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Steve McQueen “The King of Cool”, mítico y mundano

Biografía Steve McQueen
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Por Armando Cerra

Steve McQueen, la machista y lacónica estrella de cine estadounidense de los años sesenta y setenta, un día se dio cuenta que quería recuperar todo aquello que le había sido regalado y que había despreciado.

La película que lanzó al estrellato a Steve McQueen (24 de marzo de 1930 – 7 de noviembre de 1980) fue un western memorable: Los Siete Magníficos. McQueen no era el protagonista, tampoco el mejor pagado, ni el personaje más enigmático, ni siquiera se lucía con brillantes frases. De hecho, el pistolero que encarna McQueen habla más bien poquito. Tan poquito que, cuando su agente vio las escasas líneas de diálogo, le pidió explicaciones al director de la cinta. La respuesta de John Sturges fue clara: “Tranquilo, no habla mucho, pero le daré la cámara”.

Y desde luego que lo hizo. Sturges ha sido un maestro del Séptimo Arte y sabía que la cámara adoraba a Steve McQueen. Sus sonrisas, muecas, gestos y sobre todo su mirada. Unos ojos azules que eran un abismo tan profundo como violento, capaz de seducir y mostrar vulnerabilidad en décimas de segundo. El propio actor lo resumió a su modo: “hay algo en mis ojos de perro lanudo que le hace pensar a la gente que soy mejor de lo que soy”.

Porque lo cierto es que, tras el mito que se venera, hubo una persona bien distinta. Una personalidad con lagunas oscuras y aristas mucho menos encantadoras que su legado cinematográfico. Era todo un carácter, por momentos en el peor sentido de la palabra. Un temperamento difícil que en gran parte se fraguó en su niñez. Al fin y al cabo los astros de las artes, como simples mortales que son, también tienen biografías marcadas por sus orígenes.

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Una infancia dura

Terrence Steven McQueen vino al mundo en marzo de 1930 en Beech Grove, un aburrido lugar de Indiana. A esa ciudad llegaría 9 meses antes un aviador acrobático que recorría Estados Unidos haciendo shows y enamorando a jovencitas. Una de esas incautas fue Julia Ann, que con solo 19 años quedó embarazada de aquel piloto de pacotilla, el cual voló del nido antes del parto, dejando al pequeño sin padre de por vida.

Así que la madre acuciada por la responsabilidad (y su tendencia a la botella) dejó al retoño al cuidado de sus abuelos y luego creció en la granja del tío Claude de Missouri, donde pasó una infancia más o menos feliz. La progenitora reaparecía cada poco tiempo, generalmente acompañada de una nueva pareja que desequilibraba la vida del crío. Sin olvidar que su comportamiento de natural rebelde acarreaba alguna que otra paliza por parte del padrastro de turno.

Lo más parecido a un padre fue el tío Claude, de quién siempre guardó un grato recuerdo. Aunque en sus declaraciones posteriores dejaba traslucir que era una persona excesivamente estricta. Tal vez por eso, con apenas 14 años, una noche abandonó la granja sin tener ningún plan preconcebido. ¡Solo vagabundear! Lo cual obviamente le convirtió en un ladronzuelo.

Su incipiente carrera criminal se cortó al ser detenido por la policía robando tapacubos de coche. Era un menor, de manera que fue entregado a su madre y al padrastro de esa época, del cual recibió una última paliza. Tras eso el chico acabó en un reformatorio en California. Ahí permaneció hasta los 16 y con el tiempo valoró aquel periodo como una fase clave en su desarrollo. De hecho, décadas después, ya siendo una estrella volvía para charlar con los nuevos jóvenes descarriados y contarles como había transcurrido su vida. ¡Tenía tanto que contarles!

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Espíritu rebelde y por moldear

Tras dejar el reformatorio, regresó a las calles. Dio tumbos por el país y trabajó de leñador, en un burdel, viajó con un circo, se embarcó en la marina mercante o se ganaba algunos dólares con sus puños. Como esos personajes turbios e indomables que luego plasmaría en la pantalla. Incluso siguió en ese rol al alistarse en los marines.

Pasó tres años vistiendo el uniforme. Al principio alternando la faena de limpiar los cascos de los buques con el tedio del calabozo. Llegaba ahí por los más variados motivos, desde alargar un permiso de horas durante 14 días hasta trucar el mecanismo de un carro blindado para que corriera más. Sin embargo, la disciplina militar hizo mella. Steve McQueen dijo que el ejército le convirtió en un hombre. Tanto que formó parte de la guardia de honor del Presidente Truman y tras salvar la vida de varios compañeros durante unas maniobras en Alaska, acabó por licenciarse con honores.

Volvía a ser un civil. Se instaló en Manhattan, sin oficio ni beneficio y sin nadie que moldeara su genio. Con poco más de 20 años había vivido mil y una experiencias capaces de marcar incluso a la persona más equilibrada. Sin embargo, ese rasgo nunca definió a Steve McQueen. Es inimaginable saber que le pasaba por la cabeza a aquel veinteañero que vivía en el Nueva York más bohemio. Su vida pudo virar hacia cualquier rumbo, pero para su fortuna y para la nuestra, se encaminó hacia el mundo de la interpretación.

En aquellos años de posguerra, el gobierno ofrecía una ayuda a los exmilitares para formarse y reintegrarse en la sociedad civil y él aprovechó ese dinero para entrar en una academia de actores. Le atraía ese ambiente y sobre todo sabía que era un medio fabuloso para conquistar chicas.

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Su primer matrimonio y su primera película

Sin duda, cumplió como el mujeriego empedernido que era, pero también descubrió su pasión por el oficio. Al fin, en 1955, llegó un contrato en Broadway. No fue el papel de su vida. Acabó despedido por conflictivo y su excesivo afán de protagonismo. Pero fue el comienzo. Además conoció a su primera esposa, Neile Adams, una joven actriz de origen filipino. Por cierto, tía de Isabel Presyler, aunque esa es otra historia.

Aquella chica despuntaba en los escenarios neoyorquinos. Sin embargo, un día se cruzó con el amor de su vida. Con esos ojos azules tan hondos, tiernos y duros a un tiempo, le dijo: “Hola, eres muy guapa”.

Neile, todavía viva, lo sigue recordando. Aunque su matrimonio estuvo jalonado por infidelidades, abusos de alcohol, drogas y más de un golpe, no se ha cansado de evocar aquel instante y los grandes momentos que vivió con su conquistador. Reconoce que fue un machista violento, pero se puede leer en su biografía o en numerosas entrevistas el amor que le profesó. Nunca ha renegado de ello.

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Ella ayudó a que despegara su carrera, compartiendo representante y dándole infinidad de consejos, como que cambiara su nombre a Steve. A su lado tuvo el primer papel cinematográfico. Muy corto y a la sombra de otra intensa mirada azul: Paul Newman. Fue en 1956 y la peli era Marcado por el odio. Un título premonitorio, ya que se diría que Steve McQueen enfocó desde entonces su carrera a estar por encima de aquel otro galán. Y por supuesto sus caminos se cruzaron de nuevo.

Fue muchos años después, en 1974 en El coloso en llamas. Entonces, ambos eran dos estrellas absolutas. De hecho, Steve McQueen había sido el actor mejor pagado gracias a Papillon, peli del 73. Sin embargo, el duelo con Newman lo llevó a niveles patológicos. Peleó para salir antes en los créditos, aunque tuvo que consentir que el nombre de su antagonista apareciera más arriba. Recortó la visera de su casco de bombero para lucir mejor sus ojos. Pidió más líneas de diálogo. O exigió ser el último en hablar.

Tales exigencias no eran delirios de una estrella. Antes de serlo, ya era así. Un competidor nato. En todas sus películas tuvo problemas con la producción, los directores o los compañeros de rodaje. Una manifestación de sus inseguridades. Sabía de sus virtudes, pero no ignoraba sus carencias. No tenía cultura, no era muy alto, no era un gran conversador, se sentía en muchas ocasiones acomplejado frente a otros actores y además no sabía reprimir sus brotes violentos. Todo eso le hacía vulnerable y lo ocultaba con caprichos de divo.

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La fulgurante carrera cinematográfica

Vivir en una reivindicación constante le hacía involucrarse al máximo en cada proyecto. Cuando en 1958 logró su primer papel protagonista en la serie Wanted. Dead or Alive, acabó revisando todos los guiones para adaptarlos al mayor enriquecimiento de un personaje que fue un éxito total.

Eso le abrió las puertas para su pistolero en Los Siete Magníficos de 1960. Y después llegó una sucesión meteórica de títulos inolvidables. Amores con un extraño junto a Natalie Wood o la emblemática La Gran Evasión de 1963. Luego Cincinnatti Kid en el 65 y su única nominación al Oscar por el Yang-Tsé en llamas al año siguiente. O su intento de mostrarse como el hombre sofisticado que no era en El caso de Thomas Crown de 1968.

Toda la industria conocía que era un tipo incómodo y caprichoso. Los romances con las actrices y mujeres del equipo eran habituales, aunque tampoco tenía reparo ni recato para contratar a prostitutas. Sus adicciones al alcohol, la marihuana, la cocaína y otras frituras variadas lo hacían mentalmente inestable. Ganaba mucho dinero y lo hacía ganar, pero era una bomba de relojería. Así pues, para poder desarrollar los proyectos que deseaba materializar, el propio McQueen creó su productora de la que surgió otra obra genial en 1968, Bullit.

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Nueva esposa y abandono del cine

Estaba en la cumbre,  pero su matrimonio era un desastre. Solo lo salvaba el amor por sus dos hijos. Quién no había conocido a su progenitor, estaba empeñado en ser el mejor padre. Aun así, Neile se cansó de cuernos, juergas, desprecios, celos y golpes. El divorcio llegó en 1972, el mismo año que él rodó La Huida y conoció a su segunda esposa, Ali MacGraw, una estrella gracias a Love Story, pero cuya carrera se truncó al casarse en el 73, ya que Steve McQueen le obligó a dejar el cine.

Él también lo dejó en 1974, justo tras su enfrentamiento con Newman. ¡Cómo si hubiera alcanzado la meta! Ahora optaba por sus carreras de velocidad, sus hijos y sus juergas. Desde ese año y hasta el 78 no hizo ninguna cinta. También ese año se volvió a divorciar de su segunda esposa. Tanto Ali MacGraw como Neile Adams siguen reivindicando el gran amor que supuso McQueen. Hace poco confesaba que con él vivió momentos maravillosos pero otros horribles. Era el hombre más encantador del mundo o un monstruo, algo que en gran parte dependía de la cantidad de alcohol y de estupefacientes que hubiera tomado. En uno de esos momentos lisérgicos, la echó de casa, lo que supuso el fin de la pareja.

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Los últimos años

En esa alternancia de serenidad y locura, en algún momento de tranquilidad el actor decidió regresar al cine. Trataba de recuperar viejos laureles y también la forma física, ya que años de excesos comenzaban a hacer efecto en su cuerpo. Sin embargo, ya ninguna de sus pelis le llevaron tan alto como en el pasado. Salvo la última de todas en 1980, The Hunter o Cazador a sueldo. Ahí volvió a ser un actor valorado. Y por si fuera poco ese mismo año se volvió a casar una tercera vez. En esta ocasión fue la modelo Barbara Minty, una bellísima veinteañera.

No obstante, el destino le tenía reservada una mala (más bien pésima) noticia: tenía un cáncer de pulmón sin cura. Esa imposible sanación no la terminó por comprender. Hizo todo lo que la medicina oficial le permitió para curarse. Y aunque los doctores le dijeron que la enfermedad había inundado su organismo, se negó a aceptarlo. De modo que recurrió a profesionales de bastante menos prestigio, pero que a cambio de sustanciosas cantidades de dinero le prometían la salvación. De esa manera, se sometió a tratamientos e intervenciones nada recomendables, hasta que finalmente su corazón colapsó en un hospital de Ciudad Juárez, México.

Era un siete de noviembre de 1980. Ese día murió el hombre, con sus muchas, muchísimas imperfecciones. Un ser mundano, como todos. Pero ese día también le sobrevivió el personaje admirado y venerado. Un mito, como pocos.

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