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Cómo forjar un buen carácter: tips muy útiles para dejar de ser un cascarrabias

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Crear y estar inmersos en una cultura del carácter es importante a nivel personal porque este hecho es inherente al progreso y proceso de transformación humano

Si preguntáramos a alguna persona de tu entorno que te conoce bien, cómo eres, ¿Cómo crees que te describiría? ¿Qué cualidades resaltaría de ti? ¿Tal vez destacaría algún defecto también? ¿Crees que te conoces suficientemente bien para poder tener una idea clara sobre cuáles son los rasgos que más te caracterizan y las que más te faltan? Estas son sólo algunas de las preguntas que podemos hacernos en torno a la cuestión del carácter. Pero ¿qué es exactamente el carácter? ¿Quiénes son las personas de buen carácter? ¿y las de mal carácter? ¿es posible cambiar o mejorar el carácter?

Bien entrado el siglo XXI contamos con la gran fortuna de que hoy la neurociencia viene a aportar datos y conclusiones de sumo interés al respecto de intuiciones ancestrales que antaño ya se poseían. Aristóteles ya habló de la ética de las virtudes del carácter. Sin embargo, es hoy que numerosas investigaciones científicas vienen a arrojar luz sobre cómo somos y quiénes estamos apelados a ser.

Los estudios realizados en torno al tema del carácter son muy recientes. Uno de los primeros investigadores que hace apenas un par de décadas empezó a plantear junto con su equipo, las primeras propuestas fue Martin Seligman. Entre las conclusiones a las que llegaron destacaría:

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Que los seres humanos estamos cableados para desarrollar todas las virtudes del carácter. Rasgos como la superación, la perseverancia, la confiabilidad, la integridad, la paciencia, la creatividad, el perdón, la amabilidad, la gratitud o la seguridad en uno mismo entre muchas otras se encuentran en potencia en nuestro haber, de modo que con el acompañamiento de nuestras experiencias, la educación y la trayectoria de vida vamos desarrollando y traduciendo las potencialidades en hechos y acciones. Exactamente igual que el jardinero, sabiendo de los potenciales frutos que subyacen en el interior de la semilla, le aporta los cuidados necesarios hasta que ésta consigue germinar, crecer y convertirse en un árbol repleto de frutos.

Hoy sabemos también que todos los seres humanos poseemos lo que los académicos llaman las fortalezas del carácter. Son aquellos rasgos que tenemos más cultivados y que más nos describen, las que probablemente dirían de nosotros los que nos conocen bien.

Todos poseemos cuatro y cinco atributos que hemos ido trabajando a lo largo de nuestra biografía de forma explícita. Al tiempo, todos los seres humanos ostentamos, asimismo, aquellas dos o tres cualidades que dominamos en menor medida y en las que requerimos de profundizar más. Serían nuestros defectos del carácter.

La combinación del conjunto de virtudes del carácter y le grado de maduración en cada una de ellas es lo que conforma el carácter de las personas. Por todo ello, no existen dos personas con el mismo carácter por cuanto es esta manifestación de nuestra humanidad que nos hace únicos e irrepetibles.

Llegados aquí, la pregunta del millón es: ¿cuáles dirías que son las fortalezas y los defectos de tu carácter? Esta pregunta reside en la esencia misma de nuestro proceso de crecimiento y transformación. Como psicóloga durante más de dos décadas de ejercicio profesional, en numerosas ocasiones me he encontrado con personas conscientes de la importancia de este hecho pero desencaminadas en la forma de profundizar en ella.

En el ámbito de la psicología son abundantes los tests, cuestionarios y pruebas de toda índole que indagan en la personalidad de los sujetos. Algunos de ellos están científicamente validados con finalidades muy concretas. Otros son pura palabrería sin fundamento alguno que se usan como el sustitutivo de la verdadera y profunda reflexión. Muchas personas las utilizan como si se tratara de información confiable sobre quiénes y cómo somos y en qué tipo de persona quisiéramos convertirnos. Sin embargo, esta pregunta fundamental sólo puede ser respondida a través de una mirada introspectiva capaz de trazar una hoja de ruta para orientar nuestros esfuerzos hacia la superación y el desarrollo de nuestras virtudes más débiles y escasas.

Hasta hace algunos años permanecíamos convencidos de que los primeros años de la vida humana son los verdaderamente estratégicos en la formación del carácter. Y que, transcurrida esa etapa, ya nada había que pudiéramos hacer para pulir alguno de nuestros rasgos más molestos y conflictivos.

Sin embargo, la neurocientífica Carol Dweck ha descubierto que esta afirmación no encuentra aval alguno en la ciencia. Ella describe esta forma de describir la realidad como el modo de pensar fijo que no dispone de evidencias científicas que la respalden y garanticen su aplicabilidad en el engranaje humano. Más, lo que ella denomina el modo de pensar en desarrollo es lo que explica la articulación de nuestro funcionamiento. Y es que sabemos que si focalizamos nuestros esfuerzos y energías en el desarrollo de cualquier rasgo de nuestro carácter –pongamos por caso, la paciencia o el optimismo- podemos llegar a desarrollarla.

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La neurociencia demuestra con datos cómo cambian hasta las estructuras físicas de nuestro cerebro cuando las entrenamos en las lides del aprendizaje de las virtudes del carácter. Esto es lo que conocemos como la neuroplasticidad del cerebro. Y no posee fecha de caducidad alguna.

En cuántas ocasiones no habremos presenciado el desarrollo de rasgos importantísimos del carácter en personas que atraviesan su tercera edad. Crear y estar inmersos en una cultura del carácter es importante a nivel personal porque este hecho es inherente al progreso y proceso de transformación humano. Pero no es menos trascendental a nivel colectivo. Que el florecimiento del carácter sea un objetivo de fondo de la sociedad en su conjunto -los medios de comunicación, el sistema educativo, la gobernanza política, etc- es la clave para poder afrontar todos los retos que hoy en día a nuestra civilización acechan. Al fin y al cabo, las colectividades están compuestas de individualidades. Y quién dudaría, a estas alturas, de que los que hayan forjado mejor carácter serán los más preparados para poder hacer frente a los desafíos de nuestro tiempo.

Artículo publicado por Rosa Rabbani

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