Llevado por la vanidad del éxito, Fiódor Dostoievski se comportó en público como un patán engreído para sonrojo de sus recién estrenados colegas, que terminaron por darle la espalda sin contemplaciones
Fiódor Dostoievski es uno de esos escritores en los que vida y obra se vinculan; rasgos de su biografía salpican muchas de sus novelas. Nació en 1821 en Moscú y murió en 1881 en San Petersburgo, las dos ciudades más importantes de la Rusia zarista; vivió casi sesenta años y vivió dos veces: hasta los veintinueve y a partir de entonces.
Fue el segundo de siete hermanos. Adoraba a su madre y aborrecía a su padre, y perdió ambos en un lapso muy breve de tiempo, primero a ella y poco después a él, que murió asesinado a manos de sus siervos. Dostoievski tenía diecisiete años y sufrió su primer ataque epiléptico; no lamentó demasiado, más bien nada, la ausencia del padre, pero el sentimiento de culpa, como un azote, le atormentaría siempre.
Por entonces y por deseo expreso de su progenitor, había ingresado en San Petersburgo en la Escuela Superior de ingenieros militares. Llegó a graduarse y a ejercer como tal, pero tenía claro que lo que él quería era escribir, por lo que en 1844, ya sin la presión paterna, abandonó la ingeniería. Ese mismo año empezó a gestar una novela epistolar que titularía Pobres gentes y vería la luz en 1846. Comenzaba así la prolífica carrera como escritor de Fiódor Dostoievski.
Pobres gentes fue un verdadero éxito de público y sobre todo de crítica. Contó con el apoyo Nikolái Nekrásov, el exigente crítico de la revista El contemporáneo, quien se entusiasmó con el manuscrito. Parece ser que terminó de leerlo a altas horas de la madrugada y, emocionado, se presentó en el hogar de Dostoievski para alabárselo. “Ha nacido un nuevo Gogol”, llegó a decir del joven autor.
De este modo Dostoievski se introducía en el ambiente cultural de la época y, más concretamente, en el exclusivo entorno de Nekrásov, Belinski, Turguénev. Pero el prometedor inicio en seguida se quedó en eso, en promesa, ya que su siguiente novela, El doble, pasó sin pena ni gloria y a ello, además, se unió la propia actitud de Dostoievski, que, llevado por la vanidad del éxito, se comportó en público como un patán engreído para sonrojo de sus recién estrenados colegas. Quienes le habían acogido con entusiasmo decidieron entonces darle la espalda sin contemplaciones.
Por despecho, por rebeldía, por convencimiento o por el motivo que fuera, Dostoievski se introdujo en el círculo político de Mijaíl Petrashevski, un funcionario de ideas socialistas, que abogaba, entre otras reivindicaciones, por la liberación de los siervos en la vieja Rusia. Nos encontramos en 1848 y la ola revolucionaria que golpeaba Europa puso en vilo al gobierno del zar, que persiguió y detuvo a todos aquellos disidentes considerados más o menos peligrosos, los petratrashevskistas, entre ellos, y, entre ellos, Dostoievski. Fue condenado a muerte o, al menos, en apariencia, ya que ante el pelotón de fusilamiento y con las armas en alto se le comunicó la verdadera sentencia: cuatro años de trabajos forzados en Siberia y seis más de servicio militar. Era 22 de diciembre de 1849 y comenzó entonces la segunda vida de Dostoievski.
Para paliar el atroz azote de Siberia, el autor se aferró a Dios y al cristianismo ortodoxo, se alejó progresivamente de las ideas socialistas y abrazó un nacionalismo ruso cercano a los reaccionarios. Y Dios, Rusia y lo ruso se manifestarían a partir de aquí en su literatura. En Siberia, Dostoievski no dejó de escribir e incluso ideó la composición de una novela que reflejara las inhumanas condiciones de los campos de trabajo, la crudeza vivida en aquellos años. Esa novela fue Memorias de la casa muerta, que publicaría por entregas entre 1861 y 1863 en Tiempo, una revista que él mismo había creado junto con su muy querido hermano Mijaíl y en la que también se pudo leer Humillado y ofendidos en el mismo 1861.
Para entonces Dostoievski llevaba casi dos años en San Petersburgo (el zar le había permitido asentarse en esta ciudad a finales 1859), había abandonado el servicio militar y había contraído un primer matrimonio que no le hacía feliz. Perdió, en cambio, la cabeza por Polina Súslova, una chica mucho más joven que él, independiente y moderna, con la que en 1863 emprendió un viaje por Europa; y en Baden-Baden, en su bello casino, se dejó embaucar por la ruleta y el dinero fácil, convirtiéndose en un vicio que desde ese momento le azotaría con fuerza. Su pasión por el juego le llevó a adquirir serias deudas que no ayudarían a su ya comprometida situación económica. Eran años difíciles: en 1863 había cerrado la revista y en el 64 falleció su hermano y Dostoievski tuvo que ponerse al frente de las cargas familiares. Al escritor, por tanto, solo le quedaba una salida: producir y producir, escribir y escribir, y firmó entonces un contrato leonino con su editor Stellovski, que le exigía la entrega de un manuscrito con premura. Estamos en 1865.
Pero como dice el dicho, Dios aprieta, pero no ahoga, porque a partir de este momento nacen sus mejores obras. Dostoievski se embarca primero en la redacción de una novela a partir de un suceso que lee en prensa, sobre un hombre que mata gratuitamente a su prestamista; la historia le absorbe por completo, la hace y rehace, la piensa y repiensa entre fuertes ataques de epilepsia. No llega a tiempo o quizá, consciente de su grandeza, no quiere que este sea el manuscrito para Stellovski y contrata, por ello, a una taquígrafa a la que en un solo mes dicta una nueva historia con la ludopatía -su ludopatía- de fondo. Así nacen Crimen y castigo y El jugador, dos novelas de centenares de páginas que Dostoievski publica en 1866 y 1867, cumpliendo con su editor y consigo mismo. Y Anna Snítkina -ese era el nombre de su secretaria- se convierte en su segunda esposa además de en su soporte laboral y humano.
Este es el periodo más estable en la trayectoria de Dostoievski. Su creación crece, también su fama como escritor: en 1868 publica El idiota, en 1872 Los demonios y finalmente, en 1880, un año antes de su fallecimiento, Los hermanos Karamázov, su obra más ambiciosa y extensa. Tres hermanos, la ausencia materna y un progenitor deleznable que muere asesinado. Alexei añora a su madre; Dimitri e Iván desprecian al padre. Como un nuevo trasunto de su existencia, el primer azote en la vida de Dostoievski cobra forma en su última novela.
Artículo publicado por Margarita Garbisu
Ilustración de Seungwon Hong
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