Fernando Higueras, la arquitectura de la amistad

Fernando Higueras Arquitecto Biografía

La isla de Lanzarote es uno de los pocos lugares del mundo donde todavía se puede contemplar la superficie de nuestro planeta en el estado embrionario que debía tener hace millones de años, cuando quizás el hombre no había hecho su aparición sobre la tierra

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La cualidad de ser simple y a la misma vez hermoso fue la condición sine qua non con la que Fernando Higueras bautizó su obra a lo largo de los años. Higueras, que ganó el Premio Nacional de Arquitectura tan solo dos años después de graduarse en la universidad, presumía de haber aprendido mucho de la arquitectura popular anónima “por ser una infinita fuente de lecciones” y apreciaba la naturalidad, la adecuación, el orden y la lógica con la que las construcciones se armonizaban con su entorno fundiéndose como parte del propio paisaje.

Fernando Higueras nació en Madrid el 26 de noviembre de 1930 y en 1959, finalizó la carrera de arquitectura en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Higueras es conocido por obras como la Casa Lucio, el Colegio Estudio, las Viviendas Militares en Madrid, la Casa Subterránea, el Centro de Restauraciones Artísticas y multitud de proyectos de carácter turístico en la Costa del Sol y Canarias. Excéntrico, iconoclasta, visionario y muy artista, Fernando Higueras legó una forma casi espiritual de entender la arquitectura desde su aspecto más esencial. Y es que, este maestro de la arquitectura española forma parte de ese género de arquitectos procedentes de Madrid que sabían que estaban siendo partícipes de un proceso para restaurar la arquitectura de nuestro país. Fue en la Escuela Técnica de Madrid donde la eficacia y la utilidad se convirtieron en los puntos de referencia sobre los que Higueras daría forma a sus proyectos, y que con el paso de los años se transformarían en su interés entra la naturaleza y la adaptación al medio. En la Escuela de Arquitectura de Madrid desarrolló su afición a la pintura gracias a la cual entabló su profunda amistad con César Manrique. Se conocieron en el 61 y desde entonces cultivaron una amistad inquebrantable que no los volvería a separar nunca. César Manrique y Fernando Higueras coincidieron por primera vez en la Galería Macarrón en Madrid. Fernando exponía allí unas acuarelas y, cuando Manrique las vio, se interesó por ellas: “Le preguntó a Macarrón de quién eran esas acuarelas tan fantásticas, señaló a Fernando y así se conocieron y forjaron una amistad y una colaboración para toda la vida, que daría unos frutos extraordinarios”, señala Lola Botia, directora de La Fundación Fernando Higueras.

Al comienzo de la década de los sesenta, Higueras ya gozaba del reconocimiento popular y había ganado numerosos concursos de arquitectura, sin embargo, sus obras construidas aún eran escasas. Algunos de sus bocetos más populares fueron un obelisco en Plaza de Castilla (similar al actual de Calatrava), una jaula para elefantes y diez rupturistas residencias para artistas en el Monte del Pardo. En 1962 César Manrique le encomendó a Fernando Higueras una vivienda en Camorritos, una desconocida colonia de chalés en la sierra de Madrid en la que habían vivido personalidades como Emilio Botín o Esther Koplovitz. Con este proyecto ambos artistas darían el pistoletazo de salida a una relación personal y profesional que los llevaría a rediseñar la isla de Lanzarote.

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En 1963 Higueras viajó con César Manrique a Lanzarote para encargarse de un estudio urbanístico en el sur de la isla. Manrique ya le había hablado a su amigo arquitecto de la belleza de los pueblos lanzaroteños, del color de la tierra, de su gastronomía, de sus playas y de sus gentes. Sin embargo, cuando Fernando Higueras aterrizó en la isla se dio cuenta que la realidad superaba con creces todo lo que había imaginado. Para Higueras era fundamental conocer la isla personalmente, y cuando llegó comprobó que el paisaje de Lanzarote resultaba complicado hacerse una idea real de cómo es la isla a través de simples fotografías. Lanzarote ya era por aquel entonces un lugar muy distinto a la mayoría de paisajes de España e, incluso, al del resto de las Islas Canarias. Eso provoca un factor sorpresa en los visitantes y, eso mismo, es lo que reconoció Fernando Higueras:

“La fotografía, sobre todo en este caso, es un pálido reflejo de la realidad. Incluso la diapositiva en color es incapaz de dar el tono siempre cambiante del alucinante colorido que extienden allí los crepúsculos sobre los obscuros volcanes latentes y apagados que ocupan la mayor arte de esta tierra”.

De todas las cosas que más llamaron la atención a Higueras al conocer la isla, le resultó especialmente admirable la forma en la que los habitantes de Lanzarote desarrollaban la actividad agraria. Con su mayor ejemplo presente en el paisaje de La Geria, los agricultores lanzaroteños sacaban provecho de sus tierras y de su poco favorable clima árido cavando unos hoyos, como si de pequeños cráteres se tratara, para proteger sus cultivos de los fuertes vientos que azotaban la isla. Todo el terreno se hallaba cubierto de ceniza volcánica, localmente conocida como “rofe” o “picón” que, a pesar de la gran escasez de agua que había en la isla, permitía absorber la humedad del aire durante la noche, pudiendo prescindir así de los tradicionales sistemas de regadío, y creando vida en lo que a priori parecería una tierra nada fértil.

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Por aquel entonces, el turismo de masas empezaba a asolar los pueblos del sur de España, pero Lanzarote aún permanecía prácticamente virgen y a salvo de los horrores de las masas urbanísticas. El arquitecto y el artista unieron sus talentos para preservar la belleza de los paisajes y ahí fue cuando determinaron la no intervención del paisaje que, incluso a día de hoy ha salvado a Lanzarote de la masacre turística. Higueras admiraba el estado en el que se encontraba la isla cuando la visitó por primera vez e insistió en concederle parte del mérito de este hecho a su amigo César Manrique: “Esta perfecta integración entre paisaje, agricultura y arquitectura popular, se ha mantenido hasta ahora en un estado intacto de armonía virginal, debido al relativo aislamiento que existió hasta la llegada de los vuelos aéreos a la isla y, a partir de este momento, gracias al celo entusiasta de César Manrique”.

La isla de Lanzarote se convirtió en un lienzo sobre el que Fernando Higueras plasmaría muchas de las ideas de su arquitectura integrada con la tierra, esa arquitectura que parece emerger del terreno, con el “elemento tierra” como estandarte. El ejemplo más claro es el de la Ciudad de las Gaviotas, una serie de viviendas que Higueras imaginó cavar en el risco de Famara y que, finalmente, no llegó a ser construida.

La admiración recíproca entre Manrique e Higueras fue el secreto de una amistad que duraría toda la vida, hasta el punto que, cada vez que Fernando viajaba a Lanzarote, dormía en la misma habitación que su íntimo amigo César Manrique, quien, tras la muerte de su mujer, había habilitado su propio dormitorio con dos camas grandes para que Fernando pudiera dormir con él.