El valor de la empatía: aprende a cultivarla

La razón de ser del empático es inspirar unidad, crecimiento y sanación. Y lo primero que debe hacer es empatizar consigo mismo a través de la compasión, la bondad y el amor y ser tan comprensivo consigo mismo como lo sería con el otro

Comprender plenamente a otra persona y brindarle un apoyo genuino es una de las manifestaciones más puras de afecto y amor humano. El acto de escuchar activamente y entender profundamente las dificultades de los demás no solo nos engrandece como individuos, sino que también fortalece nuestras relaciones sociales. Sin embargo, transitar por el complejo terreno de la empatía puede ser un desafío en sí mismo. Entre los obstáculos más comunes se encuentran juzgar en lugar de escuchar con atención, confundir la empatía con una involucración personal que borra los límites, o la incapacidad de establecer fronteras al querer ayudar.

Las situaciones que requieren empatía son como un laberinto emocional que exige tanto destreza como delicadeza. Requieren que tengamos la capacidad de alejarnos temporalmente de nuestros propios prejuicios y perspectivas para acercarnos a la experiencia del otro. Carlos Antonio Rodríguez Méndez, un experto psicólogo especializado en el área de Psicología y Mindfulness en Slow Life House, ofrece una guía para transformar la empatía en una virtud cultivada, a través de ocho claves fáciles de entender y aplicar.

Cómo desarrollar la empatía

Empatía no significa pensar igual

La empatía no siempre debe indicar una necesaria semejanza de opiniones y es probable que, en ocasiones, los argumentos no sean totalmente compartidos o justificados.

La empatía es escucha activa

Ayudar y empatizar con alguien es saber escuchar. Es prestar atención a sus argumentos verbales, pero también al lenguaje no verbal de sus gestos y actitudes; no interrumpir y dejar el protagonismo a quien reflexiona buscando cierto feedback externo: asentir, mirar a los ojos y mostrarse tranquilo puede ayudar a entrar en detalles complejos.

No juzgues

“Entiendo tu frustración”, “comprendo que actuases de esa manera” son expresiones que evitan juzgar a quien tenemos delante y además son una buena base para mostrar sensibilidad empática.

Pregunta siempre

Conocer si alguien está buscando ayuda o simplemente desahogo es clave. Hay ocasiones en las que el simple hecho de escuchar de forma activa permite al otro poner distancia con sus problemas y comenzar a gestionarlos. Otras veces, aunque no sea de forma tan evidente, alguien nos pide ayuda emocional y es ahí donde se debe entrar a actuar. No se deben ofrecer soluciones a no ser que alguien las pida o las necesite.

No siempre estamos preparados

A lo largo del día los niveles de energía se reducen progresivamente y, con ellos, nuestra capacidad de escucha y atención. Aunque no debamos entenderlo tanto como “gastar” empatía, sino más bien como “invertir” en empatía, esto es, no abandonar a quienes nos necesitan, sino reservarles un tiempo de calidad sin que eso interrumpa nuestro funcionamiento vital.

Demasiada empatía tampoco es buena

Quienes constituyen personalidades demasiado empáticas son, a su vez, personas muy influenciables. Esto provoca un profundo agotamiento, teniendo en cuenta que casi siempre parten de la posición de cuidadores o “escuchadores”. Esta fatiga por compasión no sólo provoca cansancio físico y emocional, sino que puede derivar en un riesgo a desconectarse emocionalmente de sí mismos, asumiendo los problemas de los demás como propios.

Aprende a decir no

Empatizar con alguien no debe suponer que accedamos a todo lo que nos proponga, y eso hay que dejarlo claro desde un inicio para no actuar por compasión. La empatía es un ejercicio de respeto, atención y presencia que no obliga a nadie a dejarlo todo de lado por tenderle la mano a otra persona. Decir que ‘sí’ por evitar el conflicto o la tensión no tiene nada que ver con la empatía. Igual que es importante escuchar, cuando lo necesites, deja de hacerlo. Dedícate un tiempo de soledad e introspección y establece que todo el mundo respete esa burbuja. Desconectar de lo de fuera es una manera de conectar con lo de dentro, sin necesidad de buscar ayuda en nadie más.

Encuentra el equilibrio

Tu propio bienestar se alimenta de una empatía en equilibrio en la que se hayan establecido límites a las relaciones interpersonales y prioridad a los sentimientos propios frente a los de los demás. Ayudar siempre está a tu alcance sin que eso suponga sacrificar tus propias necesidades, proporcionándote además seguridad en ti mismo y valor a tu tiempo. Cultiva y cuida las relaciones que enriquezcan tu día a día, no aquellas que lo consuman. Si la empatía excesiva te genera un gran malestar y no eres capaz de sobrellevarla, no dudes en pedir ayuda profesional.

Empatía no significa pensar igual

La empatía no siempre debe indicar una necesaria semejanza de opiniones y es probable que, en ocasiones, los argumentos no sean totalmente compartidos o justificados.

La empatía es escucha activa

Ayudar y empatizar con alguien es saber escuchar. Es prestar atención a sus argumentos verbales, pero también al lenguaje no verbal de sus gestos y actitudes; no interrumpir y dejar el protagonismo a quien reflexiona buscando cierto feedback externo: asentir, mirar a los ojos y mostrarse tranquilo puede ayudar a entrar en detalles complejos.

No juzgues

“Entiendo tu frustración”, “comprendo que actuases de esa manera” son expresiones que evitan juzgar a quien tenemos delante y además son una buena base para mostrar sensibilidad empática.

Pregunta siempre

Conocer si alguien está buscando ayuda o simplemente desahogo es clave. Hay ocasiones en las que el simple hecho de escuchar de forma activa permite al otro poner distancia con sus problemas y comenzar a gestionarlos. Otras veces, aunque no sea de forma tan evidente, alguien nos pide ayuda emocional y es ahí donde se debe entrar a actuar. No se deben ofrecer soluciones a no ser que alguien las pida o las necesite.

No siempre estamos preparados

A lo largo del día los niveles de energía se reducen progresivamente y, con ellos, nuestra capacidad de escucha y atención. Aunque no debamos entenderlo tanto como “gastar” empatía, sino más bien como “invertir” en empatía, esto es, no abandonar a quienes nos necesitan, sino reservarles un tiempo de calidad sin que eso interrumpa nuestro funcionamiento vital.

Demasiada empatía tampoco es buena

Quienes constituyen personalidades demasiado empáticas son, a su vez, personas muy influenciables. Esto provoca un profundo agotamiento, teniendo en cuenta que casi siempre parten de la posición de cuidadores o “escuchadores”. Esta fatiga por compasión no sólo provoca cansancio físico y emocional, sino que puede derivar en un riesgo a desconectarse emocionalmente de sí mismos, asumiendo los problemas de los demás como propios.

Aprende a decir no

Empatizar con alguien no debe suponer que accedamos a todo lo que nos proponga, y eso hay que dejarlo claro desde un inicio para no actuar por compasión. La empatía es un ejercicio de respeto, atención y presencia que no obliga a nadie a dejarlo todo de lado por tenderle la mano a otra persona.

Decir que ‘sí’ por evitar el conflicto o la tensión no tiene nada que ver con la empatía. Igual que es importante escuchar, cuando lo necesites, deja de hacerlo. Dedícate un tiempo de soledad e introspección y establece que todo el mundo respete esa burbuja. Desconectar de lo de fuera es una manera de conectar con lo de dentro, sin necesidad de buscar ayuda en nadie más.

Encuentra el equilibrio

Tu propio bienestar se alimenta de una empatía en equilibrio en la que se hayan establecido límites a las relaciones interpersonales y prioridad a los sentimientos propios frente a los de los demás.

Ayudar siempre está a tu alcance sin que eso suponga sacrificar tus propias necesidades, proporcionándote además seguridad en ti mismo y valor a tu tiempo. Cultiva y cuida las relaciones que enriquezcan tu día a día, no aquellas que lo consuman. Si la empatía excesiva te genera un gran malestar y no eres capaz de sobrellevarla, no dudes en pedir ayuda profesional.


Artículo publicado en el número 12 de Rísbel Magazine

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