¿Por qué tratamos mal a quién más queremos?

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Todos nosotros hemos tratado mal a nuestros seres queridos únicamente porque hemos tenido un mal día: hoy te contamos la explicación de por qué lo hacemos

Todos hemos pecado de pagar nuestras frustraciones con la persona a la que más queremos. Muchas veces nos ha pasado que hemos vuelto a casa después de un día horrible, en el que las cosas nos han salido mal, y hemos pagado nuestra ira y frustración con nuestros padres, nuestra pareja o nuestro compañero de piso. Sin embargo, nos topamos con un vecino en el ascensor y somos capaces de regalarle nuestra mejor sonrisa.

¿Por qué, entonces, al vecino con el que tenemos poca confianza le sabemos tratar bien sin ningún tipo de esfuerzo y a quienes viven con nosotros y están ahí en todo momento muchas veces les tratamos mal?

No significa que seamos malas personas, es más, es una situación mucho más común de lo que parece. Pero que este comportamiento sea común en todos nosotros no significa que debamos de evadir la responsabilidad de cambiarlo para mejorar. Por eso, vamos a explicar por qué esto sucede, por qué tratamos mal a quién más queremos. Pero recuerda que se trata de una explicación, no una justificación a un mal comportamiento. Es importante diferenciar entre explicación y justificación. ¡Sigue leyendo!

¿POR QUÉ TRATAMOS MAL A QUIEN MÁS QUEREMOS?

Siempre están ahí

Esas personas siempre están ahí tanto físicamente como psicológicamente. Es decir, vivimos con ellos, por lo que están ahí físicamente, y también están a nuestro lado cuando necesitamos a alguien. Al pasar mucho tiempo con una persona, compartimos con ella muchos de nuestros momentos, y eso incluye tanto los buenos como los malos.

Por eso, cuando nos invaden las emociones negativas y nos cuesta controlarlas, son las personas que se encuentran a nuestro alrededor las que pagan las consecuencias de nuestra falta de gestión de las emociones. Y esas personas suelen ser nuestros seres queridos.

Son ellos porque son las personas con las que convivimos y, como hemos dicho, son las que viven nuestros buenos y malos momentos. Cuando nos vemos con el resto de las personas que configuran nuestro círculo, son momentos puntuales, que planificamos con el objetivo de pasar un buen rato, por lo que es posible que nos cueste menos fingir que todo va bien cuando en realidad no es así. Pero con las personas con las que convivimos nos sentimos “en casa”, por lo que no tenemos la necesidad de interpretar ningún papel.

Nos hacen sentir a salvo

Como hemos comentado antes, descargar nuestras frustraciones con los demás es una consecuencia directa de la falta de gestión de las emociones. Pero lo que sí sabemos hacer es modificar, hasta cierto punto, nuestro comportamiento en función del contexto social en el que nos encontremos. Por ejemplo, en el trabajo, somos capaces de camuflar la tristeza o el enfado frente a nuestro jefe, porque no existe esa relación de intimidad con él.

Pero nuestra casa es el único lugar en el que nos sentimos seguros como para poder descargar nuestra ira o nuestra tristeza. Descargamos la tensión acumulada donde nos sentimos a salvo, y ese lugar suele ser nuestro hogar. Nuestros familiares o nuestra pareja son las personas que más nos quieren y a las que más queremos. Por ese motivo, sentimos que aguantarán nuestras malas palabras y gestos sin graves consecuencias. Así, hablamos y nos comportamos sin filtro, sabiendo que estamos en confianza, que nadie nos va a juzgar ni nos va a abandonar. Un sentimiento que no está presente con personas quizás menos cercanas a nosotros. Por eso, con nuestros seres queridos sentimos la confianza que se necesita para mostrarse vulnerable. Aunque no lo creas, sí: las explosiones de ira y frustración, incluso algunos menosprecios, son parte de nuestra vulnerabilidad, ya que es cuando estamos indefensos.

Tenemos miedo a romper el vínculo

Debido a algún trauma o a situaciones complicadas vividas en el pasado hay personas que sienten una extremada inseguridad interna con respecto a sus vínculos o sienten que no son dignas de ser queridas. Esta inseguridad es la que provoca comportamientos agresivos e impulsivos como quejas, gritos o seudo manipulación, con el objetivo de que la otra persona adopte una posición más sumisa y se esfuerce por mostrar su amor y su compromiso con nosotros.

Simplemente se trata de un mecanismo de defensa que hemos aprendido en algún momento de nuestra vida. Es decir, que hemos aprendido en un pasado que esta es la forma en la que debemos buscar que los que se encuentran a nuestro alrededor (ya sea nuestra pareja, nuestros padres…) nos demuestren que nos quieren.

Este tipo de mecanismos (erróneos) que hemos aprendido en el pasado, nos sirven hasta un momento determinado.  Si los hemos aprendido es porque en algún momento tuvimos que hacer frente a una situación para la que no teníamos suficientes herramientas y la afrontamos con lo que sabíamos. Pero, a largo plazo, esta especie de estrategia es inviable, ya que lo único que vamos a conseguir es desgastar la relación y debilitar el vínculo con esas personas.

Cómo podemos evitarlo

Como hemos mencionado anteriormente, estas situaciones se dan por una falta de control en las emociones intensas y negativas que sentimos. La solución es, simplemente, gestionar y canalizar ese tipo de emociones y sentimientos. Pero no es tan sencillo como lo es decirlo. No resulta tan fácil controlar lo que hacemos o decimos, ya que cuando estamos siendo invadidos por la ira y la frustración es más probable que nos dejemos llevar, es decir, que actuemos de una forma mucho más impulsiva, donde no nos dé tiempo a pensar realmente lo que estamos haciendo o lo que estamos diciendo. Por eso, vamos a proporcionarte un consejo clave para que te resulte un poco más sencillo gestionar tus emociones y no pagues tus frustraciones con las personas que más te quieren.

Empieza por pensar en qué es lo que te está provocando tanto enfado. Piensa en si es la actitud que ha tenido la otra persona hacia ti, si ha hecho algo que te ha molestado o si es por algo que realmente has hecho tú. Tómate unos segundos para reflexionarlo e inspira y espira durante 10 segundos para rebajar el pico de frustración.

Si la otra persona ha tenido una actitud que te ha hecho sentir así, debes comunicárselo de la forma más asertiva posible. Explicarle, por ejemplo, que has tenido un mal día y no te ha hecho sentir muy bien esa forma de hablarte. Esa persona lo entenderá, lo hablaréis y se disculpará.

Si lo que te ha hecho sentir mal es algo que ha hecho la otra persona, no te lo guardes para ti, coméntale lo que te ha molestado. Esa persona no puede saber que algo te ha molestado si no se lo dices. De esta manera, tendrá en cuenta lo que te ha hecho sentir mal y tú no cargarás con tantos sentimientos negativos.

Sí, por otro lado, tu enfado proviene de algo que has hecho tú mismo, debes admitir la responsabilidad y las consecuencias de tus actos, aunque pueda resultar algo desagradable e incómodo. Pero no te castigues por ello, simplemente úsalo como aprendizaje para el futuro.

Si aun habiendo hecho todas estas cosas sigues muy enfadado, cosa que es bastante normal y lógica, puedes recurrir a otras alternativas, como salir a dar una vuelta, ir al gimnasio o, si lo prefieres y te va a hacer sentir mejor, puedes pegar cuatro gritos dentro de tu habitación sin molestar a nadie. Si aun así te cuesta mucho gestionar tus emociones y tienes pagarlo con las personas que te rodean, te recomendamos que acudas a terapia. Allí te darán las herramientas necesarias para evitar pagar tus frustraciones con las personas que más quieres.

Artículo publicado por Laura Martínez

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