El psicólogo Luis Muiño reflexiona sobre el amor romántico en una de sus intervenciones más comentadas para el ciclo Aprendemos Juntos de BBVA. En un vídeo de apenas seis minutos, el divulgador desmonta algunas de las ideas más arraigadas sobre las relaciones de pareja, a partir de una historia real que funciona como metáfora de cómo aprendemos a amar: a través de idealizaciones, clichés y expectativas heredadas.
Muiño es una de las voces más influyentes en psicología actual. Licenciado en Psicología Clínica por la Universidad Complutense de Madrid, acumula más de tres décadas de experiencia en consulta privada y divulgación. Es autor de títulos como La trampa del amor y Mi cabeza me hace trampas, y forma parte del equipo de Entiende Tu Mente, uno de los pódcast más escuchados en español sobre bienestar emocional y desarrollo personal.
En esta intervención, el psicólogo se pregunta por qué seguimos repitiendo modelos de amor que nos hacen daño. Y lo hace con claridad, sin dramatismos y con ejemplos cercanos. Desde Romeo y Julieta hasta las comedias románticas actuales, Muiño expone cómo los mitos románticos condicionan nuestra forma de vincularnos y explica por qué tantos conflictos emocionales que aparecen en consulta tienen su origen en relaciones afectivas poco sanas.
¿Qué tipo de amor estamos repitiendo?
La historia con la que arranca Luis Muiño en su intervención para Aprendemos Juntos parece sacada de una novela breve: Luigi, un joven italiano de los años 50, escribe con devoción cartas a su novia. Sus amigos las leen, se emocionan, le piden que comparta también las respuestas. Y él lo hace. Durante años, todos creen en aquella historia de amor. Hasta que alguien, por accidente, descubre la verdad: Luigi se ha estado escribiendo a sí mismo. Las cartas de ida y vuelta salían de la misma mano. La novia nunca existió.
Pero lo más impactante no es el engaño. Es lo que revela: que incluso una historia completamente ficticia puede parecernos real si está construida con los códigos del amor romántico. “Las cartas las fabricaba él mismo, como se fabrica, en realidad, el amor: a base de idealizaciones, a base de clichés románticos”, apunta Muiño.
A partir de ahí, el psicólogo desmonta, uno a uno, los pilares sobre los que se sostiene la narrativa del amor tal y como nos la han contado: con drama, con sacrificio, con posesión y con promesas que pocas veces se cumplen sin pasar factura. El ejemplo de Romeo y Julieta, como referente cultural eterno, le sirve para ilustrar lo absurdo de seguir repitiendo patrones que nacieron en otro tiempo, en otro contexto, y con otras urgencias. “Seis muertos en tres días”, dice Muiño sobre la tragedia de Shakespeare. Y añade, con ironía: “Lo que quizás no se le ocurrió a Shakespeare es que, en pleno siglo XXI, tratemos de repetir Romeo y Julieta y creamos que eso es una bella historia de amor”.
El peso cultural del amor que duele
A lo largo de la charla, Muiño insiste en una idea central: buena parte del sufrimiento emocional que acompaña a las relaciones de pareja no nace de lo que ocurre en ellas, sino de lo que creemos que debería ocurrir. Las películas, las canciones, los libros… Todos alimentan una expectativa que, tarde o temprano, acaba rompiéndose. “El amor es muy fácil de fingir porque, desgraciadamente, nos han enseñado una forma de amar tan encorsetada que cualquier historia de amor se parece a otra”, explica.
Desde su experiencia como terapeuta, afirma que el 90 % de las personas que llegan a su consulta lo hacen por conflictos afectivos. Aunque vengan por otros motivos —una mala relación con sus padres, un jefe tóxico, una crisis personal—, el amor siempre termina apareciendo. “Somos ciudadanos del siglo XXI tratando de manejar hormonas que están ahí desde el Paleolítico y con instituciones que se crearon en el Imperio romano, como el matrimonio”, resume con claridad.
Con estas ideas como base, Luis Muiño escribió La trampa del amor, un libro donde no propone recetas, pero sí preguntas. Su intención no es enseñar a querer mejor, sino a identificar qué nos sobra cuando queremos. Y lo que sobra, muchas veces, es esa mezcla de adicción, idealización y posesividad que nos hace perder de vista lo importante: cuidar sin perderse, acompañar sin absorber, crecer sin anular al otro.
Él lo llama “amor posromántico”. Un amor sin corsés culturales, sin la obligación de cumplir papeles heredados, sin repetir guiones escritos por otros. Un amor donde quepan dos personas completas, no medias naranjas buscando encajar.