Un día entre las momias de la sala egipcia del Museo Británico de Londres

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Texto: Elisa Hernandez Biffa

Una visita al Museo Británico de Londrés puede resultar más divertida y espeluznante de lo que te imaginas o, como ellos mismo dirían, “spine-chilling”.

Como si se tratara de una escena de la película Noche en el museo, los pasillos blancos que llevan al “Room 4” ofrecen una experiencia escalofriante por su cercanía a la muerte. Existen más formas de vivir la Noche de las Ánimas y los Difuntos sin pretensiones de copiar las fiestas americanas o las pintorescas decoraciones de los hogares mexicanos en el día de celebración de los muertos. Sin necesidad de ser acusados de “apropiación cultural”, en Europa también hay un lugar mágico que pese a estar rodeado de muerte, revive sentimientos que recuerdan la vitalidad y las capacidades humanas desempeñadas en el arte y en este planeta. Cerca del día de Halloween, hay una forma más de revivir a los muertos, de reencarnar y de sentir escalofríos: La sala egipcia del Museo Británico de Londres.

Tras un recibimiento acogedor de los sumerios, con sus joyas lapislázuli, sus amuletos y sus bibliotecas de piedra, la sala dedicada a Mesopotamia despide al curioso visitante con un haz de luz. Las paredes cierran la exposición de los sumerios y preparan al imprudente invasor para vivir su experiencia cerca de la muerte. Como la vida misma, la luz al final del túnel se apaga y es cuando por fin se darán cuenta de que comienza la ruta a través de la sala egipcia del museo.

El salón se abrirá como las paredes de la cueva de Ali-babá, sin necesidad de pronunciar un “ábrete sésamo”, sin nada que lo indique, sin instrucciones, ni siquiera con la piedra de Roseta, la que más adelante te ayudará a descifrar el enigma tras el jeroglífico. Pero no, en ese momento en el que un pedazo de Egipto se abre ante ti no hallarás las reglas del juego. Eso sí, tres premisas antes de iniciar el paso. En primer lugar, podrás sacar fotografías, pero el reflejo del cristal que cubre las momias no te permitirá ganar ningún Pulitzer fotográfico, solo fotos aptas para reenviar al grupo de familia al salir del museo.

Segunda premisa, antes de la atracción, hay que dejar las supersticiones y la teoría conspiranoica de que los egipcios construyeron las pirámides con ayuda de los aliens y la tercera premisa; para garantizar una experiencia que, al menos contenga un aire de misticismo del que tuvieron ellos al vivir, tienes que pensar en el juicio del alma del Libro de los muertos.

No se trata de uno de los episodios del Juego del Calamar, aunque sí se hallarán entre la vida y la muerte. Se trata de un ejercicio de conciencia que los egipcios permiten realizar y, para ser dignos de ver sus tumbas, es una premisa para ganar el camino hacia el más allá.

La experiencia de Halloween empieza con pinturas, jerarquías en las que el marrón pinta a los esclavos y el azul egipcio a los faraones. El tamaño de los sarcófagos marca el linaje, la importancia de la sociedad. Pero todos tenían un mismo destino, la muerte.

Eso no los diferencia de cualquier otro mortal, pero sí lo hace el hecho de que cómo se abrían a la muerte como un proceso más de vivir.

Morir o vivir para siempre

En el museo están expuestos los pasos para embalsamar el cuerpo del muerto. Sin embargo, hasta para morir hay desigualdades y es que el museo desvela las tres formas de momificar. Esas formas dependían de la capacidad adquisitiva de la familia del difunto. La de menos poder adquisitivo no contemplaba la extracción de vísceras, sino eque simplemente se purgaba el interior del cuerpo y el cadáver se sumergía en natrón.

Para aquellos que sí eran, para ellos, merecedores de las riquezas del más allá, su viaje se llegaría a prolongar hasta 70 días. Tras un lavado para la purificación del cuerpo, extraían los órganos, el cerebro, considerado insignificante, por la nariz. Es imposible imaginar la capacidad de aquellas personas que sin dudar de sus actos eran capaces de extraer páncreas, hígados e intestinos sin el más mínimo pudor.

Sin embargo, lo que más le cautivará de las explicaciones que da el museo sobre la momificación es la de lo errores durante las extracciones. Ahí queda en evidencia que los egipcios no eran perfectos.

Otro de los rostros terroríficos que te sorprenderán durante la visita es las reconstrucciones que ellos mismos hacían de la boca y la nariz.

Llegará un momento en el que el salón se haga más frío y oscuro. El camino entre sarcófagos abiertos parece dejar volar el espíritu de las momias, hasta ahora, todas
vendadas y tapadas. Pero la visita culminará con una de ellas al descubierto.

Uno de los motivos por los que visitar el Museo Británico en vísperas de Halloween es porque expone la tumba de una de esas momias, sin vendas. Una muestra de que la momificación tiene sus frutos en otra vida diferente a la que aquel difunto vivió. Una prueba de que el cuerpo, no se sabe el alma, prosperará durante tanto tiempo. Es el caso de “Ginger”.

Es una momia natural que lleva unos 100 años en el museo y es el cuerpo momificado más antiguo que se conoce. Lo hallaron en el cementerio de Gabelein, al sur de Tebas en el año 1900. Su nombre, “jengibre” se debe al color de su pelo y una de las curiosidades de esta momia es que fue naturalmente embalsamada por la arena caliente, que solidificó los fluidos producidos durante la muerte del joven.

La mandíbula, la reconstrucción de su expresión facial, los dientes, el fino hilo de piel que cubre sus huesos. Enfrentarte a Ginger es darle paso a la curiosidad y por un momento, el profanador de su tumba querrá ser arqueólogo para poder descubrir más sobre él.

Verás escarabajos, cerámicas en forma de ojos, la cruz ansada y gatos momificados.

¿Quién dijo que viajar a Egipto desde el museo no sería una experiencia propia del día de los muertos?

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