Por Mateo Carrasco
Paisajes salvajes, playas eternas y atardeceres mágicos que avivan la imaginación y calman el espíritu. Sumérgete en Lanzarote, la isla interminable, la tierra prometida.
Cuenta la leyenda que en una tierra apartada, allí donde las brújulas no obedecen al magnetismo del planeta y donde los atardeceres se mezclaban con el rugir de las entrañas de la tierra, se escondía una ciudad tan valiosa y hermosa que atraía a exploradores de todos los rincones del mundo dispuestos a jugarse la vida por encontrarla. Entre una frondosa vegetación de cactus y palmeras y rodeada por aguas cristalinas y tranquilas, apareció esta isla a la que bautizaron con el nombre de Lanzarote, en honor al navegante genovés Lanceloto Malocello, quien la pisó por primera vez a comienzos del siglo XIV. Esta leyenda popular resuena como un mantra de buen agüero en este luminoso edén de playas exóticas, naturaleza salvaje y una gastronomía que premia a los sentidos con exquisitos platos típicos. Hoy, con las coordenadas perfectamente señaladas, el destino se revela como la propuesta perfecta a la que acudir para reencontrarnos con la naturaleza, el descanso, y sobre todo, para volver a conectarnos con nosotros mismos.
Playa de Papagayo, un paraíso de arena dorada y aguas turquesas
Al sur de Lanzarote se encuentra este tramo cuyo cabo ha sido bautizado con el mismo nombre. Alrededor se extienden ocho playas y calas vírgenes que encandilan a cuantos llegan hasta ellas para disfrutar de sus parajes. La Playa Mujeres, el caletón del Cobre, caletón San Marcial, Playa del Pozo, Playa de la Cera, Playa de Papagayo, caleta del Congrio y la Playa Puerto Muelas conforman la lista de espectaculares arenales de los que disfrutar en esta zona, accesible por el mar, a bordo de embarcaciones de recreo o a través de los caminos de tierra trazados a través de la naturaleza que las abriga. La Playa de Papagayo dispone de un aparcamiento en su zona más superior, en un risco desde el que se divisa el horizonte en ese punto en el que el azul del océano juega a difuminarse con el del cielo. Este lugar se transforma en un palco de honor desde el que contemplar la caída del sol se convierte en todo un espectáculo visual con el que poner el broche dorado a una jornada que ya se adivina inolvidable.
Tinajo y el Volcán del Cuervo
En el sector centro occidental de la isla se encuentra Tinajo, un municipio cuyo paisaje fue rediseñado gracias a las erupciones de los volcanes Timanfaya y Tinguatón, convirtiendo su suelo en una tierra tan fértil que ha permitido que la agricultura sea una de sus principales actividades económicas, especialmente el cultivo de la vid, que ha convertido la zona en una referencia enoturística.
Una de las paradas obligadas en esta parte de la isla es el Parque Nacional de Timanfaya cuyo paisaje, de matices cobrizosy carente de vegetación, es lo más parecido al planeta rojo que se encuentre en la Tierra. Ese panorama marciano nos lo encontramos también en el Parque Natural de Los Volcanes, un paisaje arisco y cortante en el que se halla La Caldera de los Cuervos, más conocida popularmente como Volcán del Cuervo. El acceso al parque se puede hacer desde Yaiza y Tinajo, las dos localidades más próximas y, desde el Centro de Interpretación recomiendan que, además de a los impresionantes conos volcánicos, prestemos especial atención a los líquenes, protagonistas únicos de esta impresionante superficie azotada por los vientos alisios.
Pueblo de Haría, el Valle de las Mil Palmeras
Continuamos nuestro recorrido por Lanzarote dirigiéndonos al norte de la isla, al pueblo de Haría, un municipio cargado de encanto que recibe el sobrenombre de Valle de las Mil Palmeras. Y no es de extrañar. Son incontables los ejemplares de esta especie que crecen entre las casas de baja altura y fachadas que se visten por completo de blanco. El color de esta aldea salpica la base del volcán de la Corona, de 609 metros de altura, cuya silueta se recorta frente al horizonte.
La imagen de postal y provista de aires orientales que regala esta población de montaña atrae a numerosos viajeros que llegan curiosos por conocer uno de los enclaves más peculiares de Lanzarote. El casco histórico acapara buena parte de su actividad, aunque también cabe la posibilidad de conocer sus a aledaños a través de tres paseos. Son los centrados en el barranco de Elvira Sánchez y el mirador del Rincón, el sendero del barranco de Tenesía y las cuevas de La Atalaya, así como el sendero del mirador de Haría y la montaña de Aganada.
Una de las paradas obligatorias en Haría es a la Casa del Palmeral o Casa Museo de César Manrique. La que fuera la última residencia del artista conserva un magnetismo tremendamente acogedor. Su universo más íntimo queda al descubierto a través de una ruta por el taller en el que el artista pintaba sus obras y donde el tiempo parece haberse detenido justo en el momento de su marcha. Allí guardan su memoria sus herramientas de trabajo y sus creaciones inacabadas. El recorrido por las estancias interiores de la vivienda puede completarse con la visita a la llamada Casa del Volcán, el hogar de Manrique durante dos décadas. La localidad cuenta con otros espacios que el visitante debe conocer antes de partir. Desde el Mirador del Río hasta Los Jameos del Agua, pasando por la increíble Cueva de los Verdes, el mercadillo de artesanía y la Casa China en el pueblo de Arrieta. Además, este municipio puede presumir de atesorar en sus pueblos costeros una variedad de piscinas naturales y playas que invitan al baño y a la práctica del surf.
Arrecife y sus rincones más especiales
Durante la segunda mitad del siglo XIX Arrecife se convirtió en la capital de Lanzarote. El carácter marinero de la población, el entorno natural del que goza y su patrimonio histórico y cultural han convertido a esta localidad en el lugar más atractivo de la isla. El Charco de San Ginés es uno de sus rincones más especiales, que le valió a la ciudad el sobrenombre de la Venecia del Atlántico. Se trata de un entrante de mar en el que fondean embarcaciones de pequeño calado con las que los pescadores salen a faenar a diario. A este trozo de la costa se asoman establecimientos hosteleros en los que se puede degustar la gastronomía local y donde las papas arrugadas compiten con los pejines, el sancocho y el gofio escaldado. Y de postre, indudablemente, hay que probar el frangollo.
Recorrer su paseo marítimo, incluido el bautizado como el Puente de las Bolas, es otro de los placeres que tiene reservado Arrecife. No hay que perderse tampoco la Casa Amarilla, el Parque José Ramírez Cerdá, la iglesia de San Ginés y el Centro de Innovación cultural El Almacén. La lista de lugares de interés incluye también el Castillo de San Gabriel, una fortaleza erigida en el siglo XVI para defender a la ciudad de los ataques que se producían desde el mar. Para el mismo fin se construyó, dos siglos después, el Castillo de San José, que hoy en día es la sede del Museo Internacional de Arte Contemporáneo de la ciudad.
Puerto del Carmen y sus playas
El sudeste de Lanzarote protege una de las zonas más turísticas de la isla, Puerto del Carmen. Sus diferentes playas son un motivo de peso para desplazarse a esta población costera: de Playa Grande a Playa Chica, sin olvidarnos de Los Pocillos y la Playa de Matagorda y otras en las que coincidirán los amantes de los deportes acuáticos como el submarinismo y el snorkel. Además, la lista de propuestas que se pueden disfrutar en Puerto del Carmen incluye desde excursiones en Kayak, SUP-Paddle Surf, Coasteering o senderismo hasta vuelos en parapente biplaza con un piloto profesional con la empresa Famaraiso Paragliding Lanzarote.
Otro de los planes tentadores de la zona es una experiencia emocionante a bordo de uno de los espectaculares catamaranes de Catlanza con el fin de recorrer la línea de costa que resguarda algunas playas paradisíacas. Los turistas que opten por quedarse en tierra podrán recorrer los centros comerciales y locales de moda que se reparten por la zona.
La Graciosa
Este pedazo de tierra de 29 kilómetros cuadrados consiguió hace tan solo tres años el reconocimiento de octava isla habitada de Canarias, a pesar de que únicamente la habiten 700 isleños. Ubicada al norte de Lanzarote, La Graciosa da la bienvenida a cuantos buscan un refugio natural conformado por playas solitarias y salvajes, alejadas del bullicio y la masificación turística.
La mejor forma de llegar a este territorio, en el que aún no existe el asfalto, es tomando un ferry cuyas salidas se producen cada 30 minutos desde el puerto de Órzola, al norte de Lanzarote. Una vez se desembarque en este islote, perteneciente a la Reserva Marina del Archipiélago Chinijo, no faltarán planes para conocerlo. Uno de ellos consiste en recorrer buena parte de su extensión en bicicleta, recurriendo a los senderos señalizados. Pedaleando se puede llegar hasta la playa de La Cocina, una cala que se halla al cobijo de la Montaña Amarilla, cuyo color dorado intenso contrasta con el azul cobalto de las aguas que la bañan.
No menos atractivas resultan las excursiones que pueden llevarse a cabo en embarcaciones de recreo con el fin de conocer sus fondos marinos. Permitirán pasar una jornada única, incluyendo almuerzos con un menú elaborado a base de platos típicos de la zona. Desde estas naves se pueden divisar las casas pintadas de blanco que configuran Caleta de Sebo, un pequeño remanso de paz en el que perder la noción del tiempo. Algo similar sucede en Pedro Barba, un conjunto de viviendas pintadas del mismo color y que parecen salidas de la nada, como si su existencia fuera parte de un secreto celosamente guardado para evitar que se rompa la tranquilidad que se respira en sus calles. Ni rastro de rótulos de neón, ninguna franquicia o boutique de lujo, solo coquetas tiendas de artesanía, decoración o moda boho chic regentadas mayormente por sonrientes extranjeros que irradian felicidad desde que llegaron a este rincón del Atlántico y cayeron presos de su embrujo.
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