La verdadera libertad consiste en vivir de acuerdo a nuestras decisiones y no a nuestras emociones.
Hay determinados momentos en los que uno se siente cansado, agotado, confuso, irascible, pequeño, impotente, desarraigado, incapaz de pensar con claridad, harto e incluso culpable por algo que ha hecho o dejado de hacer. Es en esos momentos cuando uno siente que es imposible seguir adelante, mantenerse firme y persistir. Es una sensación de no poder más y una necesidad imperiosa de huir, de abandonar, de dejarlo, de salir como sea de ahí. Sin embargo es precisamente aquí donde se encuentra escondida una gran oportunidad, ya que estamos tocando los límites de nuestra mente condicionada, una mente que encierra, esclaviza y somete. Esos patrones automáticos que atrapan el cuerpo, la mente y el alma, se han activado para forzarnos a abandonar, para renunciar a nuestro anhelo de libertad, para que nunca vayamos más allá de lo que nos han parecido hasta ahora unos límites insuperables.
Por todo ello, porque uno se ve precisamente dentro del infierno, es por lo que debe mantenerse firme como un elefante, ya que para poder avanzar, lo primero que es necesario hacer es no retroceder. Además ha de tener la fiereza de un león para seguir avanzando sin temor y, la visión de un águila para darse cuenta de que hay más en juego de lo que parece. Cada vez que superamos uno de estos límites que se viven como insuperables, estamos dando un paso más hacia nuestra verdadera libertad interior. Por eso hay varias preguntas sobre las que todos podemos reflexionar cuando sentimos que no podemos más:
1-¿Cuál es la incomodidad que estoy dispuesto a seguir soportando para descubrir lo que es verdad?
2-¿Estoy dispuesto a llegar hasta al final o me retiraré ante las críticas, las dificultades y los obstáculos que encuentre en mi camino?
Por eso no sólo es bueno y deseable no huir de dichos límites, sino que el ideal es incluso ir a buscarlos. Es precisamente en la “ciencia de los límites” donde radica nuestra gran oportunidad para mejorar, crecer, evolucionar y contribuir. Es como si por fin le plantáramos cara a esa voz interior que en un momento determinado nos hace bailar al son de la música que ella toca y nosotros, como simples marionetas, siguiéramos el paso que nos marca.
Sin embargo, ese baile lejos de traer alegría, trae miseria. Lejos de generar encuentro, genera desencuentro. Lejos de generar abundancia, genera escasez. Lejos de generar descubrimiento, avance y superación, genera estancamiento y deterioro. Lejos de ayudar a otros, les daña, les perjudica. Lejos de generar un mundo lleno de posibilidades, cierra por completo la puerta a un mundo de excepcionales oportunidades. Nuestro mayor oponente quiere tiranizarnos, hacernos arrodillar ante él. Quiere que le tomemos como nuestro amo y señor y esto, es algo que logra, cuando aunque protestemos, obedecemos.
Es precisamente cuando más notamos esa incomodidad tan familiar, cuando más tenemos que decir Sí a seguir avanzando, a seguir confiando, a seguir perseverando. Es un lanzarse con serenidad, confianza y entusiasmo en pos de nuestra libertad, en lugar de
atacar, huir, replegarnos, bloquearnos y volver a nuestra vieja y conocida prisión. Es el momento de pasar de la oscuridad a la luz.
Cuando notemos el peso de la prueba que cuelga como un lastre de nuestra espalda, lejos de tirar de dicho lastre con una mezcla de resignación, apatía y desánimo, hemos de sonreír, mostrar gratitud y avanzar con entusiasmo y confianza no importa lo mucho que pese el lastre y lo poco que avancemos.
Lo importante no es el resultado, sino el espíritu, el ánimo que traigamos a la lucha. Porque esa disposición, esa actitud ante la prueba, se aleja tanto de lo que parece lógico y razonable, es por lo que precisamente se puede alcanzar lo que no parecía posible.
La verdadera libertad consiste en vivir de acuerdo a nuestras decisiones y no a nuestras emociones. La libertad la ganamos momento a momento, cuando lejos de dejarnos llevar por el desánimo, por la fatiga, por la frustración, por la sensación de impotencia y por la desesperanza, elegimos sonreír, mostrar gratitud y avanzar con determinación y entusiasmo, no importa lo mucho que pese el lastre y lo poco que se avance.
Lo realmente significativo no es ni el resultado ni el cómo me siento, sino el espíritu que llevo a la lucha, al combate, a la arena. No hay mayor conquistador que quien se conquista a sí mismo. Al principio parecerá que no tenemos frutos y por eso tantas personas
abandonan. Son pocas las que perseveran hasta experimentar los resultados de su compromiso, determinación, persistencia y paciencia. Por eso es importante recordar que: en cada instante podemos decidir entre ser los protagonistas de lo que hacemos o una víctima de lo que nos sucede. En cada instante podemos elegir entre ser decididos o ser indecisos.
En cada instante podemos decidir entre creer en la magia o no creer en ella. En cada instante podemos decidir entre aprender de los errores o convertirlos en fracasos. En cada instante podemos decidir entre buscar resultados o buscar excusas. En cada instante podemos decidir entre hacer interpretaciones que nos ayuden o hacer otras que nos anulen. En cada instante podemos decidir entre hacer predicciones que nos inspiren o hacer otras que nos hundan. En cada instante podemos decidir vivir en libertad o vivir en esclavitud.
Si hay algo que nos define como seres humanos, es nuestra capacidad de decidir y no simplemente de seguir nuestros instintos. Cuando redescubrimos que somos libres para hacer nuevas elecciones, también empezamos a atisbar en el horizonte, la posibilidad de una vida nueva.
Artículo publicado en el número impreso de Rísbel Magazine nº 16, primavera verano 2021
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