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La pandemia mundial de la soledad: estos son los verdaderos riesgos del individualismo

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Los síntomas del individualismo son cada vez más evidentes en nuestra sociedad. El psicólogo experto Luis Muiño nos cuenta en este artículo cuáles son los riesgos de esta epidemia silenciosa, cómo surgió y cómo combatirla.

En la primavera de 1976 la prensa informó de la muerte de Howard Hughes. Era el epílogo vital de un hombre multimillonario (llegó a ser el hombre más rico del planeta); director de cine; aviador (se convirtió en héroe cuando dio la vuelta al mundo más rápida de la historia); seductor al que se atribuyeron romances con Rita Hayworth, Ava Gardner y Elizabeth Taylor e inventor autodidacta. Pero fue un final trágico porque había desaparecido de la vida pública en la últimos década, que vivió como un ermitaño, desnudo y acosado por el miedo a los gérmenes. Exigía que sus ayudantes se sometieran a complicados ritos de lavado de manos y apenas comía: cuando murió, pesaba cuarenta kilos. El FBI tuvo que reconocerle mediante huellas dactilares, porque los que le conocían no hubieran podido identificar aquel cuerpo barbudo y con largas uñas consumido por años de desatención auto-infligida. Tenía, incluso, varias agujas hipodérmicas clavadas en las últimas semanas que nadie se había molestado en quitar.

El de Hugues es solo un caso más de hombres famosos que han muerto en completa soledad en nuestra época. Desde Ernest Hemingway hasta Chris Cornell, pasando por Elvis Presley, Enrique Urquijo, Michael Jackson o Avicii, son cientos los ejemplos en los que el aislamiento es un factor precipitador de la defunción ¿Son estos finales trágicos un reflejo del incremento de esta epidemia de aislamiento en el mundo moderno?

Había ejemplos de este tipo de desoladores finales en otras épocas: El Greco, Vermeer o Van Gogh tuvieron muertes similares. Pero el progresivo aumento del individualismo ha multiplicado el fenómeno. Asistimos, desde el siglo XIX, a una hipertrofia del yo. Y el mundo actual, en el que expresiones del tipo “quiero realizarme”, “hay que ser uno mismo”, “tengo una crisis de identidad” o “trato de encontrarme a mí mismo” son moneda de uso frecuente, es una culminación de ese proceso de egocentrismo.

La Generación Yo

¿Naciste después de 1970? Entonces perteneces a lo que Jean Twenge denominó “Generation Me”, “Generación Yo” Esta psicóloga caracteriza a esos individuos como inteligentes, arrolladores y dedicados completamente a sí mismos. Sus objetivos son siempre individuales, ya sea en el ámbito laboral (éxito profesional) como en el mundo íntimo (crecimiento personal) Twenge encuentra en ellos la huella de una educación basada en potenciar la autoestima. Recuerda un ejemplo clásico, el juego del círculo mágico: cada día, un alumno era “el gran niño” y todo el resto de la clase, en corro alrededor de él, tenía que listar sus virtudes y cualidades positivas.

¿Cómo surge el individualismo?

Ya hace más de cien años que Oscar Wilde afirmó que “amarse a sí mismo es el comienzo de un romance para toda la vida” Y varios autores argumentan que esta hipertrofia del ego se ha ido gestando a lo largo de la historia. Por ejemplo, el psicólogo Roy Baumeister apunta varios hitos cronológicos. El nacimiento del cristianismo, el Renacimiento y la Reforma protestante, la Ilustración, el movimiento romántico y finalmente, el impacto del capitalismo, nos han ido dotando de cuatro factores necesarios para el surgimiento del individualismo.

1. Autoconocimiento

En primer lugar, autoconocimiento: la práctica general de la confesión, por ejemplo, cambió la psicología individual.

2. Cambio de criterios que nos definen

En segundo lugar, el cambio en los criterios mediante los cuales nos definimos. Desde hace un par de siglos, la identidad deja de asociarse con el linaje familiar.

3. La relación entre el individuo y la sociedad

En tercer lugar, el tipo de relaciones entre el individuo y la sociedad: la rebeldía romántica, por ejemplo, aumenta la percepción de un yo en conflicto con el mundo.

4. Necesidad de autorrealización

Y, por último, la necesidad de autorrealización que se fomenta a partir del surgimiento del capitalismo.

El individualismo como estrategia vital

Hemos llegado a un mundo individualista en el que parece que se fomenta el yo. Edward Roberts, profesor del MIT, ha investigado como se promueve el ego en ciertos mundos laborales. En las empresas actuales se busca el desparpajo porque se cree que un  solo acierto es más importante que muchos fallos. En el imaginario colectivo de muchos empresarios está convertir su negocio en el próximo Apple, Amazon, Microsoft o Uber.

Ese individualismo, como toda estrategia vital, sirve para optimizar algunas de nuestras cualidades como seres humanos.

Libertad

Una de ellas es la libertad: en las culturas colectivistas estábamos rodeados de amor, pero el precio que pagábamos era someternos a la voluntad de aquellos que nos lo proporcionaban. En ese tipo de sociedades era mucho más difícil salirse de la norma.

Autoeficacia

La otra tiene que ver con nuestro desempeño. El psicólogo Albert Bandura acuñó el concepto de autoeficacia para hablar de cómo juzgamos nuestras propias capacidades. Sus estudios resaltan la importancia de nuestra forma de percibirnos. Según Bandura, lo que una persona piensa acerca de sus capacidades es mejor predictor de los logros que va a conseguir que su nivel de habilidad real. Si una persona cree que es muy buena haciendo algo, aumenta su eficacia. Nuestra vanidad puede hacernos más capaces.

“Todo es veneno, nada es veneno: depende de la dosis”, afirmó Paracelso. Como cualquier táctica, el individualismo tiene sus riesgos. Y el principal es esta epidemia de soledad tóxica, de aislamiento social involuntario.  Échale un vistazo a la web del “Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada”. En ella aparecen cifras impactantes ¿Sabes, por ejemplo, que un 13,4 % de personas sufren este tipo de aislamiento? ¿O que es un fenómeno que sufren tanto mujeres como hombres?

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Si sigues mirando estadísticas, comprobarás que ese sentimiento no se relaciona con el estado civil: singles y casados lo sufren en igual medida. Ramón de Campoamor decía que “No hay soledad más espantosa que la de dos en compañía”. Muchos estudios muestran que es fácil sentirse mal acompañados y que vivir solo no siempre significa sentirse aislado (menos aún en un mundo en que las nuevas tecnologías han hecho mucho por acercar unas casas a otras). Un último dato a tener en cuenta: hay que distinguir el aislamiento involuntario de la “Soledad Beneficiosa” (deseo de intimidad voluntario), que para muchas personas es deseable a menudo.  

Efectos de la soledad toxica

¿Qué efectos tiene esa soledad tóxica? ¿Por qué es importante la compañía nutritiva? Empecemos por un factor fácilmente cuantificable: la salud física. Concepción Arenal escribió que “Un hombre aislado se siente débil. Y lo es” La psicóloga Vicki Helgeson[1] encuentra en sus investigaciones varias causas para explicar el vínculo entre apoyo social y salud. Una de ellas, por supuesto, es que las personas que nos quieren nos ayudan a recibir tratamiento médico con más rapidez cuando nosotros minimizamos el problema. Además, los que se preocupan por nosotros favorecen que comamos mejor, tengamos un ritmo habitual de sueño o hagamos ejercicio físico, por citar tres pautas de autocuidado conscientes. Pero es que además parece que los demás nos ayudan a eliminar malos hábitos: un estudio[2] con más de 50.000 individuos mostró que la mayoría de los casos los malos hábitos de salud (tabaquismo, alcoholismo,…) tienden a desaparecer progresivamente cuando la persona empieza a convivir en pareja. Por supuesto, estos beneficios de la compañía solo ocurren cuando hay una relación realmente profunda con la persona que nos acompaña: los miembros de las parejas positivas que proveen apoyo mutuo tienden a la salud, sin embargo, las parejas cargadas de conflictos tienen peores condiciones biosanitarias que los individuos “singles”

En la salud mental, disminuir la soledad tóxica en nuestra arquitectura vital es igualmente importante. En el mundo actual, podemos cuidarnos a nosotros mismos a la vez que sentimos a los demás. Podemos ser interdependientes, vivir una vida autónoma pero relacionarlos al estilo de aquella inolvidable canción de los Beatles, con “la pequeña ayuda de los amigos”

El amor, la familia y la amistad como antídoto a la soledad

La enfermera australiana Bronnie Ware trabajó durante mucho tiempo con enfermos terminales. Conmovida por los testimonios que había escuchado, escribió un artículo sobre aquello de lo que se arrepentían los pacientes en su lecho de muerte. En poco tiempo el texto se convirtió en viral en Internet y Ware amplió sus conclusiones en un libro que tituló “The Top Five Regrets of the Dying”. En él recopiló muchos de los acontecimientos vitales que les hubiera gustado rectificar a aquellas personas a las que atendía. La mayoría de las decisiones que hubieran cambiado si volvieran a nacer tenían que ver con el amor, la familia, o la amistad. La vida (eso que nos sucede mientras nosotros estamos ocupados haciendo otros planes) va muy deprisa. Y es cierto que, en muchas ocasiones, aprendemos sus enseñanzas cuando ya es demasiado tarde para ponerlas en práctica. La cercanía de la muerte es la experiencia que más nos acerca a esa sensación: la difícil asunción de nuestro fin nos puede ayudar a entender qué es lo que realmente nos parece importante. Como decía Irvin Yalom, profesor de psiquiatría de la Universidad de Stanford “Si bien el hecho de la muerte, su fisicalidad, nos destruye; la idea de la muerte puede salvarnos” Antes de encontrarnos en una unidad de cuidados paliativos revisando nuestra vida, pensar en ese momento puedo hacernos recalcular nuestra ruta vital para buscar un camino que incluya compañeros de viaje.

Artículo escrito por el psicólogo Luis Muiño y publicado en el número impreso de Rísbel Magazine primavera/verano 2024.


[1] http://www.psy.cmu.edu/faculty/helgeson/papers.html

[2] http://www.smartmarriages.com/debunking.html

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