genéticas que porta un individuo y que tienen un vínculo conocido con el riesgo de depresión.

El resultado de las pruebas genéticas es revelador: las personas que obtuvieron la puntuación más baja mostraban un 25 % menos de probabilidades de desarrollar depresión en comparación con aquellas con la puntuación más alta.

Esto viene a corroborar la tesis de que los genes tienen un impacto menor que el estilo de vida en la génesis de este trastorno emocional. En efecto, los investigadores descubrieron que las conductas saludables tienen un efecto positivo tanto en las personas con riesgo genético alto y medio como en las de bajo riesgo. El estudio subraya la importancia de llevar un estilo de vida saludable para prevenir la depresión, independientemente del riesgo genético del individuo.

«Aunque nuestro ADN —la baza genética que nos ha tocado— puede aumentar el riesgo de padecer una depresión, hemos demostrado que un estilo de vida saludable es potencialmente más importante», dice Barbara Sahakian, del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Cambridge. Y añade: «Algunos de estos factores relacionados con el estilo de vida son cosas sobre las que tenemos cierto control, por lo que tratar de encontrar formas de mejorarlos, como asegurándonos de dormir bien por la noche y salir a ver a los amigos, podría marcar una diferencia real en nuestra vida».

Más neuronas y menos depresión

No contentos con estas evidencias, Sahakian y sus colegas querían profundizar aún más en cómo los estilos de vida saludables tenían un impacto en la salud mental. En primer lugar, examinaron las resonancias magnéticas de los cerebros de unos 33.000 participantes y se encontraron con algo muy curioso. Las personas adscritas a una vida saludable mostraban un mayor volumen, esto es, más cantidad de neuronas y conexiones, en una serie de regiones encefálicas, en concreto, el pallidum, el tálamo, la amígdala y el hipocampo.

A continuación, el equipo de investigación buscó marcadores en la sangre que indicaran problemas con el sistema inmunológico o el metabolismo, o sea, cómo procesamos los alimentos y producimos energía. Entre los marcadores que se encontraron relacionados con el estilo de vida se hallan la proteína C reactiva, una molécula producida en el cuerpo en respuesta al estrés, y los triglicéridos, una de las principales formas de grasa que el cuerpo utiliza para almacenar energía.

Estos vínculos están respaldados por una serie de estudios previos. Por poner un ejemplo, la exposición al estrés en la vida cotidiana puede afectar a nuestra capacidad para regular el azúcar en la sangre, lo que conduciría a un deterioro de la función inmune y aceleraría el daño de las células y moléculas del organismo relacionado con la senectud. Por su parte, el sedentarismo y el insomnio son capaces por sí solos de menoscabar la capacidad del cuerpo para responder a situaciones estresantes.

Para finalizar, numerosos trabajos apuntan a que la soledad y la falta de apoyo social aumentan el riesgo de infección y disparan los marcadores biológicos que nos advierten de que nuestras defensas están bajas. «Estamos acostumbrados a pensar que un estilo de vida saludable es importante para nuestra salud física, pero es igualmente importante para la salud mental. [Los hábitos saludables] son buenos para la salud cerebral y la cognición, pero también lo son de manera indirecta al promover un sistema inmunológico más robusto y un mejor metabolismo», concluye Sahakian.

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