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Por qué ocurren las experiencias cercanas a la muerte

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El insólito estallido de actividad cerebral durante la agonía podría explicar por qué la vida pasa de repente ante nuestros ojos como una película existencial plagada de escenas retrospectivas. Un nuevo estudio sugiere cómo la conciencia puede continuar operativa después de que el corazón se haya parado.

¿Qué son las Experiencias Cercanas a la muerte (o ECM)?

Las experiencias cercanas a la muerte o ECM son un evento, generalmente lúcido, que relatan muchas personas que han estado cerca de fallecer o que han sido reanimadas, esto es, que han pasado por una muerte clínica y han sobrevivido. Normalmente los afectados están inconscientes, su corazón está parado o al menos los latidos cardíacos resultan ser indetectables; tampoco respiran y los registros electroencefalográficos son planos. Es entonces cuando surge la experiencia cercana a la muerte, un enigma para la ciencia y la medicina modernas que enfrenta a defensores y detractores desde que el psiquiatra estadounidense Raymond Moody acuñara dicha expresión en su libro Life After Life de 1975. Podría decirse que la ECM es una vivencia universal, que ocurre en todas las culturas y lugares del mundo, tanto en niños como adultos y ancianos, y que sigue unos patrones similares.

ECM: La conciencia se separa del cuerpo

Casi dos tercios de las personas que han pasado por una experiencia cercana a la muerte experimentan una experiencia extracorporal, sienten cómo se separa la conciencia —el espíritu para algunos— del cuerpo y cómo este, a veces imperceptible e ingrávido, es capaz de volar y atravesar objetos, sentir que se están mirando a sí mismos desde un lugar de la habitación donde reposa el individuo. Sus sentidos se agudizan; perciben emociones y sentimientos intensos, generalmente positivos, como amor y felicidad (solo un pequeño porcentaje confiesa haberlo pasado mal durante el trance); viajan hacia un túnel o pasaje donde les espera una luz en uno de sus extremos.

En este sentido, más de la mitad de las personas inmersas en una ECM relatan el encuentro con luces maravillosas, místicas, potentes como la de un millón de soles, pero resultan ser tan inocuas como placenteras. «Sí, mientras estaba en la luz, no sentí el tiempo como lo experimento aquí en la tierra. En otras palabras, no sentí la naturaleza del tiempo como pasado, presente y futuro. Todos los tiempos fueron experimentados en cada momento», confesó uno de los participantes de la encuesta que llevó a cabo en 2010 la Near Death Experience Research Foundation (NDERF) con 613 individuos que sufrieron una ECM. Y cuando no se trata de luces brillantes, aparecen indescriptibles paisajes paradisiacos, celestiales, puros y serenos, que pueden estar acompañados de canciones y melodías armoniosas y gloriosas.  

Experiencias cercanas a la Muerte: La vida pasa como una película

En las experiencias cercanas a la muerte no suelen faltar tampoco los encuentros con familiares, amantes y amigos ya fallecidos; también con mascotas, ángeles, guías espirituales, deidades… Y una de cada persona en ECM experimenta una revisión de toda su vida o al menos de algunos pasajes de ella, los más significativos, y no necesariamente en orden cronológico. Este repaso vital puede suceder como el visionado de una película o de una obra de teatro, un pase de diapositivas o una sucesión de imágenes en 3D, que afloran en el vacío y recuerdan a hologramas.

Del mismo modo, pueden aparecer imágenes del futuro, a modo de precognición, que pueden afectar a la propia persona, a terceros e incluso al planeta como entidad; y barreras infranqueables. Por último, más de la mitad de los pacientes se sienten seres omniscientes, experimentan la sensación de conocerse a sí mismos, a la humanidad y al universo.

El retorno a la vida puede darse sin previo aviso

Y si la parca no acaba con sus vidas, dejan esa realidad paralela, tan tangible como la que vivían antes de acariciar la muerte, incluso más real que la experiencia en la vida terrenal, para volver a su cuerpo. Un regreso que hasta puede ser voluntario, guiado por la propia persona, que, dicho sea de paso, cree estar en el más allá. «Comprendí que mi propósito sería ahora vivir el cielo en la Tierra, utilizar este nuevo entendimiento y compartirlo con otros. Sin embargo, tuve que decidir si regresar a la vida o ir hacia la muerte. Me dieron a entender que este no era mi momento de fallecer, pero siempre tuve la oportunidad de elegir, y si hubiera escogido la muerte, no experimentaría los regalos que me esperan en lo que me queda de vida», confesó otro de los voluntarios que participaron en el estudio de la NDERF.

¿A qué se deben las experiencias próximas a la muerte?

Pero ¿a qué se deben las experiencias próximas a la muerte? La respuesta es todo un galimatías en el que confluyen los sentimientos religiosos, la creencia en los fenómenos paranormales y la neurociencia. Apenas conocemos nada sobre la actividad cerebral durante el proceso de muerte, a pesar de la infinidad de informes acumulados durante cientos de años de personas que han sido reanimadas después de la muerte clínica o que han vuelto a la vida de puro milagro.

Los científicos saben que ciertas situaciones graves, como el coma, un paro cardíaco, un ictus, un intento de suicidio o un accidente traumático pueden desencadenar una ECM. Pero también saben que las experiencias cercanas a la muerte también surgen en situaciones en las que la vida no está amenazada, como durante la anestesia, en el transcurso del parto, tras el consumo de drogas o en pacientes con problemas mentales, caso de la esquizofrenia.

ECM: Desajustes en la bioquímica cerebral

En una y otra situación, la respuesta a las ECM hay que buscarlas en nuestro encéfalo: para algunos investigadores la clave está en una actividad anormal del sistema límbico y de los lóbulos temporales; para otros, las alucinaciones que se reportan en dichas experiencias se explicarían por desajustes en la bioquímica cerebral, por ejemplo, en la liberación de las llamadas endorfinas, moléculas que producen analgesia, sensación de paz y bienestar. O por alteraciones fisiológicas en las redes neuronales, como las que desatan la falta de oxígeno (hiposia) o el incremento de dióxido de carbono (hipercapnia).

Un nuevo estudio recién publicado en el Proceedings of the National Academy of Sciences podría arrojar algo de luz a la oscuridad que rodea a las experiencias cercanas a la muerte. Neurocientíficos han mapeado la actividad cerebral de cuatro personas mientras se estaban muriendo y se han encontrado con que todos ellos mostraron un estallido de actividad en sus sesos después de que sus corazones dejaran de latir. El hallazgo podría explicar cómo el encéfalo de una persona puede reproducir recuerdos conscientes incluso después de que la bomba vital se haya detenido. «Sugiere que estamos identificando un marcador de conciencia lúcida», ha declarado a la revista Science Sam Parnia, neumólogo del Centro Médico Langone, en la Universidad de Nueva York (EE. UU.) y que no ha participado en el trabajo.

Tras la muerte, la actividad neurológica puede continuar durante segundos

Aunque históricamente la muerte se ha definido, desde el punto de vista médico, como el momento en que el corazón deja de latir de forma irreversible, estudios recientes sugieren que la actividad neurológica puede continuar durante segundos e incluso horas en muchos animales, incluidos los seres humanos.

Sin ir más lejos, en 2013 la neuróloga Jimo Borjigin y su equipo de la Universidad de Míchigan (EE. UU.) descubrieron que los cerebros de las ratas mostraban signos de conciencia hasta treinta segundos después de que sus corazones dejaran de latir.

En 2022, el neurocirujano Ajmal Zemmar, de la Universidad de Louisville, y su equipo anunciaron en Frontiers in Aging Neuroscience que habían registrado las señales neuronales de un cerebro moribundo: mientras realizaban un electroencefalograma (EEG) a un hombre de 87 años para detectar y tratar las convulsiones que sufría, este sufrió de forma inesperada un paro cardíaco. Su actividad cerebral quedó registrada durante los 900 segundos que duró su lucha entre la vida y la muerte. Durante la crisis, el EEG registró una actividad rítmica cerebral comparable a la que se observa cuando soñamos, y reveló cambios en los patrones de las ondas cerebrales, algunas asociadas a la fución cognitiva superior, antes y después de que el corazón dejara de latir.

«Si hay algo que podemos aprender de esta investigación es que, aunque nuestros seres queridos tienen los ojos cerrados y están listos para dejarnos descansar, sus cerebros pueden estar reproduciendo algunos de los mejores momentos que vivieron en sus vidas», declaró Zemmar.

Unos gorros especiales registran la actividad de las neuronas

Diez años después de su estudio en ratas, Borjigin vuelve a enfrentarse al momento de la muerte y lo que sucede en sus aledaños. Para el estudio actual, ella y su equipo han estudiado los registros médicos de cuatro personas que estaban en coma y con soporte vital y a quienes los médicos les habían colocado unos gorros especiales de electroencefalografía, capaces de registrar la actividad de las neuronas. Ninguno de los pacientes tenía ninguna posibilidad de supervivencia.

Los gorras monitorizaban continuamente las señales eléctricas que corrían de un sitio a otro a través de la superficie del cerebro de cada paciente. Y lo hicieron antes y después de que los médicos retiraran sus ventiladores, durante el último latido medible del corazón de cada paciente y hasta que cesó todo rastro de actividad cerebral. Segundos después de que les desconectaran los ventiladores, el cerebro de dos de los pacientes se iluminó repentinamente con un estallido de actividad neuronal en patrones de alta frecuencia, correspondientes a las ondas gamma, que continuaron mientras la bomba vital dejaba de latir.

Otros estudios en la misma línea han encontrado un patrón similar cuando una persona sana está recordando, aprendiendo o soñando, y algunos neurocientíficos han relacionado estas oscilaciones con la propia conciencia.

Aparecen las ondas de la intuición y la creatividad

Hay que recordar que las ondas gamma son las más rápidas del cerebro, y provocan una mayor actividad mental y lucidez. Son las ondas de la intuición y la creatividad; se dan cuando estamos en momentos de intensa atención y concentración. Como dice Zemma, las ondas gamma indican que diferentes regiones del cerebro están trabajando juntas para combinar sensaciones dispares, como la vista, el oído y el tacto, en la conciencia de un objeto. Cómo logra llevar a cabo el cerebro esta actividad es un misterio. No menos intrigante resulta descubrir estas mismas ondas en personas moribundas que relatan haber revivido eventos memorables en esos momentos finales.

En el estudio de Borjigin, solo dos de los cuatro pacientes mostraron actividad gamma, algo que no ha sorprendido a los científicos, dado que no todas las personas que han sobrevivido a situaciones cercanas a la muerte reportan recuerdos o experiencias extracorporales.

Borjigin señala que los dos individuos cuyos cerebros mostraron actividad gamma también tenían antecedentes de convulsiones, lo que, según ella, podría haber preparado sus cerebros para experimentar ritmos anormales. Su equipo también notó un aumento de la actividad eléctrica en una región del cerebro llamada unión temporo-parieto-occipital, que se cree que está involucrada en la conciencia y se activa durante los sueños, las convulsiones y las alucinaciones extracorporales. Borjigin piensa que el estallido de actividad cerebral es parte de un modo de supervivencia en el que se sabe que el cerebro entra una vez que se lo priva de oxígeno.

Estudios con animales en muerte cerebral han revelado que el encéfalo segrega numerosas moléculas de señalización y crea patrones de ondas cerebrales inusuales para tratar de resucitarse, incluso cuando se apagan los signos externos de conciencia. «Cierra la puerta al mundo exterior y se encarga de los asuntos internos porque la casa está en llamas», explica Borjigin, que espera repetir el experimento con otros pacientes que se debaten entre la vida y la muerte.

Artículo publicado por Enrique Coperías

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