Elvis Presley: así construyó su estilo el Rey del Rock

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“El día que encuentre a un chico blanco que cante como un negro, ganaré un millón de dólares”

Sam Phillips, descubridor de Elvis Presley y fundador del sello discográfico Sun

El estreno, a comienzos de verano, del esperado biopic de Elvis Presley a cargo de Baz Luhrmann, con Austin Butler en el papel del “Rey del Rock”, ha hecho que muchos jóvenes descubran –y muchos adultos se animen a recuperar– a uno de los grandes iconos de la cultura popular del siglo XX. Nacido en Tupelo, Mississippi, el 8 de enero de 1935, y fallecido en su mansión de Memphis, Tennessee, 42 años después, Elvis Aaron Presley fue mucho más que un revolucionario musical. En sus años en activo, del 53 al 77, el artista pasó por diversas etapas artísticas y en ninguna de ellas dejó indiferente, entre otras cosas, por su peculiar concepción de la moda.

Si bien el periodo del 68 al 73 es el que ofrece la obra más destilada del cantante, con mayor variedad de registros estilísticos y una fascinante cartera de compositores, fue en su primera etapa, del 54 al 60, cuando Elvis cimentó su leyenda como baluarte del rock, un género musical que se había convertido en ariete y banda sonora de la primera generación de jóvenes que se rebeló contra sus mayores y reclamaba un lugar propio en la sociedad. No en vano la actitud e incluso el aspecto de Elvis son similares al de artistas coetáneos como James Dean y Marlon Brando, que representaron por igual el desencanto de su generación en películas como Salvaje (1953) o Rebelde sin causa (1955), dando lugar con sus estilismos a la conocida como estética bad boy.

Es justo entre el estreno de ambas películas cuando se produce la irrupción de Elvis Presley en el universo musical, con la grabación, en julio del 54, del tema That’s all right. Se registró en los estudios Sun Records, propiedad de Sam Phillips, el tipo que había pronosticado: “El día que encuentre a un chico blanco que cante como un negro, ganaré un millón de dólares”. Y allí estaba Elvis, un buen chico de Mississippi educado por su madre al arrullo de canciones góspel, con el blues sonando en cada rincón de su ciudad y el country, a cada momento en la radio de la cocina familiar. Aquel crisol sonoro confluyó en la fuente inagotable de talento que era Elvis. Y si bien él no inventó el rock, sí que le puso cuerpo, baile y ayudó a lanzarlo al mundo.

Elvis Presley junto a su sastre, Bernard Lansky.

Elvis Presley: un blanco vestido como un negro

Suele decirse que el rock es, sobre todo, actitud, y en ese terreno pocos artistas han logrado superar a Elvis Presley. Desde antes de saltar a la fama, el chico de Tupelo ya destilaba estilo. Cuando todos los jóvenes apostaban por los pantalones vaqueros y el pelo a corte militar, Elvis se dejaba el pelo largo para engominárselo y ahorraba cuanto podía para gastarlo en ropa “de negros” en algunas tiendas de Beale Street, una de las calles más efervescentes del Memphis de la época. A veces llevaba toreras y cinturones ribeteados, siempre en rosa o negro, imposible pasar desapercibido.

            Siempre al día de las últimas tendencias estilísticas entre los artistas afroamericanos, en cuanto empezó a ganar dinero Elvis se convirtió en un habitual de la sastrería de Bernard Lansky, en el 126 de la citada Beale Street, y en unos pocos años su imagen se haría tan popular que Lansky tomaría medidas a gente como Johnny Cash o Frank Sinatra. El chico le explicaba cómo quería vestirse, parecerse a Little Richard y a Tony Curtis al mismo tiempo –como en su música, también en su estilo Elvis combinaba a blancos y negros–, y Lansky intentaba satisfacer los deseos de su cliente más famoso.

Bernard Lansky se convirtió en el primer sastre de confianza de Elvis.
Fotografía propiedad de Elvis Presley Enterprises, Inc.

A Elvis le encantaba la ropa popularizada por los artistas de rhythm & blues afroamericanos, con aquellas llamativas camisas y chaquetas amarillas y rosas siempre combinadas con negro, aunque a veces también pedía hacer realidad ideas propias. Si con su forma de cantar marcó estilo, su forma de vestir no se quedó al margen, y a Lansky le llovieron los clientes. Sin embargo, no era fácil andar por Memphis vestido de rosa y negro con relucientes zapatos que combinaban negro y blanco y calcetines a juego. En la América del momento, en el Sur, aquello suponía una simpatía por los negros difícil de asumir por parte de las buenas familias temerosas de Dios.

Por eso los artistas del sector, igual de jóvenes o con más experiencia, reconocían que no había nadie como Elvis Presley. Había llevado a su propia vida la desafiante ruptura que suponía la música rockabilly. Tal vez había mejores cantantes o artistas más graciosos en el programa de la noche, pero ninguno tenía tanto carisma ni encanto como el chico de Tupelo.

Igual que fusionaba sus influencias musicales, Elvis también combinaba estilismos de artistas blancos y negros. Fotografía propiedad de Elvis Presley Enterprises, Inc.

Elvis: de niño bueno al estilo Sinatra

Podríamos dividir el vestuario de Elvis en tres etapas: la rockabilly de los años 50, la preppy de los 60 y la espectacular (para algunos, hortera) de los 70. En la primera destacan los trajes holgadados y camisas de grandes cuellos (estilo genuinamente afroamericano), además de jeans recogidos en los tobillos, calcetines blancos, mocasines de dos colores, chaquetas de estilo bomber, blazers de colores… y por supuesto, un cabello al estilo pompadour (con gran volumen), que peinaba hacia atrás aplicando tres tipos de ceras diferentes.

            Aquella imagen salvaje y desafiante para la sociedad wasp de la época se suavizó en los sesenta después de que Elvis regresara de cumplir el servicio militar en Alemania y su carrera se centrara en rodar películas –en su mayoría terribles– y grabar sus bandas sonoras. Su armario se llena entonces de trajes de dos piezas, jerseys de cuello alto y polos de punto. El cambio de su estilo musical –capitaneado en el sello RCA por el prodigioso guitarrista pero empalagoso productor Chet Atkins– tiene su reflejo en la decisión de Elvis de dejar la sastrería de Lansky para convertirse en cliente fijo de Sy Devore, el sastre “oficial” del clan Sinatra, entre otros grandes de Hollywood. Sus diseños y ejecuciones eran tan precisos, siempre personalizados al gusto de cada cliente, que Devore guardaba muchas de sus creaciones (entre ellas, las que preparaba para Sinatra y para Elvis) en cajas fuertes especialmente diseñadas.

Las chaquetas de cuero empezaron a aparecer en el armario de Elvis a comienzos de los sesenta.
Foto de Ann & Paul Beaulieu Photography Collection.

            A finales de los 50 y comienzos de los 60 había pocos artistas más populares en Estados Unidos como Frank Sinatra y sus amigos Dean Martin y Sammy Davis Jr., a los que se sumaban a veces gente como Peter Lawford o Joey Bishop, entre otros. La prensa los apodaba el Rat Pack o Clan Sinatra, y se definían por ser un grupo de artistas consagrados al hedonismo más puro y salvaje, haciendo gala, eso sí, del estilo más exquisito y refinado. Obedecían a un código no escrito que entroncaba con tradiciones mafiosas como la fidelidad o la ley del silencio; tal vez por eso no se llevaban demasiado mal los de uno y otro grupo.

            A Elvis le fascinaba la actitud vital del Rat Pack, especialmente la de Dean Martin, a quien admiraba como cantante desde su juventud. De hecho, el Rey llegó a tener una camarilla de amigos y colaboradores con la que se relacionaba con unas formas tan “de la familia”, que han pasado a la historia como “la Mafia de Memphis”. Pero además de su forma de cantar y su actitud en la vida, Elvis admiraba de Martin sus estilismos. Estos consistías en trajes de líneas muy estilizadas, solapas estrechas, mangas recortadas (para que se viesen mejor los puños de la camisa) y era más arriesgado en los tejidos, como ese mítico traje espejo de Dino o los abrigos de pelo de camello.

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En cuanto Sinatra y el resto vieron lo que Sy Devore estaba haciendo con Dean Martin, convirtieron al citado sastre en lo que ellos denominaban “el custodio de los trajes reales”, lo que suponía que no solo les diseñaba y hacía los trajes, sino que muchas veces los acompañaban en las temporadas conjuntas que compartían en Las Vegas para cuidar del perfecto estado de los ternos antes de cada función. A mediados de los sesenta, Sinatra contaba con más de 150 trajes de Devore, cuya sastrería de Beverly Hills se había convertido en la más popular de los mafiosos de la Costa Oeste. Más adelante, cuando el cantante quiso marcar distancias con el crimen organizado, se decantó por el corte inglés de Carroll & Co., Dunhill y otros maestros de Savile Row. Pero, para entonces, ya a finales de los sesenta, Elvis había encontrado un nuevo sastre que le acompañaría en la última etapa de su carrera.

En 1968 Elvis había desconectado con el público. Seguía teniendo millones de fans por todo el mundo, desde luego, pero la nueva generación lo veía ya, con apenas 32 años, como una vieja gloria, conservadora y anquilosada. La revolución hippie había estallado en el 67 y el pop y folk arrasaban por todas partes con nuevos sonidos y unas letras que hablaban del presente. Elvis no sabía nada de todo aquello, vivía inmerso en su torre de cristal y, de hecho, no tenía demasiado interés por todo ese mundo de mozalbetes irrespetuosos y consumidores de marihuana (aunque él comenzase ya por entonces con demoledores dosis de pastillas). Pero en el 68 se planteó un especial televisivo que ayudó a recuperar al artista y reivindicar su calidad artística y vocal; aquel 68’ Comeback special está considerado la “resurrección” musical más rotunda de la historia.

En los setenta, Elvis subrayaba la espectacularidad de sus directos con sus legendarios trajes de una pieza.
Fotografía propiedad de Elvis Presley Enterprises, Inc.

            En aquella ocasión, en la que cada detalle del espectáculo fue decidido con sumo cuidado, desde el vestuario a los escenarios y la escenografía, Bill Bellew se encargó de vestir a Elvis con diversos outfits, algunos de los cuales han quedado indelebles en la retina del espectador, como el traje de cuero negro con el que empieza el show y el blanco con el que se cierra.

Tras aquel especial televisivo, Elvis no tardaría en abandonar las películas para centrarse en giras por todo el país y, sobre todo, largas temporadas de actuaciones en Las Vegas. El artista llevaba casi una década sin actuar en público, todo debido a la torpe e interesada gestión de su manager kamikaze, el Coronel Tom Parker. Así que ahora que regresaba a la carretera, era necesario preparar un buen espectáculo que dejase asombrado al público. Ahí fue donde Elvis volvió a recurrir a Bill Bellew, quien preparó algunos diseños que combinaban las dos piezas de un uniforme de kárate, cinturón incluido, con un cuello alto y rígido con ecos napoleónicos. “Esos cuellos realzan el rostro –explicaba Bellow-, hacen que te fijes en la cara de quien los lleva, por eso los usaba la nobleza. En el caso de Elvis, su efecto era algo asombroso”; Bellow realizó varios modelos, en blanco, negro y azul oscuro. Elvis estaba entusiasmado con ellos, se sentía cómodo, le quedaban bien y le ayudaban a dar atractivo al show. Por otro lado, aquellos primeros trajes aún no desentonaban con la moda joven del momento, todavía marcada por la estética hippie, que recurría precisamente a una reinterpretación de diseños de siglos pasados en busca de originalidad.

Las extravagancias llegarían algunos años después, hacia el 73, cuando Elvis pidió a Bellew una revisión del diseño de los trajes. Las dos piezas fueron fundidas en una sola, un desconcertante mono con pantalones acampanados y todo tipo de complementos, desde flecos y tachuelas a mucha falsa pedrería, como lucían antiguamente los cantantes de country & western. De sus orígenes rurales tomaba Elvis también la idea gruesos cinturones con descomunales y refulgentes hebillas. Pero al margen de su vistosidad, los trajes debían permitirle agilidad. Le gustaba moverse por el escenario, y ahora además incluía pequeñas exhibiciones de kárate. Esa estrambótica coreografía resaltaba aún más cuando lucía alguno de sus trajes con capa. Había tomado la idea de otro de sus héroes de la infancia, el capitán Marvel. No era fácil aparecer ante miles de personas como si nada, y aquel atuendo le ayudaba a crear la fantasía de que era invencible, intocable; como el héroe del cómic, podría fulminar a cualquiera con un rayo, o tal vez, con una canción. Al comenzar o concluir alguna actuación se daba la vuelta y extendía la capa con sus brazos para enseñar el dibujo bordado en ella, y el público se volvía loco con aquella visión. Realmente parecía algo más que un simple cantante. De hecho, lo fue.

Artículo publicado por Javier Sánchez Márquez

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