Los rostros de las personas evolucionan con el tiempo para asemejarse a sus nombres, afirma un nuevo estudio israelí.
Quienes escriben novelas, guiones de cine u obras de teatro suelen dedicar un tiempo a elegir los nombres de los personajes, ya que la forma de llamarlos puede influir en cómo los lectores los perciben y se conectan con ellos. Los autores seleccionan nombres que evocan ciertas imágenes, reflejan determinadas personalidades y roles o generan asociaciones concretas en la mente del público o del lector.
Ahora, en la vida real, un nuevo estudio publicado en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) asegura que el rostro humano tiende a evolucionar para adaptarse al nombre. En efecto, por increíble que pueda parecernos, el nombre de una persona puede influir en su aspecto facial a lo largo del tiempo.
Para este nuevo trabajo, Ruth Mayo y Noa Grobgeld, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, junto con Yonat Zwebner, Moses Miller y Jacob Goldenberg, de la Facultad de Negocios Arison, en la Universidad Reichman, en Israel, se propusieron determinar si los padres eligen el nombre de sus bebés basándose en su apariencia facial o si, por el contrario, con el tiempo, el rostro del individuo se adapta para coincidir con el nombre que le fue asignado al nacer.
La elección del nombre de un bebé puede ser una fuente de dudas para los padres
Sin duda alguna, la elección del nombre de un bebé es un proceso emocionante que, ante las dudas, puede convertirse en un auténtico quebradero de cabeza para los progenitores. Antes de tomar una decisión, normalmente los padres barajan diferentes opciones, estas se consultan con familiares y amigos, y se reflexiona profundamente antes de acudir al Registro Civil.
No es de extrañar, ya que todos sabemos que ese nombre que nos acompañará toda la vida constituye una parte fundamental de nuestra identidad. De hecho, es una de las primeras palabras que aprenderá el bebé a reconocer y con la que el individuo se identificará durante toda su vida.
Los nombres influyen en la primera impresión que la gente se hace de una persona; pueden evocar ciertas asociaciones, percepciones y expectativas que afectan a cómo se percibe y se trata a una persona en diversas situaciones. Es más, algunos estudios sugieren que los nombres pueden influir en la autoestima y en la percepción de uno mismo.
Nuestro nombre puede afectar a nuestra personalidad
Un nombre que es motivo de orgullo puede reforzar la imagen positiva que tiene la persona de sí misma, mientras que un nombre que es motivo de burla puede tener un impacto negativo. A veces, no somos plenamente conscientes de cómo nuestro nombre puede afectar a la personalidad.
Al hacer tal afirmación, no estamos hablando de un fenómeno esotérico o cabalístico, sino de una hipótesis respaldada por cierta evidencia científica.
Así es. Algunas investigaciones sugieren que los nombres pueden influir en las expectativas que otros tienen sobre una persona, lo que a su vez afectaría a cómo esa persona se comporta. Esto se conoce como el efecto Pigmalión o profecía autocumplida. Si un nombre es asociado con ciertas características culturales o sociales, las personas con ese nombre pueden ser tratadas de manera que promueva esos comportamientos.
Por ejemplo, un estudio alemán de 2011 sobre perfiles de citas descubrió que las personas con nombres que no estaban de moda, como Kevin, tenían menos probabilidades de coincidir con una pareja potencial que las personas con nombres de moda, caso de Alexander.
Dime cómo te llamas y veré si te ayudo
El mismo estudio también reveló que los participantes eran menos propensos a ayudar a un desconocido con un nombre valorado de forma negativa. Cindy y Chantal fueron los dos nombres más valorados negativamente en este sentido, frente a desconocidos con nombres que eran catalogados como positivos, caso de Sophie y Marie.
Por otro lado, los nombres pueden llevar connotaciones culturales y sociales que influyen en cómo somos percibidos socialmente. Por ejemplo, algunos nombres pueden estar asociados con ciertas etnias, clases sociales o géneros, y estas asociaciones tienen la capacidad de afectar a las oportunidades y las experiencias que puede experimentar una persona a lo largo de su vida.
Algunos estudios han encontrado que tener un nombre único o inusual puede influir en la autoestima de su dueño, tanto de manera positiva como negativa. Un nombre único puede hacer que una persona se sienta especial y diferente, pero también puede hacer que se sienta aislada o distinta de los demás. Incluso que se comporte de manera diferente.
Nombres y comportamientos criminales
Una de las investigaciones más alucinantes al respecto encontró que el nombre influye en la probabilidad de incurrir en conductas criminales. En un estudio publicado en 2020 en PsyArXi por Han-Wu-Shuang Bao, de la Universidad Normal del Este de China, y Huajian Cai, de la Universidad de Oklahoma (EE. UU.) detectaron unos curiosos vínculos entre ciertos nombres y delitos a partir del análisis de una base de datos con 981.289 delincuentes chinos.
Las personas cuyos nombres eran impopulares, negativos o implicaban una menor calidez o moralidad tenían más probabilidades de cometer delitos violentos y contra la propiedad, mientras que las personas con nombres que implicaban una mayor competencia o asertividad tenían más probabilidades de cometer delitos violentos y económicos.
«Estos hallazgos demuestran los costes éticos de tener nombres malos o inmorales, y enriquecen la comprensión de cómo las dimensiones sociocognitivas (calidez-competencia) están asociadas con el comportamiento humano», afirman los autores del estudio.
Pero aquí no queda la cosa. La forma en que nos llamamos también repercute en la trayectoria profesional. Desde la psicología se ha investigado cómo ciertos nombres pueden influir en las oportunidades laborales y el éxito profesional. Algunos estudios sugieren que los nombres que son más fáciles de pronunciar y recordar pueden ser beneficiosos en el ámbito profesional.
La ventaja de llamarse Joe, Alexandra, Catherine o Luke
Por ejemplo, un estudio llevado a cabo con datos recopilados del LinkedIn, la Administración del Seguro Social de los Estados Unidos (AA) y la Office for National Statistics (ONS) ha analizado si el nombre determina la trayectoria profesional o los ingresos futuros de las personas. Así, las personas con los nombres Jake y Catherine son los que más ganan dentro del mundo de la política; Joe y Alexandra, en el deporte; y Joe y Ann, en la industria de la construcción. Los mejor remunerados en el mundo de la banca, se llaman Joe y Sophia; en el orbe del derecho, Joe y Claire; y en la esfera de la educación, Luke e Isabel.
Es importante comentar que, aunque hay evidencias de que los nombres pueden tener un impacto en la personalidad y las percepciones sociales, estos efectos no son deterministas. La personalidad de una persona está influenciada por una amplia gama de factores, que van desde la genética y el entorno hasta la educación y las experiencias de vida.
Ahora bien, el nuevo estudio israelí viene a añadir más leña al fuego. ¿La forma en que nos llamamos puede moldear nuestra apariencia facial? Veamos.
La congruencia entre rostro y nombre se desarrolla a medida que las personas envejecen
Mediante pruebas de percepción humana y aprendizaje automático, Mayo y su equipo descubrió que los rostros de los adultos pueden corresponderse con sus nombres con más precisión que el azar.
Sin embargo, este efecto no se observa en los rostros de los niños, lo que sugiere que la congruencia entre rostro y nombre se desarrolla a medida que las personas envejecen, en lugar de estar presente desde el nacimiento. Esta profecía autocumplida pone de relieve cómo las expectativas sociales pueden moldear sutilmente la apariencia física.
Los resultados de este trabajo tienen importantes implicaciones para la psicología, la sociología y la inteligencia artificial, pues demuestran la interacción entre los factores sociales y la formación de la identidad.
El debate sobre el significado de los estereotipos viene de lejos, afirman los autores del estudio. ¿Conllevan un factor inherente, hereditario, en el que, por ejemplo, niños y niñas difieren biológicamente o se trata simplemente de la influencia de las expectativas sociales?
El nombre, escultor del rostro
Mientras que los efectos de la herencia son relativamente fáciles de medir, aislar y valorar empíricamente, el impacto del entorno es mucho más difícil de abordar, advierten los autores del descubrimiento. Mayo y sus colegas han cosechado un logro revolucionario al demostrar el importante impacto de la estructuración social. Su influjo es tan poderoso que puede incluso cambiar el aspecto facial de una persona.
El estudio israelí ha recopilado pruebas intrigantes de que cómo se llame una persona puede influir en su aspecto facial a medida que envejece. Esta investigación, que combina pruebas de percepción humana y técnicas avanzadas de aprendizaje automático, ofrece nuevas perspectivas sobre la compleja interacción entre las expectativas sociales y el desarrollo de la propia identidad.
Basándose en hallazgos anteriores que señalaban que los rostros de los adultos pueden coincidir con sus nombres en niveles superiores a los de la mera casualidad, el equipo de Mayo trató de determinar si esta congruencia entre el rostro y el nombre está presente desde el nacimiento o se desarrolla con el tiempo.
Basándose en descubrimientos anteriores de que los rostros de los adultos pueden coincidir con sus nombres a niveles superiores a la probabilidad, el equipo del profesor Mayo trató de determinar si esta congruencia entre rostro y nombre está presente desde el nacimiento o se desarrolla con el tiempo.
Adultos y niños emparejaron correctamente cada cara con su nombre
En una parte del trabajo de investigación, los científicos pidieron a niños de entre nueve y diez años y a personas adultas que relacionaran rostros con nombres. En otra fase del estudio, un sistema de aprendizaje automático se alimentó con una gran base de datos de imágenes de rostros humanos para que realizara la misma tarea encargada a los humanos.
Las conclusiones del estudio son como menos atrayentes. Para empezar, tanto los adultos como los niños fueron capaces de emparejar con precisión caras de adultos con sus nombres por encima de los niveles que establece el azar. Sin embargo, ni los adultos ni los niños podían emparejar las caras de los niños con sus nombres por encima de la casualidad.
En lo que respecta a los algoritmos de aprendizaje automático, estos encontraron una mayor similitud entre las representaciones faciales de los adultos que compartían el mismo nombre en comparación con los que tenían nombres diferentes. Ahora bien, esta similitud facial basada en el nombre no se observó entre los menores.
Las personas pueden cambiar su apariencia para ajustarse a las expectativas culturales de su nombre
«Parece que las personas pueden alterar su apariencia con el tiempo para ajustarse a las expectativas culturales asociadas a su nombre», dice Mayo.
Y un apunte más: las imágenes de rostros de niños envejecidos de manera artificial no mostraron el efecto de coincidencia rostro-nombre observado en rostros de adultos reales.
«Estos resultados sugieren que la congruencia entre la apariencia facial y los nombres no es innata, sino que se desarrolla a medida que los individuos maduran —explica Mayo. Y añade—: Parece que las personas pueden alterar su apariencia con el tiempo para ajustarse a las expectativas culturales asociadas a su nombre».
Esta profecía autocumplida pone de relieve el profundo impacto que tienen los factores sociales. El estudio sugiere que incluso etiquetas sociales aparentemente arbitrarias, como los nombres, pueden moldear nuestra apariencia de forma sutil pero mensurable.
No cabe duda de que la investigación plantea cuestiones fascinantes sobre la formación de la identidad y los efectos a largo plazo de las expectativas sociales en el desarrollo individual. Ya lo advirtió el escritor George Orwell cuando dijo aquella famosa frase de que «a los cincuenta, cada uno tiene el rostro que se merece».