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Despolitizando la paternidad: ¿Podremos defender la crianza de las injerencias de la ideología?

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El periodista Juan Soto Ivars plantea cómo el dogma de que lo personal es político se ha implantado de tal forma que tener hijos es, para algunos, un asunto público. A esta inclinación perversa la espontaneidad le plantea una batalla.

Cuando tuve al primer hijo, me propuse no convertirlo en material literario. No quería que la sublimación egocéntrica que los escritores aplicamos a todo cuanto nos rodea redujera a mi niño a una medio invención mía, ni que mi talento o falta de tal tiranizase el recuerdo de su niñez, ni que nuestra memoria quedara deformada por la prosa o la búsqueda de la palabra precisa de un tipo frente al ordenador. Antes prefería olvidar. Vivir y olvidar: a eso me suena la experiencia intensa y verdadera. El recuerdo es un fantasma de la vida y el olvido la condición de partida para experimentar la alegría y la tristeza desbocadas. Se nos propone olvidar a cambio de disfrutar y sufrir en el presente. Dado que la paternidad es la aleación más perfecta que conozco entre disfrute y sufrimiento, llegué a un pacto conmigo mismo: no escribir de ello. No tomar distancia.

La psicoanalista Mariela Michelena escribe en uno de los pocos libros que conviene leer antes de ser padre que el nacimiento de un hijo es una catástrofe en medio de la existencia. Es la pura vedad. Yo era de una determinada manera y vivía en consecuencia, mi mujer también. Éramos gente sin nudo. Los dos hacíamos lo que nos daba la gana. ¿Cenamos fuera? ¿Maratón de series? Oye, mira lo que te digo, hoy me voy a emborrachar. ¡Una resaca no suponía nada más que dormir hasta tarde al día siguiente! Dinosaurios gobernando la tierra hasta que el asteroide del hijo cambió el aspecto del planeta e inauguró la era de los ratones.

La política ataca la intimidad de las personas

Por supuesto la paternidad es fascinante. No hago reproches a los que escriben sobre sus hijos. Puedo admirar los textos de otros, pero no me los creo del todo. Cuanto más hermoso escribe un padre sobre los fenómenos que operan alrededor de una cuna, cuanto más sugestivas son sus metáforas, más distancia imagino yo entre el poeta y su parentela porque escribimos en el ensimismamiento y esto implica lejanía. No: yo quería el abrazo firme, completo. Vivir la infancia de mi hijo al natural, en privado, sin comunicarla al mundo o dar vueltas a la forma de transmitir lo que palpita a través de una membrana de papel. No quería ser convincente ni fabuloso para nadie que no fuera el niño, y luego, cuando nació la niña, la incluí en nuestro contrato de confidencialidad. 

Pues bien: si la literatura amenaza la vivencia íntima de la paternidad con la estilización, todavía más peligrosa es la política, que ataca la intimidad de las personas con la abstracción. 

El mantra de que “lo personal es político” está tan extendido que hoy se politizan hasta los colores de las patillas de unas gafas. ¿Visto de izquierdas o de derechas? ¿Río de forma correcta en los parámetros de mi identidad? Lo político amenaza nuestra espontaneidad, que es la capacidad para vivir sin sentirse culpable o intervenido por los debates públicos que invaden la vida íntima. Si lo personal es político, todo es políticamente trascendente y se vuelve asunto de los demás, objeto de escrutinio y debate. La casa queda abierta, marcada por el ruido de la polis. Miramos a través de los ojos de los otros bajo la música del qué dirán que vertebra la ideología.

La paternidad es un asunto de fácil acceso

Nos encontramos politizada la paternidad antes de llegar, cuando nos preparábamos para el primer nacimiento. Habíamos leído libros porque teníamos dudas y, aunque algunos eran buenos, la mayor parte eran políticos. Los autores presentaban sus ideas particulares sobre la crianza como si fueran un programa. Te hacían responsable de sus métodos: querían convertirte en un militante y según las reseñas en Amazon lo conseguían. Cuando los hijos no han aparecido es fácil dejarse engañar por la abstracción, y alguna vez tomamos Andrea y yo posiciones contrarias y llegamos a discutir como si nos enfrentáramos a un dilema sobre los impuestos o la estabilidad territorial.

La paternidad es un asunto de fácil acceso: basta con tener un hijo. También es fácil opinar, y todavía más acabar convencido de que la opinión de uno es redentora para otros. Cualquiera que haya tenido hijos podría escribir tratados sobre la forma más conveniente de criar. Esto tampoco es nuevo: los padres primerizos siempre han recibido los consejos y hasta los reproches de padres experimentados, de las suegras y abuelas, de las vecinas, de los compañeros de trabajo. ¡Así no, que lo haces mal! ¡Déjalo aburrirse! ¡Entretenlo! ¡Préstale atención! ¡No se la prestes! Las viejas te dirán que no puedes sacar a tu bebé en invierno y las jóvenes que lo mejor es que el frío los tonifique. ¿Biberón? ¿Estás loco? ¿Acaso quieres criar un terrorista? Cualquiera se siente con el derecho y hasta con la obligación de recomendar y censurar la crianza de los otros. Sin embargo, en los últimos tiempos, a esta vieja costumbre metomentodo se ha unido la politización, y los consejos caen asociados a etiquetas.

Tener hijos, tener ideas

¿Hay una forma de criar a los hijos que sea de derechas y otra forma que sea de izquierdas? Más todavía: el hecho de tener hijos ¿es de izquierdas o de derechas? Estos son debates activos, podéis leerlos en la prensa. ¡Es abrumador hasta dónde se inmiscuyen los prejuicios en nuestra vida privada!

Reconozco que la paternidad y la política tienen una relación estrecha y no me refiero a decisiones como elegir el colegio privado o público, religioso o laico. Sé que, a diferencia de muchos padres que han criado a sus hijos antes que yo, me beneficio de logros, cambios y guerras culturales. Ocupo la posición del padre con la idea fija de pasar tiempo con los niños, lo que se debe sin duda a cambios paulatinos de las ideas políticas. Disfruto de la misma baja laboral que la madre y me dan pena esos padres que más adelante han sido abuelos y entonces, con suerte, han descubierto la maravilla del bebé y del niño pequeño. Todo esto es cierto: la política ha hecho el viaje de la paternidad más intenso, más maternal, más presente.

La política actualmente significa orgullo e identidad

Sin embargo, como “política” ya no significa “gestión de los asuntos de la polis” sino fuente de orgullo e identidad, hay padres que examinan cada gesto cotidiano con los ojos de la división y los valores acuñados por otros. Se politiza la forma de llevar el embarazo, el parto, la lactancia, el chupete, el biberón, las nanas, los cuentos, los juegos, los juguetes, la ropa y por supuesto el reparto de tareas. Cada paso, cada ítem, tiene su partido de favorables y adversarios, y a cada decisión sencilla y genuina del amor se le puede achacar una determinada ideología, amiga o enemiga del futuro.

La mayor parte de los padres son gente normal, con sus virtudes y defectos, pero he conocido padres que se niegan a imponer una identidad de género a sus hijos y eligen para ellos nombres andróginos y extraños, y animan a los niños a llevar falda y a las niñas a jugar al fútbol, lo mismo que padres que llevan a sus hijos a misa o a la mezquita. He leído textos sobre la correcta implantación en la infancia de las ideas de la libertad sexual y el compromiso contra el cambio climático, sobre la protección de los menores de la supuesta pornografía de la educación sexual de la escuela, y desde el Estado notamos el afán de contrapesar cualquier posible idea anatémica en la infancia con planes de estudio dirigidos al adoctrinamiento ideológico de los hijos de los otros.

Confiemos en nuestra intuición

En suma, la crianza parece un coto de caza para los partidos y, por encima de ellos, para las ideologías. Es algo que constato cuando busco libros para mis hijos: para dar con un título potable, algo que sea simplemente imaginativo, hermoso y entretenido, hay que atravesar trincheras de educación emocional y alambradas de cursilería; despedazar títulos educativos con moraleja; desbrozar palabrería moralista. Ninguna otra esfera de la cultura está tan castrada por la corrección política y la censura como la literatura infantil y esta es una consecuencia de la politización de la paternidad. 

Se ven hoy padres y madres militantes de sus decisiones y dispuestos a considerar esquirol a quien no haga las cosas de la misma forma. Ante cualquier duda razonable que te plantee el reto de cuidar a unos niños, internet te ofrece vetos y obligaciones redactadas por fanáticos de lo suyo. Frente a esto, yo propongo que cada cual críe a sus hijos como le parezca. Que no permitamos que nadie se meta en esto. Que confiemos en nuestra intuición, producto de las fallas y virtudes de la educación que nos dieron nuestros padres. En la sala de espera para el paritorio, una gitana experimentada le dijo a mi madre algo sencillo: los niños sólo necesitan amor y un suelo fregado con lejía. Todo lo demás es accesorio. 

Artículo escrito por Juan Soto Ivars

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