Hay que ser muy humilde para tener referentes de los cuales aprender. Sin embargo, no hay que caer en el error de idealizarlos. Para convertirnos en quienes verdaderamente somos, tarde o temprano llega un día en que hemos de armarnos de valentía para ‘trascenderlos’.
La sociedad contemporánea está perdida. La mayoría carecemos de brújula interior y vivimos dormidos y desempoderados. Nos levantamos cada mañana con cara de cansancio, mirada de impotencia y mueca de resignación. No en vano, llevamos una existencia de segunda mano, artificial y prefabricada. Tras lavarnos los dientes, nos ponemos la misma careta de siempre y -disfrazados de alguien que no somos -nos subimos a ese carrusel monótono y repetitivo al que llamamos «vida».
Damos una vuelta. Luego otra. Al cabo de un rato, otra más. Y de pronto sentimos cómo todo se acelera y giramos cada vez más rápido. Aunque da la sensación de que avanzamos, en realidad no vamos hacia ninguna parte. Simplemente estamos dando vueltas como autómatas. Si algo tenemos todos en común es que no tenemos ni idea de quiénes somos ni para qué hemos venido a este mundo. Lo único que nos mueve es la inercia. No nos gusta reconocerlo, pero somos esclavos del miedo al cambio y siervos del más poderoso de los amos: el autoengaño. Le tenemos tanto pánico a la libertad, que le entregamos nuestra responsabilidad a cualquiera que nos venda vanas ilusiones de seguridad.
Y como no podía ser de otra manera, llega un día que de tantas vueltas sin sentido que hemos dado, nos mareamos y sentimos una nauseabunda sensación de vacío. Un abismo dentro de nosotros que no se llena con nada. ¡Qué gran revelación es constatar que -por más que nos esforcemos- se trata de un agujero negro imposible de tapar ni parchear! Al menos, no por mucho tiempo. Este dolor que sentimos -y que nos desgarra por dentro- es la manera que tiene nuestro cuerpo de decirnos que nosotros somos lo único que falta en nuestra vida.
Metamorfosis cultural
Estamos siendo testigos de una época verdaderamente extraordinaria. Nuestra civilización se encuentra inmersa en un proceso de metamorfosis cultural. Y nuestras actuales circunstancias socio-económicas, marcadas por el conflicto y la incertidumbre, son la necesaria crisálida a través de la que millones de orugas podemos convertirnos en mariposas. Lo cierto es que cada vez más seres humanos estamos despertando del profundo letargo que durante siglos ha mantenido dormida a la humanidad, recuperando así nuestro poder personal.
La causa de este despertar de la consciencia y consiguiente cambio de actitud frente a la vida es muy sencilla: deviene cuando nuestro nivel de insatisfacción es superior a nuestro miedo al cambio. Es entonces cuando algo en nuestro interior hace clic, atreviéndonos a salir de la zona de comodidad en la que estábamos meciéndonos, aletargados. De pronto sentimos que tenemos poco que perder y mucho que ganar. Y finalmente hacemos algo doloroso pero muy liberador: reconocer que estamos perdidos. Este es sin duda el primer paso para encontrarnos. No en vano, las personas que están más perdidas son precisamente las que no saben que lo están.
Esta profunda crisis existencial nos conecta con la necesidad de cambio y la motivación de conocernos mejor. Nuestra nueva prioridad es saber quiénes verdaderamente somos, iniciando una búsqueda espiritual para descubrir el auténtico propósito y sentido de nuestra vida. Y dado que al principio no sabemos cómo ser nuestros propios guías, estamos ávidos de referentes que nos inspiren, apoyen y orienten para que este viaje nos lleve a buen puerto.
Un referente es una persona a la que admiramos por encarnar algún valor, cualidad, habilidad o virtud que nos gustaría manifestar. Puede ser un personaje público o alguien de nuestro entorno social. Y puede estar vivo o muerto… Lo curioso es que nosotros no elegimos a nuestros referentes, sino que ellos nos escogen a nosotros. Cada vez que los vemos o interactuamos con ellos se enciende una llama en nuestro interior, la cual nos recuerda el potencial latente que todavía no hemos desarrollado. Así, la función de los referentes es inspirarnos a través de su ejemplo para que aprendamos, crezcamos y evolucionemos de forma consciente, convirtiéndonos en la mejor versión de nosotros mismos.
Mata a tus referentes
Si bien solemos sentirnos agradecidos a nuestros referentes por iluminarnos e inspirarnos, no hemos de caer en el error de idealizarlos. Al encaramarlos a un pedestal, creamos una distancia emocional entre ellos y nosotros que nos lleva inconscientemente a infravalorarnos. Se trata de un sutil mecanismo de defensa por el cual nos autoconvencemos de que ellos pudieron manifestar cierta grandeza por estar en un nivel superior al nuestro. Pero esa creencia no es más que puro autoengaño, que trata de tomar el control para limitarnos.
Cuando idealizamos a alguien es una simple cuestión de tiempo que termine por defraudarnos
Borja Vilaseca
Además, cuando idealizamos a alguien es una simple cuestión de tiempo que termine por defraudarnos. Y no porque sea un farsante -que puede que lo sea-, sino porque de pronto descubrimos algún detalle de su vida que no encaja con la imagen distorsionada que nos habíamos creado de él en nuestra cabeza. Sin embargo, la decepción que sentimos es problema nuestro, no suyo: es la consecuencia de haberlo endiosado.
Al igual que tú y que yo, nuestros referentes son seres humanos. Y por tanto, también albergan un lado oscuro. Todos tenemos defectos, debilidades, contradicciones, incoherencias y mediocridades. Ellos también. De hecho, es importante saber de qué pie cojean y cuál es la piedrecita con la que suelen tropezar. Solo al humanizar a nuestros referentes empezamos a verlos tal y como son. Y comprendemos que si ellos pudieron, nosotros también podemos.
Otro error que solemos cometer es imitar a nuestros referentes y pretender ser como ellos. De hecho, algunos emplean la técnica del modelaje, identificando y replicando los patrones de éxito de las personas a las que admiran con el objetivo de cosechar sus mismos resultados. En vez de convertirse en sí mismos se han vuelto como sus referentes, lo cual es un claro síntoma de que mantienen con ellos una relación bastante limitante y potencialmente tóxica.
Se requiere de mucha humildad para seguir y aprender de alguien. Pero también de mucha valentía para atreverse a soltarlo y dejarlo ir. En nuestro camino hacia el verdadero autoconocimiento y madurez espiritual es fundamental que tarde o temprano matemos a nuestros referentes. Solo así nos convertirnos, finalmente, en nuestro propio referente.
En última instancia, nosotros somos el maestro, el guía, el faro y la brújula que necesitamos para tomar nuestras propias decisiones en la vida. Todo lo que admiramos en su día en nuestros referentes lo vimos, en primer lugar, porque estaba dentro de nosotros mismos. Ellos tan solo nos hicieron de espejo. Nos ayudaron a ver algo que se encontraba oculto en nuestro interior más profundo. Y por ello siempre ocuparán un lugar destacado en nuestro corazón. Lo más bonito de este proceso de aprendizaje y transformación, es que en el preciso momento en que nos convertimos en nuestro propio referente, empezamos -casi sin darnos cuenta- a ser un referente para otros.
Artículo publicado en el número 14 de Rísbel Magazine por Borja Vilaseca
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