La caza por resistencia está muy extendida entre los humanos, según muestra un nuevo trabajo.
Los Juegos Olímpicos de 2024 están en pleno apogeo. Aparte de los 100 metros lisos, las modalidades de carreras a pie más vistas por el público y que más expectativas despiertan son las carreras por relevos, las carreras con obstáculos y, como no podía ser de otra forma, el maratón.
Esta carrera de larga distancia representa un desafío físico extremo que requiere entrenamiento, resistencia y dedicación. Completar sus 42.195 metros es una demostración tangible de la sobresaliente capacidad física y resistencia del cuerpo humano, así como un testigo evolutivo de nuestros ancestros.
En lo que se refiere a carreras de resistencia, los seres humanos estamos situados entre los mejores mamíferos en destreza atlética. Aunque no seamos los mejores velocistas del reino animal —el guepardo puede alcanzar velocidades de 110 km/h, mientras que el hombre más veloz del planeta, el jamaiquino Usain Bolt, no pasa de los 45 km/h—, podemos correr con constancia largas distancias, incluso cuando calienta el sol.
Unos músculos locomotores con fibras resistentes a la fatiga
Nuestros músculos locomotores, como los cuádriceps, los isquiotibiales, los glúteos y los gemelos están dominados por fibras de contracción lenta o fibras de tipo I, superresistentes a la fatiga. Recordemos que estas fibras gozan de una alta capacidad para usar oxígeno y producir energía mediante la respiración aeróbica, además de una generosa vascularización, lo que les garantiza un suministro sanguíneo extenso esencial para mantener la actividad prolongada.
La gran capacidad de los músculos locomotores para trabajar durante largos períodos sin fatigarse y la facultad única de nuestro organismo para sudar, que permite a nuestro cuerpo disipar eficazmente el calor y refrigerarse, convierte al Homo sapiens en una especie corredora.
De hecho, los seres humanos somos tan buenos corriendo que parece que hayamos nacido para ello. Pero, si realmente es así, ¿por qué?
Aprendimos a correr para convertirnos en buenos cazadores
En 1984, el biólogo David Carrier, hoy profesor en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Utah (EE. UU.), propuso la hipótesis de la persecución de resistencia para explicar por qué los seres humanos somos tan buenos corredores de larga distancia. Según esta teoría, los rasgos de resistencia en carrera del Homo sapiens evolucionaron para permitirnos abatir grandes animales mediante la caza por resistencia.
Los seres humanos somos los únicos primates que practican esta técnica cinegética, donde se usa una combinación de correr, caminar y rastrear para perseguir a la presa hasta que esta se agote. Algunos cánidos, como el lobo gris y el perro salvaje africano o licaón, y otros carnívoros, caso de la hiena moteada, echan mano de ella para matar el hambre.
Veinte años después, la teoría de Carrier fue ampliada por los científicos Dennis Bramble, del Departamento de Biología en la Universidad de Utah; y Daniel Lieberman, del Museo Peabody de Arqueología y Etnología, en la Universidad de Harvard (EE. UU.). Estos profundizaron en los rasgos fisiológicos y anatómicos que favorecen la carrera de resistencia en el ser humano, incluidos nuestros pies arqueados y elásticos, y que, por cierto, han dejado huella en los esqueletos de nuestros ancestros.
Nuestros ancestros empezaron a correr hace dos millones de años
«La evidencia fósil de estas características sugiere que la carrera de resistencia es una capacidad derivada del género Homo, que se originó hace unos dos millones de años y que pudo haber sido fundamental en la evolución de la forma corporal humana», dicen Bramble y Lieberman en un artículo publicado en la revista Nature.
La hipótesis de la persecución de resistencia, sin embargo, no está exenta de escépticos.
«Hay dos reticencias que siempre se han aferrado a esta hipótesis —dice Bruce Winterhalder, profesor del Departamento de Antropología en la Universidad de California en Davis (EE. UU.). Y añade—: Una es que correr es más costoso que caminar, por lo que, basándonos en un simple análisis de coste-beneficio, no parece una forma eficiente de cazar».
El otro pero recae en los cazadores-recolectores actuales. «Tenemos algunos ejemplos de cazadores-recolectores modernos que practican actividades de resistencia, pero probablemente estamos hablando de menos de una docena de casos», apunta Winterhalder en una nota de prensa de la Universidad de Utah.
Los modernos cazadores-recolectores del desierto central de Kalahari persiguen a los antílopes hasta agotarlos
La caza de persistencia todavía la realizan, por ejemplo, los cazadores-recolectores en el desierto central de Kalahari, en el sur de África. El cazador persigue a un antílope u otra presa en el calor del mediodía (42 ºC o más) durante cinco horas y una distancia de hasta 35 km. Y no para hasta que el animal está demasiado exhausto para correr.
«Para los escépticos [de la hipótesis de la persecución de resistencia], las actividades de resistencia no pueden haber sido tan importantes para la evolución de la caza en el Paleolítico si ahora no lo son para los cazadores-recolectores», explica Winterhalder.
Pero en un estudio reciente publicado en la revista Nature Human Behaviour, Winterhalder y el paleoantropólogo Eugène Morin, de la Universidad de Trent (Canadá), combinan modelos matemáticos y una investigación etnohistórica que duró cinco años de relatos de primera mano sobre actividades de resistencia en la caza para reforzar la hipótesis de Carrier.
Un software ayuda a los científicos a reconstruir nuestra historia como especie corredora
Según Winterhalder, la reciente disponibilidad de miles de relatos digitalizados escritos por exploradores, misioneros y funcionarios, combinada con un software analítico capaz de cribarlos, fue clave para descubrir ejemplos de persecuciones de resistencia a lo largo de la historia.
«Disponemos de un software que nos permite buscar información que supera con creces lo que podríamos hacer si tratáramos de leer nosotros mismos todas las fuentes posibles», explica Winterhalder.
Gracias a esta tecnología, Winterhalder y Morin pudieron examinar más de 8.000 textos que abarcan unos 500 años. Descubrieron 391 descripciones de cacerías, fechadas entre 1527 y principios del siglo XX, que coincidían con las tácticas de caza por persistencia. Los relatos procedían de 272 lugares diferentes de todo el mundo, lo que sugiere que esta estrategia cinegética se practicaba ampliamente y en diversos entornos.
Caminar sin descanso tiene recompensa
A través de los datos históricos, la caza por persistencia sigue una metodología similar: los cazadores se encuentran con una presa; se produce una persecución en la que el animal se aleja a toda velocidad de sus perseguidores; tras agotarse, la presa hace una pausa para recobrar fuerzas, lo que permite que los cazadores, que avanzan lentamente pero sin pausa, lo alcancen; el animal vuelve a huir; y el ciclo se repite hasta que este queda completamente exhausto y es abatida.
Los autores citan en su artículo una hipotética cacería de un órix, un gran antílope del sur de África. Al paso, un cazador podría perseguir a la presa durante dos horas y recorrer ocho kilómetros antes de matarla.
Si acelera la persecución a 10 km/h —un trote al alcance de muchos corredores aficionados—, el cazador podría llevar a la criatura al agotamiento en solo veinticuatro minutos. ¿Qué significa esto en términos energéticos? Una ganancia de calorías cinco veces mayor por tiempo invertido.
Podemos correr bajo el sol gracias a nuestra capacidad para sudar
Cuando cazamos presas más rápidas, los humanos podemos confiar en nuestra inusual capacidad de correr a un ritmo constante durante horas y mantenernos frescos sudando. Ahora bien, un rastreador experto puede obligar a una presa más rápida a entrar en un ciclo incesante de carrera a toda velocidad, sobrecalentamiento, agotamiento y, finalmente, colapso.
Llegados a este punto, resulta fácil acabar con el animal con un golpe de gracia asestado con una lanza, una flecha, un cuchillo o un garrote. Armas cuyo uso y efectividad dependen de una anterior: las piernas del cazador.
Pero aquí no queda la cosa. En su estudio, Winterhalder y Morin se toparon con relatos en los que los cazadores también empleaban la carrera lenta, si la presa más rápida podía verse perjudicada por la nieve, el terreno rocoso, la arena blanda o el suelo empapado.
Sin ir más lejos, los cazadores sudaneses perseguían a las jirafas durante todo el día cuando los animales ralentizaban la marcha debido a que el terreno estaba ablandado por la lluvia. Y los cazadores ojibwa del actual Canadá usaban raquetas de nieve para perseguir a los alces, que se agotaban al hundirse en montículos profundos.
«Hay un buen número de casos en los que las persecuciones se hacen por equipos, por relevos —explica Winterhalder. Y continúa—: También tenemos ejemplos en los que hay un individuo que escala una colina cercana y usa señales con las manos para indicar a dónde va el animal, para que la persona que lo sigue pueda tomar atajos y ahorrar energía.
Los mejores corredores tenían más probabilidades de encontrar pareja
Esta cooperación durante la caza mediante persecución de resistencia apunta a un elemento social relacionado con la carrera en los humanos. Según Winterhalder, exhibir tal destreza atlética podría haber sido una forma de que los machos mostraran su valor entre la comunidad, y elevar y reforzar así su estatus social o sus posibilidades de encontrar pareja.
En un estudio futuro, Winterhalder y Morin planean examinar más a fondo la participación femenina en las carreras de resistencia. Aunque solo se registraron casos de mujeres cazadoras en el 3 %-4 % de los repórteres del conjunto de datos del estudio, Winterhalder afirma que eso no significa necesariamente que las mujeres no sean buenas corredoras.
«Descubrimos en un buen número de casos que hay festivales, fiestas y actos rituales que incluyen competiciones de atletismo —dice Winterhalder—. En las ocasiones en que encontramos menciones a rituales o juegos, los participantes suelen ser mujeres, hombres y niños».
En la prehistoria, las mujeres también cazaban
Esto tampoco significa que las mujeres no participaran en cacerías, ya que investigaciones recientes aportan «pruebas de que las primeras mujeres también cazaban».
Desde sus tiempos de estudiante de posgrado en la Universidad de Cornell, Winterhalder se ha especializado en adaptar modelos matemáticos ideados por biólogos para calcular el valor de la caza frente a los costes de tiempo y energía.
En este último estudio, Winterhalder y Morin utilizaron los modelos para tener en cuenta el aumento de velocidad durante la cacería, y compararon las tasas de retorno de la caza por persistencia con otros métodos habituales de búsqueda de alimento.
«Descubrimos que en contextos de mucho calor o en situaciones que dificultan la caza, como la nieve dura, la tasa neta de obtención de alimento en persecuciones de resistencia puede igualar o superar la de otros métodos de obtención de presas —explica Winterhalder. Y añade—: La posibilidad de que la persecución fracase parece disminuir y es más seguro acercarse a las presas exhaustas. Para los seres humanos primitivos, sin armamento balístico, se trata de ventajas significativas».
Winterhalder espera que la investigación genere más interés en la comunidad científica sobre los orígenes de nuestra forma de correr, y quizá permita responder a por qué algunas personas encuentran que esta actividad es increíblemente satisfactoria, al estilo del proverbial subidón del corredor.
Correr tiene numerosos beneficios para la salud física y mental
Correr, al igual que otras formas de ejercicio intenso, desencadena la liberación de endorfinas, sustancias químicas en el cerebro que actúan como analgésicos naturales y elevadores del estado de ánimo. Esta euforia del corredor es una sensación de bienestar y placer que muchos corredores experimentan.
Además, el ejercicio cardiovascular que proporciona correr es conocido por reducir los niveles de cortisol, una hormona del estrés. Esto puede ayudar a aliviar la ansiedad y mejorar el estado de ánimo general.
Por otro lado, numerosos estudios han mostrado que correr y otros ejercicios aeróbicos pueden mejorar la función cognitiva, la concentración y la capacidad de toma de decisiones. Andar rápido puede promover la neurogénesis, el proceso de formación de nuevas neuronas en el cerebro, particularmente en el hipocampo, una región asociada con la memoria y el aprendizaje.
Los corredores también saben que estimula el sentido de logro y motivación. En efecto, correr proporciona metas tangibles, ya sea completar una cierta distancia o mejorar el tiempo personal. Alcanzar estos objetivos puede generar un fuerte sentido de logro y motivación.
«Correr largas distancias, tener una forma de andar evolucionada que está imbuida de manera única con la resistencia es inusual en el mundo animal. Si eso te inspira a salir a correr, genial», concluye Winterhalder.