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Por qué sentimos dolor: los diferentes tipos de dolor (y los factores que lo agravan)

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No todos los dolores son iguales. Dependiendo de la causa, cada dolor requiere una terapia específica. Un equipo de científicos dirigido por la ETH de Zúrich ha desarrollado un método que permite a los médicos distinguir mejor entre el dolor físico y el psicosocial.

El dolor intenso, agudo y sordo, suele tener causas físicas. El motivo más común de un dolor es un trastorno musculoesquelético que se manifiesta por una sensación desagradable, como un pinchazo, un hormigueo, una picadura, un ardor o una molestia.

Sin embargo, muchas personas sufren lo que los médicos conocen como dolor crónico, que puede durar semanas, meses e incluso años, y que puede estar provocado por una larga lista de causas, desde una lesión, una quemadura o una infección hasta una artritis o un cáncer.

La intensidad de un dolor suele fluctuar entre leve e insoportable. Y la tolerancia a él varía considerablemente de una persona a otra. Mientras que algunos individuos experimentan una gran dificultad para soportar el dolor de un pequeño corte en la piel o un hematoma, otros no dicen ni mu tras sufrir una fractura de hueso o ser heridos con un arma blanca.

El dolor suele tener un componente físico y otro psicosocial

Esta capacidad para tolerar el dolor está influenciada por el estado emocional, la personalidad y las circunstancias individuales. Por ejemplo, un futbolista puede no sentir una lesión importante durante todo un partido, pero retorcerse de dolor poco después de que el árbitro pite el final del partido. Y más aún si su equipo ha perdido.

Sin duda alguna, los factores emocionales, psicológicos y sociales afectan a cómo percibimos el dolor y reaccionamos ante él. «El dolor suele tener un componente físico y otro psicosocial», explica Noemi Gozzi, de la Escuela Politécnica Federal (ETH) de Zúrich, en Suiza.

La neurociencia moderna considera el dolor como un proceso que integra información sensorial, cognitiva y emocional proveniente tanto de amenazas reales como potenciales. A nivel físico, el dolor comienza con la activación de unos receptores especializados en la piel, los músculos y otros tejidos que reciben el nombre de nociceptores. Estos responden a estímulos potencialmente dañinos para el organismo, como lesiones, inflamación o temperaturas extremas.

Regiones del cerebro implicadas en la gestión de los dolores

Pues bien, los nociceptores convierten estos estímulos en señales eléctricas que viajan a través de fibras nerviosas hacia la médula espinal y desde allí a la neuromatriz del dolor. Este es un conjunto de estructuras de la corteza cerebral y de regiones ubicadas en la profundidad del encéfalo; entre ellas, la corteza insular, el cerebelo, el tálamo, la corteza cingulada anterior y los lóbulos parietal y temporal.

De ahí que las creencias y las emociones sean capaces de activar por sí mismas dicha neuromatriz y provocar e incluso perpetuar el dolor sin la necesidad de la activación de los nociceptores.

Emociones como el estrés y la depresión pueden amplificar la percepción del dolor

Es aquí donde entra en jugo el componente psicosocial del dolor. Emociones como la ansiedad, el estrés y la depresión pueden amplificar la percepción del dolor. Esto puede ocurrir a través de mecanismos como una mayor atención hacia la sensación de dolor o una disminución en la capacidad del cerebro para regular o mitigar las percepciones dolorosas.

Diversas investigaciones han confirmado la correlación positiva, por ejemplo, entre el catastrofismo, esto es, la tendencia a generar pronósticos irracionalmente negativos en relación con una amenaza percibida, y la intensidad que se percibe de un dolor.

Las expectativas sobre el dolor y las creencias acerca de su manejo también pueden modificar cómo una persona experimenta el dolor. Por ejemplo, si esta cree firmemente que un tratamiento será efectivo, es más probable que experimente un alivio significativo a través del efecto placebo.

El efecto calmante de familiares y amigos

Es más, la presencia o ausencia de sostén social es clave en la experiencia del dolor. El apoyo emocional de amigos y familiares casi siempre proporciona un efecto amortiguador contra el dolor, mientras que la soledad o el aislamiento social pueden exacerbar la percepción del dolor.

Por último, las normas culturales influyen en cómo expresamos y manejamos el dolor. En algunas civilizaciones, puede ser común minimizar la expresión del dolor, sobre todo entre los hombres, mientras que, en otras, expresarlo abiertamente es más aceptado e incluso recomendado.

Si bien el dolor incide claramente en el funcionamiento diario de las personas afectadas, no se comprende por completo el alcance total de su impacto en la calidad de vida. Los expertos apuntan que hay que profundizar en las imbricadas asociaciones que existirían entre los factores psicosociales, la intensidad del dolor y la discapacidad relacionadas con el dolor, especialmente en los casos crónicos.

Angustia, fatiga y sueño

Así, en un estudio publicado el pasado mes de junio en la revista Nature por Live Landmark y sus colegas de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Educación, en la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, podemos leer que existen «unas asociaciones significativas entre todas las variables psicosociales y la discapacidad relacionada con el dolor» y que «los problemas de sueño y la intensidad del dolor se identifican como contribuyentes principales del problema, junto con la angustia psicológica y la fatiga».

A la hora de manejar el dolor, los médicos hacen todo lo posible por tener en cuenta todos estos detalles en sus prescripciones terapéuticas. Sin embargo, hasta ahora ha sido difícil separar claramente el componente físico y el psicosocial del dolor manifestado por un paciente.

Los doctores suelen basarse en enfoques relativamente sencillos para determinar el dolor y su intensidad, así como su grado de discapacidad, a partir de las descripciones subjetivas del paciente. Esto conduce a menudo a terapias inespecíficas, aseguran los expertos de la ETH de Zúrich.

Los efectos indeseables de los analgésicos opiáceos

Sin ir más lejos, los analgésicos opioides, como la codeína, el fentanilo, la oxicodona y el tramadol, se siguen utilizando con frecuencia a pesar de todas sus desventajas: los indeseables efectos secundarios, la disminución de la eficacia con el paso del tiempo, el riesgo de volverse adicto a ellos e incluso el riesgo de morir por sobredosis.

En los últimos años, el grupo de Stanisa Raspopovic, de la ETH de Zúrich, al que pertenece Gozzi, ha colaborado con investigadores del Hospital Universitario Balgrist de Zúrich para desarrollar un método que permita distinguir y cuantificar claramente la parte física y psicosocial del dolor. Los resultados del trabajo aparecen publicados en la revista Med.

«Nuestro nuevo método debería ayudar a los médicos a evaluar el dolor de los pacientes de forma más individualizada y ofrecerles así un tratamiento personalizado mejor adaptado en un futuro cercano», afirma Raspopovic en una nota de prensa de la ETH de Zúrich.

Terapias para calmar los diferentes tipos de dolor

Si el dolor es principalmente físico, es probable que los médicos centren su tratamiento solo en el nivel físico, lo que por lo general incluye la prescripción de medicamentos o de fisioterapia.

Si, por el contrario, los factores psicosociales desempeñan un papel importante en la experiencia del dolor del paciente, puede estar indicado probar a cambiar positivamente la percepción del dolor con apoyo psicológico o psicoterapéutico.

Para desarrollar el nuevo método, Gozzi y sus colegas analizaron los datos de 118 voluntarios, entre ellos personas con dolor crónico y controles sanos. Los investigadores preguntaron detalladamente a los participantes sobre su percepción del dolor y cualquier característica psicosocial, como depresión, ansiedad y fatiga, y con qué frecuencia sentían tanto dolor que no podían ir a trabajar.

Voluntarios torturados

Además, el equipo de Gozzi registró hasta qué punto los voluntarios eran capaces de distraerse del dolor y hasta qué punto el dolor les ponía melancólicos, les causaba impotencia y les hacía sobrevalorar el grado de malestar.

Los investigadores utilizaron mediciones normalizadas de las sensaciones de dolor espontáneo para comparar la percepción del dolor de los sujetos. A los participantes se les administraron en la piel pequeños impulsos de calor, no peligrosos pero dolorosos.

Para registrar la reacción física del dolor, Gozzi y sus colegas midieron la actividad cerebral de los participantes mediante un electroencefalograma (EEG) y la conductividad eléctrica de la piel. Esta última cambia en función de la sudoración, y sirve para medir el estrés, el dolor y la excitación emocional. Por último, todos ellos fueron sometidos a un chequeo médico en el Hospital Universitario Balgrist.

Las consultas por dolor suponen el 50 % de las visitas a atención primaria

El aprendizaje automático ayudó a los investigadores a analizar la gran cantidad de datos que recolectaron, distinguir claramente entre los dos componentes del dolor, esto es, el físico y el psicosocial, y desarrollar un nuevo índice para cada uno de ellos.

El índice del componente físico del dolor indica hasta qué punto este está causado por procesos físicos. La clasificación del componente psicosocial indica hasta qué punto los factores emocionales y psicológicos intensifican la experiencia dolorosa. Por último, los científicos validaron estos dos factores utilizando los datos completos de las mediciones de los participantes.

El nuevo sistema, con su combinación de medición de señales corporales, autodeclaración, evaluación informatizada y los dos índices resultantes, pretende ayudar a los médicos a tratar de forma más eficaz el dolor. No hay que olvidar que las consultas por dolor suponen el 50 % de las visitas a atención primaria y que un 32 % de la población adulta sufre algún tipo de dolor y el 11 % lo padece de forma crónica.

«Nuestro método permite a los doctores caracterizar con precisión el dolor que padece una persona determinada para poder decidir mejor qué tipo de tratamiento específico es necesario», concluye Gozzi.

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