Conexión cuerpo-mente: así es como la postura corporal, la respiración, el corazón y la microbiota transforman nuestro cerebro

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«Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro», afirmaba Santiago Ramón y Cajal, el padre de la neurociencia moderna. Esta perspectiva, tan visionaria para su época, hoy se consolida con un crecimiento exponencial de investigaciones que demuestran cómo cada rincón de nuestro cuerpo —desde la curvatura de nuestra espalda hasta las bacterias que habitan nuestro intestino— tiene el potencial de moldear la estructura y función cerebral. No somos simples espectadores de este proceso, sino artistas activos, capaces de tallar, pulir y modelar nuestra más compleja obra: el cerebro.

Nazareth Castellanos, con una sólida formación en Física Teórica y un doctorado en Neurociencia, se inspira en la idea de que somos escultores activos de nuestro cerebro para presentar su obra «Neurociencia del cuerpo: Cómo el organismo esculpe el cerebro» (En órbita). En este meticuloso ensayo, Castellanos desentraña la profunda influencia que ejercen nuestros órganos sobre la estructura y función cerebral.

Guiando al lector en un viaje desde el exterior hacia lo más íntimo de nuestro ser, y desde las bases fundamentales hacia las cumbres del entendimiento, Castellanos examina con rigor aspectos tan diversos como la postura corporal, los gestos faciales, la esencial microbiota intestinal, el ritmo del corazón y la sutileza de la respiración. Y lo hace entrelazando sabidurías ancestrales de la medicina oriental y occidental, conduciéndonos hacia una reveladora conclusión: nuestra psicología y nuestra fisiología son inseparables, caminando juntas en una danza de influencias recíprocas.

La postura

Es indiscutible que nuestro estado de ánimo moldea la postura de nuestro cuerpo. Pero, quizás lo que muchos no se percatan, es que esta relación es bidireccional: la postura también tiene el poder de influir en nuestros procesos cognitivos.

En momentos de desánimo, es común que adoptemos una postura encogida, similar a una actitud de sumisión. Esta posición no sólo refleja nuestra vulnerabilidad emocional, sino que también puede mermar nuestra atención y potenciar sesgos negativos en nuestra percepción. Como resultado, es probable que recordemos experiencias desfavorables con más intensidad. Por otro lado, cuando nos erguimos con confianza, no solo proyectamos seguridad, sino que también estimulamos nuestro sistema endocrino para aumentar niveles de testosterona, hormona asociada a la confianza y la determinación.

La relevancia de la postura va más allá de nuestra percepción interna. Al interactuar con otros, inconscientemente decodificamos y otorgamos significado a la postura y gestos del interlocutor. Ser conscientes de esta dinámica entre postura y cerebro es crucial, pues nuestro cuerpo interpreta y responde a estas señales, ya sea para bienestar o malestar.

Además, hay un gesto universal que tiene un poder especial en nuestra psicología: la sonrisa. Sonreír no solo ilumina nuestro rostro, sino que envía señales positivas a nuestro cerebro, modulando nuestra percepción y estados de ánimo. Mantener una postura erguida y regalar sonrisas al mundo puede ser el regalo más valioso que ofrecemos a nuestro cerebro desde el exterior.

El intestino

Si emprendemos nuestro viaje hacia el interior de nuestro cuerpo, descubrimos que nuestro intestino mantiene una especial relación con el cerebro. La microbiota, esas diminutas criaturas que residen en nuestro sistema digestivo, no sólo juegan un papel en la digestión, sino que también establecen una comunicación constante con nuestro sistema nervioso y endocrino. Esta interacción ejerce una influencia significativa en nuestro estado de ánimo y bienestar general.

Un estudio innovador de la Universidad de Irlanda ha desvelado que las regiones cerebrales más influenciadas por la salud de nuestro intestino son precisamente las que se encargan de nuestras interacciones sociales. La implicación es clara: lo que consumimos tiene repercusiones directas en cómo percibimos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea. En otras palabras, el cerebro se nutre no sólo de estímulos externos, sino también de la calidad de nuestra dieta.

Sin embargo, la salud de nuestra microbiota no sólo está dictada por lo que comemos. Factores como nuestro estilo de vida, ya sea sedentario o activo, la calidad del aire que respiramos y hasta nuestro género, influyen en la composición y salud de estos microorganismos.

Ante esta interacción compleja, surge una pregunta esencial: ¿Quién inicia esta conversación entre el intestino y el cerebro? Investigaciones de la Universidad de París nos arrojan luz sobre este enigma, revelando que es el intestino el que da el primer paso en esta danza comunicativa. Luego, el cerebro procesa y responde a esta información, consolidando una relación bidireccional en la que ambos actores desempeñan un papel crucial en la regulación de nuestra salud y bienestar.

La respiración

La respiración, ese acto tan esencial y a menudo subestimado, ejerce una influencia profunda sobre nuestro estado de ánimo y bienestar mental. A cada instante, nuestro cerebro monitorea meticulosamente la calidad y el ritmo de nuestra respiración, utilizando esta información para calibrar y moldear nuestra disposición mental y emocional.

El patrón respiratorio juega un papel crítico en la focalización de nuestra atención. Por ello, para potenciar nuestra capacidad de concentración y equilibrar nuestras emociones, es fundamental cultivar el hábito de respirar por la nariz.

Quizá nunca hayas reflexionado sobre cómo respiras: ¿Por qué orificio lo haces? ¿Cuál es el ritmo de tu respiración? Si, al observarte, descubres que tu tendencia es respirar por la boca y a un ritmo acelerado, podría ser el momento de reconsiderar y modificar ese patrón.

Dominar el arte de la respiración pausada y profunda es una herramienta poderosa para tranquilizar nuestra mente y moderar nuestras respuestas emocionales. Sorprendentemente, en una sociedad tan avanzada, la mayoría de nosotros nunca hemos sido instruidos en la técnica adecuada de respiración, una habilidad esencial para combatir el estrés y mantener un estado de calma interno. Con una dosis de consciencia y dedicación, todos tenemos al alcance de la mano una herramienta transformadora para regular y enriquecer nuestras experiencias cognitivas y emocionales.

El corazón

En los anales de la historia, muchos antiguos creían que el corazón, más que el cerebro, era el centro neurálgico de nuestros pensamientos y emociones. Y aunque en la actualidad sabemos que es el cerebro el órgano principal de la cognición, no podemos subestimar la profunda influencia que el corazón ejerce sobre nuestra psique y cómo se complementa intrínsecamente con el cerebro.

Los antiguos egipcios, con su proverbial sabiduría, afirmaban: “Puse el corazón en ti para que recordases lo que habías olvidado”. Y, de manera sorprendente, no estaban muy desencaminados en su percepción. Un estudio revelador de la Universidad de París, publicado en la prestigiosa revista Nature, demostró que nuestra percepción del entorno se intensifica cuando hay una comunicación efectiva entre el corazón y el cerebro. En contraste, cuando esta conexión se ve interrumpida, parece que nos desvinculamos del mundo que nos rodea.

Esta interconexión alcanza su zenit cuando nos sumergimos en profundos estados de introspección. Aquella frase tan difundida, “sigue a tu corazón”, trasciende el cliché para adquirir un significado profundo: nuestro corazón actúa como un espejo, reflejando hacia el cerebro las verdaderas emociones y deseos que residen en nosotros.

Pero la influencia del corazón no se limita a nuestra relación intrapersonal. Un fascinante estudio de la Universidad de Londres investigó el ritmo cardíaco de una sala repleta de espectadores teatrales. Lo que descubrieron fue asombroso: los corazones del público tendían a sincronizarse, estableciendo una conexión rítmica entre desconocidos. Es una evidencia palpable de que nuestros corazones, en cierta manera, establecen puentes con los demás, reflejando la universalidad de la experiencia humana.

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