Una evasión exclusiva por la India a través de geografías y estaciones, una aventura visual en la que la fotógrafa Tania Abitbol muestra su singular cartografía de rincones y miradas, iluminados con el brillo que solo pueden encontrarse en este lugar tan mágico del planeta.
Sostiene Chantal Maillard que en India el arte habita en la contemplación, entendida como la actitud que trasciende el yo, una desaparición de lo personal que nos libera del deseo para que la fuerza de la mirada descanse en el ritmo interior del objeto. El sacrificio como vehículo para la reflexión, y la reflexión como preludio de la serenidad.
El relato de Tania Abitbol nos habla desde la indagación al hallazgo: las ciudades alborotadas, los anhelos del sur, la esperanza escondida en las ventanillas de los trenes, los pájaros que casi acarician los templos en su vuelo, el cromatismo desordenado e infinito de los festivales, las luces tardías del desierto, la abrupta e hipnótica belleza de los muros pintados del norte o la tranquila presencia de Buda en cada rito.
India es el nuevo trabajo de Tania Abitbol, tras Birmania e Himalaya, publicados también en Lunwerg. Más que un libro, India es una lección interminable, un paseo único y bellísimo a través de geografías y estaciones, de manos de una artista que conmueve porque sabe olvidar su presencia para integrarse como parte del relato, configurando así una ofrenda, su particular cartografía de rincones y ojos, iluminados con ese brillo templado como no sucede en los rostros de ningún otro lugar del planeta.
Hay tantas Indias tan diferentes. La ilusión de la autora durante todo el proceso creativo de esta historia ilustrada ha sido la de ser capaz de acercar al lector a muchas de ellas; no a todas, porque se necesitaría una vida entera para poder abarcar la infinidad de matices que definen la idiosincrasia de este fascinante coloso asiático.
Dicen que la India no tiene término medio: o la odias o la amas profundamente. En su caso, por suerte, sucedió lo segundo; Tania está completamente enamorada de esta nación y de sus gentes. Es difícil describir el tremendo impacto que reciben los cinco sentidos la primera vez que la visitas. Olores, sabores, ruidos, copiosas multitudes, animales, vehículos… todo ello latiendo fuerte al mismo compás bajo un sonido incesante de bocinas, porque sí, pitan hasta al mismo aire.
Es cierto que se ven escenas terribles, muy duras; las peores: las de los niños huérfanos o los que son utilizados por hombres desalmados para su propio beneficio, viviendo los horrores de las calles día tras día. Y también lo es el hecho de que algunas de las creencias arraigadas al pasado durante siglos, como el sistema de castas o los matrimonios concertados, así como la complicada situación en la que se encuentran millones de mujeres, son difíciles de asimilar y de aceptar en pleno siglo XXI; pero una vez más, y en absoluto con la intención de querer ignorar estas crudas realidades, la autora ha tratado de centrarse en la cara bonita y amable… porque la hay, y en grandes dosis.
A Tania le resulta sorprendente y admirable la capacidad de adaptación de una sociedad de casi 1.500 millones de habitantes, su aceptación, su facilidad para convivir dentro de este continuo caos con una calma que en muy pocos otros lugares, por no decir en ninguno, ha podido presenciar; aquí cada cual tiene asumido su lugar, su reducido espacio, y respeta el de los demás. Y es que estamos hablando de la mayor democracia del mundo entero. Asimismo, cualquier religión es aceptada: hinduistas, sijes, budistas, musulmanes… todos compartiendo espacio en paz y en armonía; y la espiritualidad es tan especial, tan auténtica, tan tranquila e introspectiva.
«Es más que probable que regrese una y otra vez a esta singular parte del mundo que tanto me fascina y que tanto me ha dado. Por ahora, me alegra sobremanera haber tenido la oportunidad de poder hacer un pequeño homenaje a sus gentes trabajadoras, nobles, alegres y tremendamente acogedoras. Espero de todo corazón haber sido capaz de reflejar y transmitir toda su esencia a través de esta nueva colección de imágenes».
La ciudad
El impacto con el que te reciben algunas de las puertas de entrada a la India, como Delhi o Bombay, es total y absolutamente abrumador. La enorme cantidad de personas esperando a la salida del aeropuerto, el tráfico casi siempre colapsado durante el largo trayecto al hotel, los bocinazos que jamás cesan, las calles abarrotadas de gente, coches y rickshaws, el humo y el olor de los puestos de comida, el calor en ocasiones asfixiante… definitivamente, no es fácil aterrizar en este país; pero una y otra vez cuento los días que faltan para volver a visitarlo.
Y es que más allá del caos que golpea con fuerza los sentidos en un primer instante, si se anda sin miedo hacia el corazón más profundo de estas gigantescas urbes, se pueden encontrar personajes, momentos y pequeños rincones llenos de encanto. En cualquier esquina se puede sentir bien de cerca el latir de las gentes, y es justamente allí donde yo me encuentro más feliz en compañía de mis cámaras.
El sur
Una vez superada la primera impresión, y ya fuera de la gran ciudad, se puede disfrutar de una India muy diferente, una India mucho más amable y relajada. Como pasa en casi todas las regiones del mundo, el sur del país te recibe con alegría y con poco espacio para las prisas o las aglomeraciones.
Kerala, por ejemplo, con su inmensa red de lagos y canales donde los lugareños realizan los quehaceres diarios, sus interminables playas de arena fina llenas de familias disfrutando con entusiasmo de los momentos de ocio, o sus pintorescas callejuelas de la antigua ciudad de Cochin, es un buen punto de partida para acercarse a las costumbres de este inmenso crisol de culturas.
El aire tropical, la luz dorada al atardecer, los saris de mil colores, los concurridos mercadillos, las plácidas aguas de los backwaters…y lo más importante, una sociedad cálida y acogedora que a pesar de las adversidades que rodean sus mundos sabe sonreírle a la vida, hacen de este un lugar lleno de encanto.
Los trenes
Existen varias posibilidades para viajar a través de la India. El coche o el autobús son una buena opción, aunque algo lenta, para tener la oportunidad de sumergirse en el modo de vida de las zonas rurales o para disfrutar de los hermosos paisajes; y también existe una amplia red de vuelos que cubre sobradamente los trayectos más largos.
Pero si se quiere sentir de primera mano el bullicio que marca tan claramente la singularidad de este territorio, hay que subirse a un tren. Es cierto que en las estaciones parece no haber ni orden ni sentido, que la mayoría de las veces hay retrasos en los horarios, que en ocasiones el calor es difícil de soportar, que los andenes y los vagones están casi siempre abarrotados de personas con sus equipajes.
Pero esto es la India en estado puro, la que a mí tanto me impresiona, la India en la que se sabe convivir con dignidad y consideración sin importar lo difícil y compleja que pueda resultar la situación; tal y como ocurre en tantos otros lugares del país, la vida alrededor de este medio de locomoción fluye rápido, sin descanso ni treguas, pero con muy poca crispación.
Los templos en la India
En medio del caos que marca el día a día de la gran mayoría de las ciudades, existen infinidad de magníficos templos y de lagos sagrados que nada tienen que ver con el ruido y la suciedad que tan notoriamente caracterizan la India.
En estos espacios, por el contrario, ni siquiera se puede entrar con calzado, y todo está absolutamente impoluto. Aquí reinan la paz y el silencio, y se pueden contemplar escenas preciosas de gentes de cualquier religión o clase social rezando con devoción o bañándose tranquilamente en sus mansas aguas.
Es terrible el hecho de que la sociedad siga tan estratificada debido al sistema de castas, sin duda alguna, pero en este país también se dan situaciones de compasión y de enorme generosidad, como en el caso del Templo Dorado de Amritsar, donde la comunidad de sijes que, por cierto, fueron los primeros en rechazar dicho sistema, cada día da cobijo y alimento completamente gratis a miles de peregrinos y personas necesitadas; cualquiera que acuda a este hermoso recinto pidiendo ayuda será bienvenido y atendido con benevolencia.
El desierto
Sobre las arenas cálidas del desierto de Thar tiene lugar uno de los eventos más exóticos de la India. Se trata de la feria de camellos de Pushkar, una encantadora ciudad sagrada situada en el estado de Rajasthan.
Cada año, en el mes de noviembre, cientos de peregrinos, mercaderes, pastores y animales realizan una larga travesía a pie, y en muy pocas horas forman una de las concentraciones para la compraventa de ganado más sorprendente del mundo.
Durante varios días, miles de camellos ataviados con sus mejores galas esperan junto a sus dueños de aspecto noble y regio el momento de la transacción. Y mientras tanto, un sinfín de actividades suceden a su alrededor: tenderos vendiendo artesanía, cocineros preparando deliciosos platos típicos de la zona, músicos y bailarinas animando el ambiente, peregrinos rezando en el lago sagrado, pastores realizando divertidas competiciones con sus animales.
En un abrir y cerrar de ojos esta pequeña y tranquila localidad de poco más de quince mil habitantes se transforma en un espacio bullicioso lleno de vida y de color, y el número de personas puede llegar a ascender hasta cuatrocientas mil; una vez más, la India en estado puro.
El norte de la India
El abanico de tonalidades intensas y vibrantes que se puede ver a lo largo y ancho de la India es inmenso.
Son muchísimos los elementos que marcan la particularidad de esta nación, pero uno de los más evidentes, sin lugar a dudas, es el color; está por todas partes, manifestándose de mil formas diferentes: en los hermosos saris que llevan con elegancia las mujeres, en los turbantes que cubren la cabeza de los hombres, en las barcas de los pescadores, en los tenderetes, frutas y verduras de los pintorescos mercados, en las deliciosas y variadas especias, en los autobuses decorados casi siempre con multitud de abalorios… millones de coloridas pinceladas impregnan cada rincón del país.
Y esto es algo que se hace más que evidente en las poblaciones del estado norteño de Rajasthan; tanto es así, que cada una de ellas es conocida por su color: Jaipur es la ciudad roja, Jodhpur es la azul, Jaisalmer la dorada… el corazón de estas grandes urbes se tiñe de un determinado tono que parece cubrir por completo fachadas, puertas y ventanas de hogares y comercios.
Buda
Al norte del país, en pleno corazón del Himalaya, se encuentra una de las regiones más hermosas y sorprendentes del subcontinente indio: Ladakh, también conocida como el pequeño Tíbet debido a su aspecto geográfico y a la evidente influencia cultural del vecino reino budista.
Llevaba años queriendo visitar este remoto e inusual territorio, en parte para conocer más de cerca el carácter de una sociedad que nada parece tener que ver con la del resto de la nación, y también para disfrutar una vez más del misticismo que envuelve el día a día en la vida monástica de los monjes budistas; pero sobre todo, me ilusionaba sobremanera tener la oportunidad de poder deleitarme con sus panoramas de montañas majestuosas y cielos cristalinos.
Resulta difícil poder expresar con palabras, o incluso con imágenes, la grandiosidad y la singular belleza de estos paisajes prístinos de aire puro salpicados de pequeñas aldeas, arboledas, ríos y monasterios. Espacios inmensos y sobrecogedores donde el silencio en ocasiones se torna ensordecedor, pintados por una paleta de colores que, a diferencia del resto del país, se reduce a los ocres, rojos, verdes y azules… espacios áridos y solitarios que, aunque resulte difícil de creer, forman parte de la India.
Varanasi
Los contrastes tan característicos de la India se hacen tremendamente evidentes cuando se pasea por una de las ciudades más impactantes del país; no se debería regresar a casa sin haber visitado Varanasi.
Un laberinto de callejuelas estrechas y empinadas, y de calles destartaladas sin aceras, en las que transeúntes, vacas, rickshaws y vehículos de todo tipo comparten un muy reducido espacio, dan paso, en tan solo unos pocos peldaños, al sublime escenario que conforman los Ghats y la vida que sucede pausadamente en torno a ellos y a las orillas del gran río sagrado que los baña.
Vivir esos primeros instantes del día en los que el sol va saliendo tímidamente en este hermoso lugar fue una de las experiencias más bonitas de mi vida: la niebla que a menudo lo envuelve todo en un sutil manto de misterio, los antiguos y hermosos edificios que protegen las escalinatas, las barcas meciéndose sigilosamente sobre las mansas aguas del Ganges, los peregrinos rezando con una serenidad que emociona… cada rincón se impregna por completo de un misticismo que cala muy hondo en el corazón.
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