Descubren dos aves venenosas en Nueva Guinea

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Investigadores daneses describen dos pájaros exóticos con plumas cargadas de neurotoxinas

Una expedición científica en las selvas de Nueva Guinea organizada por investigadores de la Universidad de Copenhague se ha topado con que dos aves endémicas de estas tierras son venenosas. Los cambios genéticos en el ADN de estos pájaros les han permitido sintetizar una ponzoña para mantener a raya a los posibles depredadores. «Las dos criaturas aladas contienen una neurotoxina que pueden tolerar y almacenar en sus plumas», dice Knud Jønsson, del Museo de Historia Natural de Dinamarca.

Las dos aves que hasta la fecha habían escondido a los biólogos su condición ponzoñosa son endémicas de Nueva Guinea: el silbador regente o de Schlegel (Pachycephala schlegelii), una especie paseriforme con una amplia distribución y un canto fácilmente reconocible muy conocido en toda la región del Indo-Pacífico, y el silbador nuquirrufo (Aleadryas rufinucha), otra paseriforme que anida en las selvas de montaña de la isla de Nueva Guinea y que constituye la única especie del género Aleadryas.

El primer pájaro tóxico fue descrito en 1850

Para la mayoría de los mortales, escuchar las palabras venenoso y ave juntas puede resultar una revelación, pero lo cierto es que los pájaros venenosos realmente existen en la naturaleza. De hecho, la primera ave tóxica documentada oficialmente en la literatura científica fue descrita por el ornitólogo francés Charles Lucien Bonaparte, en 1850. Se trata del pitohuí bicolor o pitohuí encapuchado (Pitohui dichrous), un ave discreta y esquiva no más grande que una paloma torcaz, de cabeza de color negro azabache, con un pico fuerte y oscuro, y de vientre teñido de rojo ladrillo.

Las tribus locales conocen a esta especie como pájaro basura, porque no pueden comérsela. En efecto, las plumas y la piel están impregnadas de una neurotoxina, llamada homobatracotoxina, que causa un fuerte dolor a quien osa entrar en contacto con el pitohuí bicolor. Al parecer, la mayor parte del veneno que segrega, similar al que encontramos en las ranas dardo venenosas de Colombia, proviene de su dieta, en concreto de los escarabajos que ingieren, como es el caso de los del género Choresine.

Kasun Bodawatta examina un ave en Nueva Guinea

El mismo alcaloide se encuentra en las plumas y piel de otra ave tóxica de los bosques lluviosos montanos de Nueva Guinea y Papúa Nueva Guinea, el ifrit de cabeza azul (Ifrita kowaldi); lo mismo puede decirse del picanzo chico (Colluricincla megarhyncha), ave paseriforme propia de los bosques húmedos tropicales de Australasia.

A estos pájaros de mírame y no me toques hay que añadir los dos nuevos identificados por Jønsson y su colega de la Universidad de Copenhague Kasun Bodawatta durante su incursión científica en la selva papuana, un viaje que los protagonistas han tachado de arriesgado, propio de un Indiana Jones, por las tribus excaníbales que habitan en la zona. «Nos sorprendió mucho que el silbador regente y el silbador nuquirrufo fueran tóxicos, que hayan desarrollado la capacidad de consumir alimentos tóxicos y convertirlos en su propio veneno. En particular, porque estos dos pájaros son muy comunes en esta parte del mundo», dice Jønsson.

El veneno que impregna la piel y el plumaje de estas aves se llama batracotoxina —un compuesto 250 veces más tóxico que la estricnina—, según este ecólogo evolutivo. Se trata de una neurotoxina increíblemente potente que, en concentraciones altas, como las que se encuentran en la piel de la rana dardo dorada —el animal más venenoso de la Tierra—, provoca calambres musculares y paro cardíaco casi inmediatamente después del contacto. «La neurotoxina hace que los canales de sodio en el tejido del músculo esquelético permanezcan abiertos, puede causar convulsiones violentas y, en última instancia, la muerte», explica Bodawatta.

El silbador regente tiene una toxina en sus plumas y piel

Es como cortar cebollas, pero con un agente nervioso de por medio

Las ranas dardo venenosas de América del Sur usan su toxina para protegerse de los depredadores. Aunque el nivel de toxicidad de las aves de Nueva Guinea es menos mortal, aún puede tener un propósito defensivo, pero la importancia adaptativa para las aves aún es incierta. «Knud pensó que estaba triste, que estaba pasando un mal momento en el viaje, cuando me encontró moqueando y con lágrimas en los ojos. De hecho, estaba sentado allí tomando muestras de plumas de un pitohui, una de las aves más venenosas del mundo —comenta Bodawatta—. Recoger pájaros de la red no es peligroso, pero cuando las muestras deben tomarse en un entorno confinado, puedes sentir molestias en los ojos y la nariz. Es un poco como cortar cebollas, pero con un agente nervioso, supongo», dice entre risas Bodawatta.

«A los lugareños no les gusta la comida picante, y se mantienen alejados de estas aves, porque, según ellos, su carne les quema la boca, como hace el chile. De hecho, así fue como los investigadores se dieron cuenta por primera vez de la presencia de la desagradable toxina. Esto podría indicar que el veneno les sirve para disuadir a los hambrientos depredadores», afirma Jønsson.

Dime qué comes y te diré cómo envenenas

La manera en que los seres vivos se tornan ponzoñosos no siempre es la misma. Existen dos formas básicas de conseguirlo: unos animales producen el veneno en su propio cuerpo, en glándulas especializadas; y otros lo recogen del entorno. Al igual que las ranas, las aves pertenecen a esta última categoría. Se cree que unas y otras adquieren las toxinas a través de los alimentos. Como ya se ha adelantado, algunas aves comen escarabajos venenosos, y los biólogos han encontrado restos de estos coleópteros en el estómago de determinadas aves ponzoñosas. Ahora bien, la fuente de la toxina en sí misma aún no se ha determinado.

Algo similar puede decirse del reto de pájaros venenosos hasta ahora identificados (se conoce en torno a una docena): por ejemplo, el ganso espolonado (Plectropterus gambensis), propio de África, posee un compuesto terpenoide llamado cantaridina, que adquiere del escarabajo ampolla.

Pero ¿por qué estos pájaros son inmunes a los venenos que ingieren? Los científicos han descubierto que las ranas venenosas de dardo o dendrobátidos, endémicas de Centroamérica y América del Sur, tienen mutaciones genéticas que evitan que la toxina mantenga abiertos los canales de sodio, lo que previene sus efectos indeseables. La evolución habría dotado a las aves ponzoñosas de la misma ventaja; es lo que los biólogos denominan evolución convergente.

«Nuestra investigación demuestra que la resistencia a la batractoxina por parte de las aves ha surgido de manera similar, pero de forma independiente, a la de las ranas. Las aves presentan mutaciones en las mismas áreas del genoma que la rana venenosa dorada, pero los cambios específicos son diferentes», explica Jønsson, que además asegura que su trabajo contribuirá principalmente a una mejor comprensión de las aves de Nueva Guinea y a cómo las diferentes especies animales no solo adquieren resistencia a las toxinas, sino que las utilizan como mecanismo de defensa.

Ejemplar de silbador nuquirrufo, una de las aves venenosas halladas en Nueva Guinea

Intoxicación por pescado y mariscos Por otro lado, el descubrimiento de la batractoxina en el silbador regente y el silbador nuquirrufo tiene otras derivadas científicas, ya que la ponzoña conquistada por las aves a lo largo del tiempo está estrechamente relacionada con otras toxinas, como son las responsables de la intoxicación por ciertos tipos de pescado y mariscos. Es el caso de la intoxicación por ciguatera, que normalmente ocurre con pescados como la perca de mar y el mero, afectados por la toxina ciguatoxina, producida por ciertos dinoflagelados; la intoxicación por escombroides, cuyo ingrediente tóxico es la histamina y afecta a peces como la caballa, el atún y el bonito; y la tetrodotoxina, presente en el pez globo o fugu.

«Obviamente, no estamos en posición de afirmar que nuestra investigación ha descubierto el santo grial del envenenamiento por mariscos o por intoxicaciones similares, pero en lo que respecta a la investigación básica, es una pequeña pieza de un rompecabezas que puede ayudar a explicar cómo funcionan estas toxinas en las células y en el cuerpo. Y cómo el organismo de ciertos animales ha evolucionado para tolerarlas», concluye Jønsson.

Artículo publicado por Enrique Coperías

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