Dependencia afectiva: ¿por qué nos apegamos a quien no nos ama?

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El apego afectivo nos obliga a hacer una introspección para detectar esa parte de nosotros que nos hace sentir inseguros.

Aunque por orden de importancia nos han sugerido que son la salud, el dinero y amor las prioridades en nuestra vida, la flecha de Cupido sigue siendo lo más anhelado en el ser humano. Aquel que cree que el estar enamorado es el estado perfecto, no solo sigue ingenuamente y aún adulto creyendo en los Reyes Magos, sino que está en la línea fina y en la cuerda floja de tener todas las papeletas para convertirse en un dependiente emocional.

Mientras que el amor viene definido como “un sentimiento de afecto, pasión, intimidad y compromiso genuino que una persona siente hacia otra”, proyectado a largo plazo y que tiene connotaciones de aceptación y respeto a la esencia de ese ser humano que hemos elegido, el apego es una emoción mucho más impulsiva, primitiva e inmediata que nos lleva a actuar de una manera muy irracional, y como si de un capricho se tratara, meternos en batallas imposibles y querer mantenernos en ellas luchando sin espada, ya que el único objetivo es evitar perder a esa persona a la que nos hemos apegado.

¿Por qué nos apegamos a la gente que no nos ama?

Sentirnos no amados tiene multitud de matices; pasa por dudar si realmente nos aman aunque nos amen y quieran, hasta estar seguro de que no nos quieren porque observamos conductas inapropiadas de rechazo, ninguneo, refuerzo intermitente e incluso desprecio. Existen personas que nos aman profundamente y, sin embargo, nosotros no lo vemos, ya que nos cuesta darnos cuenta generalmente por un sinfín de razones psicológicas que tienen que ver con la inseguridad y la sobre exigencia. Y por otra parte existen personas que deciden no querernos e irse, o lo que es aún peor, no querernos y quedarse, asunto que se convierte en un maremoto cuando el rechazado se empeña en no serlo y mantenerse en esa pareja por una especie de obsesión patológica, origen de lo que denominamos relaciones sentimentales de dependencia emocional y apego disfuncional.

La desigualdad

Para bailar en pareja se necesitan dos. En el contexto de los cuentos de hadas se suele danzar al unísono con un ritmo armónico que favorece al baile. No hay cuento en el que el príncipe se largue en medio de la pieza de música y abandone a la princesa y esta corra tras él para perseguirle y arrodillarse para que vuelva. Sin embargo, esto sí sucede en las relaciones de dependencia. Se trata de relaciones de desigualdad, donde uno ocupa el lugar de dominancia y el otro el papel de sumisión. Desde ahí, la relación está destinada al fracaso y al sufrimiento. El sumiso carece de un repertorio de límites y es incapaz de decir no o basta. Entra en la espiral de asumir las carencias de esa relación como si de algo lógico y normal se tratara, y tiende a generalizar pensando que ese tipo de relaciones son las únicas que existen.

La justificación

Todos sabemos lo que está bien y lo que está mal, lo adecuado y lo inadecuado, y lo que nos hace felices o infelices. Por lo tanto, percibimos perfectamente cuando nos quieren y cuando no. Sin embargo, tendemos a excusar y a disculpar todas aquellas conductas que recibimos que suenan más a falta de amor que a amor del bueno. La razón no es otra que la dificultad que tiene el ser humano en sentirse abandonado y rechazado y a poder ser objetivo cuando los hechos son más que evidentes. Una persona que observa cómo el otro no le da el valor que necesita, tiende a elaborar una lista interminable de razones que justifiquen las conductas inapropiadas, como una especie de tendencia a no poder asumir o aceptar que no somos queridos. De esta manera, nos mantenemos en un lugar inadecuado porque la soledad la interpretamos como algo inseguro, cuando lo verdaderamente peligroso es quedarnos en ese lugar de pareja en donde no nos dan seguridad.

El suministro

No hablemos de falta de amor cuando queremos decir maltrato. Tratar mal a una persona porque no la queramos es una falta de consideración humana, pero mantenernos en el lugar del maltratado es más que peligroso. Salir de estas situaciones no es nada fácil; tendemos a quedarnos allí por un aprendizaje que se denomina indefensión: aprendemos a no dar respuestas de enfado, rabia o incluso olvidamos todo nuestro repertorio de habilidades sociales y asertividad, como decir “esto no me gusta y esto no lo quiero para mí”, por miedo a que el ser amado nos deje por otro que no le reproche tanto.

Asociamos que decir lo que queremos decir en el momento en que lo tenemos que decir va a ser el detonante de la ruptura, ya que en este tipo de relaciones de dependencia nuestro carácter empático es uno de los mayores suministros para que el dominante siga maltratando y ninguneando, de tal manera que el apego más intenso y crónico se sucede cuando recibimos acciones negativas en forma de castigo, dándose entonces el punto más álgido de la dependencia en estas parejas, alcanzado cuando el maltratado es maltratado de verdad, pudiendo afirmar entonces que nuestra adicción es al maltrato y no al amor.

El refuerzo intermitente

Estar esperando a recibir un premio por portarnos bien entre tanto desamor, crea una dependencia similar a la adrenalina que supone la adicción a las drogas. Pasar el tiempo mirando cómo las agujas del reloj llegan a la hora del recreo genera una hipervigilancia que contribuye a mantener una dosis de apego que contamina el resto de nuestra vida cotidiana.

De la misma manera, una persona no bien tratada en la pareja por muestras de conductas de rechazo, dejará de dar importancia a estas conductas negativas, porque estará esperando con ansia a que aparezca la positiva. Da lo mismo si es una entre un millón; el apegado emocional rastreará las migajas, esperará ardientemente a que cesen los castigos hasta que aparezcan los regalos, y creará un halo de obsesión hasta encontrar el premio. Cualquier detalle de atención, cualquier palabra de halago, cualquier comentario amable lo interpretará como algo extraordinario.

El refuerzo intermitente, el ahora sí pero luego no, el ahora te quiero pero más tarde no me apeteces, crea en el dependiente apegado emocional un síndrome de abstinencia continuado, que no cesa fácilmente, aunque recibamos de los demás comentarios gratuitos como “sal de ahí porque no te merece”. No merecernos no ser queridos, seguro que no admite lugar a duda, pero saber salir de una relación en la que no te quieren es algo dificilísimo que no depende tan solo de tener la voluntad de hacerlo, sino que se necesita de un programa profesional de desintoxicación con herramientas pautadas para poder conseguirlo.

La disonancia cognitiva

Cuando percibimos que en la relación en la que estamos las cosas  no tienen mucho sentido, es porque atisbamos un arsenal de señales a las que no hacemos caso, ya que nos encontramos en una constante duda de si realmente lo que vemos es lo que es. La intuición es nuestra más preciada herramienta y, sin embargo, mientras estamos apegados, minimizaremos su valor.

Cuando alguien no nos quiere, aparecen decenas de banderas rojas que nos previenen de peligros y a las que ignoramos porque nuestra mente se disocia, y olvidamos nuestro sentido común responsable de reafirmar nuestro criterio y amor propio. Entramos en la duda de si querer más al otro o a nosotros, y suele ganar ese otro; una especie de obligatoriedad autoimpuesta en agradar al que no agradamos hace que entremos en una lucha constante entre los hechos reales y nuestras interpretaciones de los mismos.

Nos convertimos en bipolares transitorios, donde nuestro niño dependiente lucha por ser aceptado y nuestro adulto nos tira del brazo para el otro lado convenciéndonos de que no es amor sano el que estamos recibiendo, sino un cúmulo de incongruencias tras las cuales nos damos cuenta de que nuestros pensamientos van por un lado, nuestras emociones por otro, y nuestras acciones parecieran como si no fueran nuestras.

Esta situación nos hace estar en una estructura de personalidad incoherente, donde damos prioridad a mantenernos en pareja aun siendo tóxica, olvidándonos de que la verdadera libertad es saber decir no.

Artículo publicado por Pilar Guerra, psicóloga clínica

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