¿Qué tienen que ver los grupos sanguíneos con la amenaza de padecer un ataque cerebral? ¿Realmente existe un vínculo entre los grupos sanguíneos y el buen funcionamiento del cerebro? ¿Y es posible que nuestra personalidad esté condicionada por el tipo de sangre?
En la sangre está escrito nuestro futuro, al menos en lo que se refiere a la salud física y a salud mental. Con una sencilla prueba sanguínea los médicos pueden detectar en el oro líquido la presencia en el organismo de numerosas enfermedades; para ello, basta rastrear los marcadores biológicos adecuados.
También conocidos como biomarcadores o marcadores moleculares, estos no son otra cosa que moléculas que nadan en el torrente sanguíneo y cuya presencia indica que algo está sucediendo en el cuerpo, en ocasiones algo negativo, caso de una infección o un proceso canceroso. Pero los biomarcadores no solo sirven para el diagnóstico de una dolencia, sino que los médicos echan mano de ellos para pronosticar cómo evolucionará una enfermedad, comprobar si el tratamiento está funcionando y, algo no menos importante, detectar de forma precoz un proceso patológico, incluso años antes de que aparezcan los primeros síntomas.
No cabe duda de que la sangre nos habla a través de los biomarcadores. Pero estos no son los únicos chivatos que circulan por nuestras venas. En efecto, recientemente los científicos han puesto la mirada en los grupos sanguíneos, los famosos sistemas HBO —los tipos de sangre A, B, AB y 0— y Rh, aunque hay que decir que hoy existen más de 350 grupos sanguíneos que están agrupados en treinta y seis sistemas, de acuerdo con el informe de la Sociedad Internacional de Transfusión Sanguínea del año 2018.
Según un artículo publicado el pasado mes de febrero en la revista Neurology revelaba una perversa relación entre el grupo sanguíneo y el riesgo de sufrir de forma prematura un accidente cerebrovascular o ictus. Este sucede cuando el flujo de sangre a una parte del cerebro se detiene, ya sea porque un coágulo de sangre obstruye un vaso sanguíneo o porque este se debilita o rompe. El ictus es la primera causa de mortalidad entre las mujeres españolas y la segunda entre los varones, según datos del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (GEECV-SEN); cada año se detectan 120.000 nuevos casos y 40.000 personas mueren tras sufrir un ataque cerebral. De hecho, cada seis minutos se produce un ictus en España. Pero aquí no quedan las malas noticias: los casos de accidentes cerebrales entre los jóvenes han aumentado un 25 % en las dos últimas décadas, y ya son 3.000 las vidas jóvenes segadas por esta enfermedad. “A pesar de esto, existe poca investigación sobre las causas de los accidentes cerebrovasculares tempranos”, dice Steven J. Kittner, neurólogo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland (EE. UU.) e investigador principal del citado estudio. Él y su equipo han descubierto, tras realizar diversos análisis cromosómicos, que el riesgo de sufrir un ictus temprano es un 16 % mayor en las personas con el grupo sanguíneo A y un 12 % menor en las portadoras del grupo 0.
Ante la pregunta de qué tienen que ver los grupos sanguíneos con la amenaza de padecer un ataque cerebral, los expertos se encogen de hombros. “Aún no sabemos por qué el grupo A confiere un mayor riesgo [de sufrir un ictus temprano], pero es probable que tenga algo que ver con los factores de coagulación de la sangre, como las plaquetas y las células que recubren los vasos sanguíneos, así como con otras proteínas circulantes”, comenta Kittner, que apunta que hay estudios que sugieren que las personas del grupo sanguíneo A tienen una probabilidad ligeramente mayor de desarrollar coágulos de sangre en las piernas, lo que se conoce como trombosis venosa profunda. “Claramente necesitamos más estudios de seguimiento para aclarar los mecanismos del aumento del riesgo de accidente cerebrovascular”, agrega el especialista.
Ahora bien, esta no es la primera vez que la ciencia establece un vínculo entre los grupos sanguíneos y el buen funcionamiento del cerebro, en especial, a medida que envejecemos. Por ejemplo, las personas del grupo AB, presente en solo el 3 % de la población, muestran un riesgo más alto de lo habitual de experimentar problemas cognitivos, como pérdida de memoria, a medida que cumplen años, según los resultados de un estudio a largo plazo en la revista Neurology de septiembre de 2014. En él, su autora, Mary Cushman, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Vermont, en Burlington (EE UU), afirmaba que los individuos del grupo AB tenían más posibilidades de desarrollar problemas de pensamiento y de memoria relacionados con la demencia que el resto de la población. Tanto Cushman como sus colegas cogieron los resultados con pinzas y advirtieron de que las personas con sangre AB no debían entrar en pánico por el temor de ver mermados sus recursos cognitivos en el futuro.
Sin ir más lejos, los factores de riesgo cardiovascular, en especial la diabetes, atenuaron la asociación entre la sangre y el deterioro cognitivo hallada durante la investigación.
A este respecto, hay que añadir que los grupos sanguíneos se han vinculado con una gran variedad de trastornos mentales, pero las asociaciones siempre han sido débiles. Hay trabajos que relacionan el grupo 0 con un mayor peligro de sufrir depresión y ansiedad; y el A con el riesgo de padecer trastorno obsesivo-compulsivo. En el caso de los niños, los portadores de los grupos sanguíneos 0 y B podrían estar más expuestos al trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
¿Y es posible que nuestra personalidad esté condicionada por el tipo de sangre? En Japón es común que te pregunten cuál es tu tipo de sangre, incluso en el transcurso de una entrevista de trabajo, ya que existe la creencia popular de que los grupos sanguíneos marcan la manera de ser. Es lo que se viene a llamar en el país nipón ketsueki-gata y que no pasa de ser una pseudociencia. Esta ancla sus raíces en un informe publicado en los años 30 del siglo pasado por el profesor Tokeji Furukawa en el Journal of Social Psychology. Furukawa estableció correlaciones entre ciertos tipos de personalidad y los grupos sanguíneos.
En general, las personas del grupo 0 son flemáticas, las del B, de temperamento sanguíneo (individuos alegres y con humor variable y difícil de encasillar); y las del A, melancólicas. Por su parte, las personas del grupo AB muestran caracteres mixtos. En la década de 1970, un periodista llamado Masahiko Nomi publicó varios libros sobre la relación entre los tipos de sangre y las personalidades, basada en los estudios de Furukawa, que llegaron a convertirse en superventasy sirvieron de altavoz para la popularización de los horóscopos de sangre.
Así, para muchos japoneses, las personas poseedoras del tipo B son alegres, extrovertidas, egoístas e irresponsables, las del tipo A, perfeccionistas, reservadas y obsesivas; las del tipo 0, optimistas, leales y crueles, y las del tipo AB, excéntricas, carismáticas, hipócritas y distantes.
Artículo publicado por Enrique Coperías
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