Texto: Armando Cerra
El 10 de enero de 1971, Gabrielle Chanel se despedía del mundo a los 87 años en una suit del Hotel Ritz de París. Su muerte apagó una época, pero 50 años después aquella huérfana pobre que revolucionó la silueta femenina sigue siendo el icono por excelencia de la moda.
En 2021 se cumplió el 50º aniversario de la desaparición de Coco Chanel. Cinco décadas sin el personaje, pero su marca sigue más viva que nunca. Sin embargo, cuando en 1883 nació una niña en la pequeña población francesa de Saumur y fue bautizada con el nombre Gabrielle Chanel, nada hacía presagiar que ese apellido se convertiría en sinónimo de glamur y elegancia. Y conociendo la infancia de aquella niña y algunos episodios que jalonaron su biografía todavía es más sorprendente que su nombre perdure y siga siendo tremendamente rentable tanto tiempo después de su muerte.
Los orígenes de Gabrielle no pudieron ser más humildes. Su padre era vendedor ambulante y su madre, una mujer de campo, falleció cuando la niña tenía apenas 12 años, lo cual supuso que su progenitor dejara a sus tres hijas en el orfanato de Aubazine. Este hecho, además de las secuelas afectivas que quedaron indelebles, iba a suponer todo un referente para la futura Coco.
Allí dio sus primeras puntadas, literalmente. En el orfanato entró en contacto con el mundo de la costura. Una costura práctica y austera, dos ideas que curiosamente están presentes en algunas de sus creaciones más glamurosas y reconocibles. Así que, primero con las monjas del convento de Aubazine, y después en el internado de Moulins, se puede decir que descubrió el arte de coser. El objetivo de esas instituciones era proporcionar formación para que los huérfanos pudieran ganarse la vida en un futuro, pero era imposible prever lo que allí habían formado. De allí salió una joven de 21 años con un oficio pero sobre todo surgió una mujer de creatividad insultante, personalidad arrolladora y ambición insaciable.
Primero quiso triunfar como cantante en los cabarets de la época, pero pronto supo que su don no era su voz. En cambio, no tardó en descubrir que tenía que aprovechar sus oportunidades. Y en eso intervinieron dos hombres claves para poner los cimientos de su carrera. El primero fue el ricachón Etienne Balsan. En 1905 se fue a vivir con él a su castillo de Roayllieu, donde pudo frecuentar a la alta sociedad y empezó a deslumbrarles con los sombreros y vestidos que diseñaba para sí misma. Allí entabló amistad con un amigo británico de su pareja, Arthur “Boy” Capel. Tal vez fue el gran amor de su vida. El romance se inició en 1905 y duró hasta la muerte de Capel. Y aunque él nunca le fue fiel y se negó a casarse con ella debido a sus orígenes, es cierto que el inglés le financió la primera tienda parisina de Chanel.
Eso fue en 1910 y a partir de ahí su trayectoria como diseñadora y empresaria fue imparable. Vendrían otras tiendas, como la que abrió en la costa de Normandía, donde veraneaba la alta sociedad francesa. O la que abrió en Biarritz, la población de la costa vasca francesa que fue territorio neutral durante la Primera Guerra Mundial, y que por lo tanto le permitió seguir creciendo en pleno conflicto bélico. Sin embargo, en 1919 iba a llegar una gran desgracia de su vida. Capel, casado con otra pero todavía amante de Coco, se mató en un accidente de tráfico. Eso sumergió a la diseñadora en un profundo duelo y comenzó a vestir de negro como si fuera la viuda de luto. Ese fue el germen de una de sus creaciones más icónicas, el little black dress, su ajustado vestido negro sin puños ni cuello.
También en ese periodo, concretamente en 1921, iba a surgir otro emblema de la firma. Su perfume, el Chanel nº 5. Luego han llegado otros perfumes, con otros números, otras esencias y otros perfumistas, pero esta fragancia es sencillamente el perfume por antonomasia. Ha cumplido ahora 100 años y tanto su aroma como su nombre siguen evocando sensualidad.
Fue en los años 20 y 30 cuando Coco Chanel estableció su mito. Fama, dinero y diversos romances, incluso le tentó Hollywood, aunque nunca llegó a ilusionarse con las normas de la industria cinematográfica norteamericana, y sí con la mayor libertad creativa del cine francés. En definitiva, todo parecía un jardín de rosas, pero entonces estalló la Segunda Guerra Mundial. Sin duda el periodo más oscuro de la diseñadora.
Ella permaneció en París, viviendo en el mismo hotel Ritz en el que fallecería unas décadas más tarde. Ahí también se alojaba lo más granado del ejército nazi que había ocupado Francia. Y Chanel, tal y como se ha demostrado con el paso de los años, colaboró con los alemanes siempre que hizo falta y de hecho trató de aprovecharse de su antisemitismo para librarse de los socios judíos con los que explotaba el famoso Chanel Nº 5.
Evidentemente aquello le acarreó consecuencias una vez que acabó la guerra, y aunque se le interrogó, nunca se le acusó formalmente ni de colaboracionista ni de espía, pero fue investigada en profundidad, y tal vez hubo poderes fácticos que provocaron que no toda la información que existía saliera a la luz. Sin embargo eso no impidió que su fama decayera e incluso tuvo que irse a vivir a Suiza unos años.
No regresó a su querido París hasta 1954, y si bien permaneció como diseñadora respetada, también es verdad que habían cambiado muchas cosas, y ahora tenía que compartir el trono de la moda con muchos otros creadores y creadoras, porque es cierto que ella abrió un camino a otras mujeres.
Nunca abandonó la fama, ni el glamur, ni el hotel Ritz. Tampoco dejó de trabajar, pero cada vez estaba más sola, su carácter era más arisco y su salud se resquebrajaba poco a poco. Entre otras cosas por su recalcitrante vicio de fumar y por su adicción a la morfina para calmar sus dolores de artritis. Aunque su firma seguía con éxitos comercial, ella se fue apartando del mundo, hasta que a principios del 1971 un ataque el corazón le hizo pronunciar sus últimas palabras: “Bueno, así es como uno se muere”. Un estupendo final para su desaparición física, si bien Coco Chanel sigue viva. Su apellido firma varias colecciones cada año o su vida inspira películas y libros. Al fin y al cabo, la niña pobre que se crió en un hospicio se convirtió en una mujer con muchas sombras y también tanta luz que se le considera una de las creadoras más influyentes de la moda, la imagen y la cultura del siglo XX, y también del XXI, ya que hoy sus diseños originales se siguen replicando en los nuevos bolsos, sombreros, joyas o vestidos.
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