Descubre cómo ganar una discusión de manera inteligente en 4 etapas aunque no tengas buenos razonamientos ni pruebas sólidas.
En un giro irónico del destino, las propias teorías diseñadas sobre cómo ganar una discusión se convierten (a menudo) en el epicentro de acalorados debates. Seguro que en más de una ocasión has seguido un debate político en televisión en el que el participante que parecía llevar la peor mano terminó sorprendiéndote. Puede que, al comienzo del debate, pensaras que sus argumentos eran débiles o incluso erróneos, pero, a medida que avanzaba la discusión, algo cambió. Sus palabras, su seguridad, su capacidad para contestar a cada ataque con una respuesta más mordaz y brillante, todo eso pudo hacerte dudar e incluso pensar: «Quizás este político tiene razón después de todo».
Esta es la habilidad de la retórica en acción, el poder de las palabras bien utilizadas, y su capacidad para cambiar percepciones, y eventualmente, la realidad. El dominio de las técnicas de debate influye tanto o más que la validez de los argumentos en sí mismos. Actualmente, los políticos entienden perfectamente la importancia de este aspecto, y muchos de ellos invierten mucho tiempo y esfuerzo en aprender y perfeccionar estas habilidades.
Esta estrategia es particularmente eficaz para «conquistar» a los segmentos de la población que no ejercen un sentido crítico riguroso y que se dejan llevar por las emociones. La inmensa mayoría de los votantes (en España y en cualquier país del mundo) no analizan en profundidad las propuestas de los políticos, sino que se dejan seducir por aquellos que demuestran una mayor habilidad para debatir, para provocar emociones y para desacreditar a sus adversarios, incluso cuando sus propios argumentos son débiles o inexistentes.
La Retórica: Más que Sólo Palabras
Para saber cómo ganar una discusión debes entender que la retórica va más allá de la lógica y la razón. No se trata solo de tener razón, sino de convencer a los demás de que tú la tienes. Y a menudo, esto se logra manipulando emociones, creando imágenes mentales, evocando experiencias y jugando con las expectativas de la audiencia.
Estas técnicas pueden ser tan efectivas que a veces nos vemos inclinados a aceptar una perspectiva no por la solidez de sus argumentos, sino por cómo se presenta y cómo nos hace sentir. Es aquí donde la retórica entra en juego, mostrándonos su verdadero poder.
Una Herramienta Clave en los Debates Políticos
Este arte encuentra en su apogeo en el mundo de la política. Los políticos utilizan la retórica para persuadirnos, para hacernos creer en su visión y sus propuestas, incluso cuando sus argumentos carecen de pruebas sólidas.
Esto pasa a menudo desapercibido debido a que el debate político tiende a estar lleno de emociones y prejuicios. Los políticos saben esto y utilizan la retórica para manipular estos elementos a su favor, cambiando la atención de la solidez de los argumentos a la forma en que estos son presentados.
Un buen ejemplo sobre cómo ganar una discusión es cuando un político evita responder a una pregunta directa y en su lugar, o responde con otra pregunta, o lanza una anécdota emocionalmente cargada. La audiencia puede quedar tan conmovida por la historia que olvida que la pregunta original nunca fue respondida.
Debate Reagan-Carter (1980): En este debate, Ronald Reagan utilizó su encanto y su ingenio para presentar una visión optimista de Estados Unidos, lo que contrastó fuertemente con la imagen más sombría que Jimmy Carter pintaba del país. Este debate es famoso por la frase de Reagan: «¿Estás mejor ahora que hace cuatro años?».
El poder de la retórica bien empleada
Cuando un orador utiliza la retórica de manera ética y eficaz, es capaz de resaltar puntos importantes de su argumento, clarificar conceptos difíciles y entablar una relación más estrecha con su audiencia. El uso hábil de la retórica puede hacer que un argumento débil o una posición indefendible parezca fuerte y convincente, pero es importante recordar que este tipo de éxito es a menudo efímero. Si se basa en argumentos débiles o insustanciales, es probable que se desmorone ante un escrutinio más riguroso o una audiencia más informada.
La verdadera magia de la retórica radica en su capacidad para dar voz a las ideas, para transmitir emociones y experiencias compartidas y para unirnos en torno a una causa común. En lugar de utilizarla para desviar la atención de la falta de pruebas o razonamientos sólidos, los oradores deben esforzarse por utilizar la retórica para fortalecer y enriquecer sus argumentos, para hacer que sus ideas cobren vida y para fomentar una mayor comprensión y empatía entre su audiencia.
Así que, sí, es posible ganar una discusión sin tener razón ni pruebas sólidas, pero hay que tener en cuenta que esto puede ser una victoria a corto plazo. A largo plazo, el verdadero arte de la retórica reside en la capacidad de unir, iluminar y enriquecer nuestras conversaciones y debates, no en ganar a toda costa.
Debate Le Pen-Macron (2017): Este fue el debate final de la elección presidencial francesa, en la que Emmanuel Macron, el centrista, y Marine Le Pen, la candidata de extrema derecha, intercambiaron agrias acusaciones y presentaron visiones muy diferentes de Francia.
Cómo ganar una discusión de manera inteligente sin tener razón ni pruebas
Etapa 1: Desencadenar a tu interlocutor
En el arte de la discusión, uno de los enfoques más sutiles para mantenerse en el juego, especialmente cuando los argumentos lógicos son escasos, es provocar a tu interlocutor hasta el punto en que parezca equivocado. El método radica en desviar la conversación de la lógica hacia el territorio de las emociones, y de esta manera, tu interlocutor puede perder su compostura y, por ende, su credibilidad. Aquí le mostraremos cómo lograrlo:
La apelación emocional
Un recurso poderoso en esta etapa es la apelación emocional. La lógica y la emoción son a menudo consideradas fuerzas opuestas, y se puede aprovechar este contraste para desequilibrar a tu interlocutor. Por ejemplo, si te encuentras en una discusión sobre la financiación de la educación pública y tu oponente presenta una serie de argumentos basados en estadísticas y economía, puedes contraatacar sugiriendo que su postura carece de empatía por los niños que se beneficiarían de una mayor inversión en educación. «Es interesante escuchar todos tus números,» podrías decir, «pero, ¿qué pasa con los niños que no tienen acceso a una buena educación debido a la falta de fondos?».
Este tipo de respuesta puede provocar que tu interlocutor se sienta a la defensiva y trate de justificar su empatía, alejándose de su argumento inicial. Este cambio de lógica a emoción puede desequilibrar la conversación y dar la impresión de que tienes la razón.
Ad Hominem: Atacar al interlocutor, no a sus argumentos
Otra estrategia muy útil sobre cómo ganar una discusión (aunque menos ética) es recurrir a ataques personales, también conocidos como argumentos ad hominem. En lugar de enfrentar directamente los argumentos de tu interlocutor, puedes desviar la atención hacia sus características personales o su comportamiento. Por ejemplo, si estás discutiendo sobre el cambio climático y tu oponente presenta un argumento basado en investigaciones científicas, puedes responder diciendo: «Claro, como científico, te interesa que crean que el cambio climático es un problema grave para mantener tu trabajo».
En este caso, el argumento deja de ser sobre el cambio climático y pasa a ser sobre la confiabilidad de tu interlocutor. Este tipo de ataques pueden generar una reacción emocional y provocar que tu interlocutor pierda su enfoque, dándote la apariencia de tener la razón.
Sin embargo, que estas tácticas son a menudo consideradas engañosas y pueden ser contraproducentes en la construcción de un diálogo constructivo.
Etapa 2: Forzar el monólogo mediante el bombardeo de preguntas
Una vez que el tono de la conversación se ha tornado más emocional y has desestabilizado a tu interlocutor, el siguiente paso es tomar el control del diálogo y transformarlo en un monólogo. ¿Cómo lograrlo? La técnica es simple, pero requiere precisión y audacia: bombardear a tu interlocutor con una serie de preguntas.
El bombardeo de preguntas es una táctica efectiva para desviar la atención de los argumentos de tu interlocutor y desequilibrarlo aún más. Pero la verdadera clave de esta estrategia no es obtener respuestas, sino perturbar el flujo de pensamiento de tu interlocutor y mantenerlo en un estado de reacción constante.
Por ejemplo, si estás en un debate sobre la política de salud, puedes preguntar: «¿Por qué crees que este plan de salud es el mejor? ¿Tiene en cuenta a los más necesitados? ¿Qué sucede con las personas con condiciones preexistentes? ¿No crees que este plan podría generar desigualdades?». La idea es hacer una pregunta antes de que la anterior sea respondida completamente.
Este bombardeo continuo puede ser exasperante y muy probablemente desencadenará en tu interlocutor el deseo de pedirte que dejes de interrumpir. Este es el momento que estabas esperando: ahora puedes alegar que has estado tratando de obtener respuestas, pero que tu interlocutor no parece estar dispuesto a proporcionarlas.
Aquí es donde el monólogo entra en juego. Al conseguir que tu interlocutor pida un «tiempo fuera» para responder a tus preguntas, esencialmente has obtenido su permiso para dominar la conversación. Ahora puedes desarrollar tus argumentos, cuestionando o incluso tergiversando las respuestas de tu interlocutor sin mucha resistencia.
Etapa 3: Dejar hablar a tu interlocutor
Ahora es momento de cambiar el ritmo de la conversación y darle espacio a tu interlocutor para expresarse. Parecerá que has dejado de molestar y que estás dispuesto a escuchar, pero en realidad esta es otra táctica para desestabilizar a tu contrincante y reafirmar tu posición.
Tu interlocutor, probablemente agotado y frustrado por el bombardeo de preguntas, sentirá alivio cuando finalmente le des la oportunidad de hablar. Aquí es donde entras en un juego silencioso, pero igualmente perturbador.
El contacto visual es una herramienta poderosa en este punto. Mantén un contacto visual intenso, transmitiendo el mensaje de que estás escuchando atentamente y de buen grado. Esto no solo proporciona una aparente sensación de respeto y consideración hacia tu interlocutor, sino que también puede ponerle nervioso y aumentar la presión sobre él para que se exprese de manera coherente y lúcida.
Además del contacto visual, tu expresión facial también jugará un papel crucial. Una mirada de escepticismo, una mueca de incredulidad, una sonrisa sarcástica, o incluso una carcajada ocasional pueden ser reacciones muy eficaces para desestabilizar aún más a tu interlocutor. No se trata de mostrar enfado, sino de transmitir con tu rostro que lo que tu interlocutor está diciendo no merece ser considerado seriamente.
Estas reacciones pueden generar dos efectos principales: por un lado, pueden irritar y frustrar aún más a tu interlocutor, lo que puede hacer que pierda su enfoque y cometa errores en sus argumentos. Por otro lado, estas expresiones también son mensajes para la audiencia o la gente que haya en tu entorno, sugiriendo que los argumentos de tu interlocutor son absurdos, débiles o irrelevantes.
Etapa 4: Destruir el monólogo
En esta última fase del método, después de haber perturbado y desestabilizado a tu interlocutor y haberlo llevado a un monólogo defensivo, viene el golpe final: destruir ese monólogo.
El viejo ad hominem vuelve a entrar en juego, pero con un matiz diferenciador. Ahora no vas a atacar solo las características personales de tu interlocutor, sino que te concentrarás en los defectos de su razonamiento.
Comienza afirmando que tu interlocutor ha monopolizado la conversación y que ha demostrado un comportamiento agresivo durante todo el debate. Sigue con afirmaciones contundentes sobre la naturaleza delirante y poco realista de sus ideas y su discurso. Asegúrate de no entrar en detalles. En lugar de explicar por qué sus ideas son incorrectas o delirantes, simplemente afirma que lo son.
La idea es minimizar y desacreditar lo que tu interlocutor ha dicho, incluso si sus argumentos son válidos. No se trata de presentar mejores ideas ni de buscar la verdad, sino de crear la impresión de que su monólogo es dictatorial, desequilibrado y desconectado de la realidad.
En el ámbito de la política, de la influencia y manipulación de masas, este método puede ser particularmente efectivo. A menudo, el objetivo no es tener razón, sino hacer que los demás parezcan equivocados. Ese es el verdadero arte sobre cómo ganar una discusión.
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