La vida mentirosa de los adultos, el Nápoles menos fotogénico de Ferrante convierte la búsqueda de la verdad y de una identidad en su verdadero hilo conductor
Por alguna razón se le llama «fiebre Ferrante»: ese frenesí por todo lo que escribe Elena Ferrante es contagioso, no solo entre los lectores, sino también entre los medios de comunicación. Y así, la fiebre Ferrante también se extiende a la televisión y a las plataformas, en esta ocasión llegando a Netflix. La Vita Bugiarda degli Adulti (La vida mentirosa de los adultos), es la adaptación de la última novela (publicada en 2019) de la autora responsable de la saga de L’Amica Geniale. Y si extrañas a Elena y Lila, volver a un nostálgico y melancólico Nápoles y regresar nuevamente a los personajes que Ferrante describe con vívida precisión será un verdadero placer (uno más, sí…).
Mientras nos preparamos para ver esta nueva serie, la pregunta que todos nos hacemos es «¿Pero será como L’Amica Geniale?». La respuesta es sí y no. Ferrante es una de esas autoras cuya creatividad parece no tener límites, capaz de tejer historia tras historia y, especialmente, entre los mejores libros como en las mejores series.
La vida mentirosa de los adultos es, como no podía ser de otra manera, un relato diferente de una escritora que siente ciertos temas y lugares muy cercanos a su corazón.
Empecemos precisamente por los lugares: Nápoles vuelve a ser protagonista prepotente en esta serie. Ya no el Rione, sino el Vomero, la zona acomodada de la ciudad que acoge las vidas de la protagonista Giovanna (Giordana Marengo) y su familia, aquella en la que casi se entra en otra dimensión napolitana.
Pero esto es sólo el punto de partida: el viaje de la serie pronto nos lleva a un Nápoles que podríamos llamar subterráneo, pero que no lo es en absoluto. Donde vive la tía Vittoria (Valeria Golino), la pobreza no significa suciedad ni vergüenza, no hay nada que ocultar. Es más bien un Nápoles hambriento de vida, de curiosidad, que paga el precio de no querer entregarse al conformismo en el que en cambio se entrega el Vomero. Un choque entre dos caras de la misma moneda que no genera conflicto, sino la belleza de la vida. Y es la misma belleza la que generará otro encuentro, el de Giovanna y Vittoria.
GIOVANNA Y VITTORIA
La seriegira -al igual que la novela en la que se basa- en torno a la relación de amor/odio entre la joven Giovanna y su tía Vittoria (una Valeria Golino que se entrega en cuerpo y alma a este personaje nada fácil).
Entre sobrina y tía no hay una relación dictada por los lazos familiares: Giovanna no recuerda cómo es Vittoria, su familia cortó los lazos con ella cuando era niña. Vittoria, en cambio, la recuerda perfectamente, y cuando se encuentra cara a cara delante de su (ahora adolescente) sobrina, es como si supiera que ese encuentro estaba destinado a ocurrir en ese preciso momento.
En La vida mentirosa de los adultos nos volvemos a encontrar con otra peculiaridad de los personajes de Ferrante, aquella por la que su crecimiento está inevitablemente ligado a la comparación con otros personajes. Ya sea por envidia, rebeldía o admiración, todos los personajes nacidos de su pluma no escapan a este tipo de regla, fruto, por otra parte, de su habilidad -ya mencionada- para crear tramas profundas y nunca banales.
Evidentemente, al principio de la serie, es Giovanna quien tiene que seguir más de cerca las «idas de olla» de Vittoria. Pero ésta, al contar a su sobrina la historia de su pasado, de su amor con Enzo que ya no está con ella, y de su reclusión autoimpuesta, revela una necesidad de crecer que es la misma que busca su sobrina.
Giovanna y Vittoria se convierten en el motor de una historia de madurez que va en dos direcciones: por un lado, una adolescente que busca su lugar en el mundo y, por otro, una mujer que nunca quiso ese lugar en el mundo pero que, ahora, ante el avance del futuro, también repudia ese crecimiento inherente a la naturaleza de todo ser humano.
Pero al final, La vida mentirosa de los adultos aborda el tema del crecimiento sin hacer distinciones entre los personajes: grandes o pequeños, todos se enfrentan a la necesidad de crecer, aprender, equivocarse y volver a intentarlo. Conscientes de que sus errores seguirán siendo pasos adelante.
EL BRAZALETE DE LA VERDAD
Y luego está el tema de la verdad: parecería paradójico en una serie en la que el propio título hace referencia a la mentira. Pero las mentiras, lo sabemos, a fuerza de ser dichas pueden convertirse en verdades, o ser creídas como verdades, y estas mentiras inventadas pueden convertirse en la base de las relaciones, ya sea en el seno de una familia o de una sociedad.
Giovanna se encuentra en medio de muchas mentiras. Empezando por la que abre la serie (su padre diciéndole en secreto a su madre que «está haciendo un monstruo de sí misma, como Vittoria») y que marca el punto de ruptura entre una infancia vivida en mentiras cándidas y una adolescencia en la que esas mismas mentiras se convierten en pegatinas amargas adheridas a la realidad que hay que eliminar a toda costa.
La vida mentirosa de los adultos habla de la verdad a través de las (bellas) palabras que componen los diálogos, pero también a través de los objetos, aquellos que según Giovanna son irreprochables pero que en última instancia se convierten en simulacros de verdades no dichas.
Nos referimos, por supuesto, a ese brazalete que se nos muestra hundiéndose en el agua en los primeros segundos de la serie, con Giovanna zambulléndose para recuperarlo pero luego dejando que se hunda (una escena que parece un flash-forward pero que no encontramos en el resto de episodios: ¿será esto una pista de una posible secuela?).
A ese brazalete, tanto Vittoria como su hermano Andrea (Alessandro Preziosi) y la propia Giovanna le han atribuido diversos significados y verdades. Del afecto al rechazo, de la pasión a la traición, lo que antes era un regalo se convirtió en un testigo que pasaba de mano en mano en una carrera sin meta.
Según la situación, la pulsera -regalo de Vittoria a Giovanna cuando acababa de nacer- se exhibe, se esconde, se pierde, se ama y se odia. ¿No podríamos decir que hacemos lo mismo con la verdad? Porque, al fin y al cabo, todos tenemos una verdad que exhibir, otra que ocultar, otra de la que estamos enamorados y otra que no soportamos. Y dejar caer ese brazalete al abismo, renunciando a agarrarlo, es quizá el verdadero final de la serie, aunque ya estuviera puesto al principio.
UN REPROCHE A ANGELIS
Pensándolo bien, el enfoque que el director Edoardo De Angelis da a la serie está precisamente diseñado para «poner patas arriba» una serie que -como en su historia- repudia la linealidad y las convenciones. De Angelis, además de mostrarnos una Nápoles menos de postal y regalarnos mal tiempo, lluvia y charcos, también trastoca ciertas visiones de los propios personajes, que también se ven cuestionados por lo que ven.
Imágenes que se despliegan en sentido inverso, música diegética que se convierte en silencios ensordecedores justo cuando esperaríamos lo contrario, una cámara que no teme seguir a los personajes, a menudo moviéndose con ellos. El director es consciente de que tiene que conseguir que la serie moleste hasta el punto justo, que no resulte desagradable de ver, pero que sea capaz de mantener siempre la atención visualmente alta.
El objetivo de crear un «Underworld» de Nápoles va bien con el proyecto en sí que pretende Netflix, al que, sin embargo, hay que reprochar un exceso de escenas «vacías», estiradas mucho más allá de lo necesario, casi como queriendo alcanzar una determinada duración por episodio.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: