Una entrevista de archivo con la psicóloga chilena te guía a revisar tu sistema de creencias —ver, cuestionar y decidir— y a soltar culpas como la de “Dios ayuda al que madruga”.
Crecemos con un mapa invisible pegado a la piel: nuestro sistema de creencias. Es el conjunto de ideas, reglas y valores que aprendemos desde pequeños y que, con los años, terminan guiando lo que pensamos, lo que sentimos y las decisiones que tomamos sin pararnos a revisarlas.
Ese mapa se dibuja en casa, en el colegio, en frases que oímos mil veces y en gestos que imitamos porque traen aprobación. Se instala en automático: “lo que está bien”, “lo que se espera de mí”, “cómo debe actuar alguien como yo”. Y, sin darnos cuenta, acaba filtrando todo: la pareja que elegimos, el trabajo que perseguimos, los límites que ponemos, incluso la forma en la que nos hablamos por dentro.
Romper con ese sistema da vértigo por motivos muy humanos. Tememos no encajar, que nos juzguen, decepcionar a quien queremos, perder la aceptación del grupo. A veces duele imaginar la conversación con la familia, los amigos, la pareja. O pesa la culpa de “traicionar” lo que siempre se ha hecho.
En una entrevista (que fue la semilla de una conferencia que Pilar Sordo dio un un después en Mentes Expertas), la psicóloga explica con mucha claridad cuándo y cómo dar ese paso sin arrasar con todo, y qué señales internas conviene escuchar antes de mover ficha.
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En esta conversación con su entrevistadora, Pilar Sordo aconseja ordenar nuestras ideas, bajar a lo práctico y nos da pautas sencillas para que podamos revisar —y, si toca, reescribir— el mapa de nuestros sistema de creencias.
¿Cuándo te das cuenta de que una creencia te quita paz?
Pilar Sordo lo resume sin rodeos: “Es supersimple: cuando se te desordenan, de alguna manera”. Esa sensación aparece como un ruido de fondo: una inquietud, un “tengo que” que aprieta el pecho y ordena el día sin preguntar. Ahí asoma la creencia que pide revisión. No necesitas teorías largas; necesitas escuchar cómo te sientes al obedecerla.
Cuando una idea instalada dirige tus decisiones y, aun cumpliéndola, te deja en tensión, estás frente a una alarma útil.
El mandato de madrugar: un ejemplo cotidiano
Sordo lo ilustra con humor y ternura al contar una escena con su madre y el viejo refrán “Dios ayuda a quien madruga”. Su madre se disculpa por haber dormido hasta tarde. «¿Por qué te disculpas? ¿Cuál es el motivo de la culpa? La creencia de que «A quien madruga, Dios le ayuda», a lo que la psicóloga responde con sarcasmo: “¿Hasta qué hora ayuda Dios?”, pregunta Sordo entre risas, para mostrar cómo un mandato cultural convierte el descanso en pecado.
El aprendizaje es directo: muchas veces cargamos reglas que ya no tienen sentido para nuestra etapa de vida. Las seguimos por hábito, por identidad familiar, por pertenecer. Y el coste se nota en la paz diaria.
El método en tres pasos: ver, cuestionar, decidir
La terapeuta propone un camino claro y accesible. “Primero tienes que ver la creencia”. Ponerle nombre. Escribirla ayuda: ¿qué dice exactamente esa regla que me gobierna?
Luego, cuestionarla: “¿Esta creencia tiene sentido para mí?”. En su marco, “hacer sentido” significa medir paz. “Si me quita la paz, tengo que cambiarla… si me hace bien y me da paz, la mantengo”. Sin dramatizar. Con honestidad.
Por último, decidir. Cambiar no siempre es fácil, pero tampoco exige heroicidades. A veces basta con probar un gesto distinto y observar cómo respira el cuerpo.
Autoobservación práctica: descanso sin culpa y humor
Sordo habla de una herramienta simple: autoobservarse a diario. Detectar las frases internas que empujan la autoexigencia. Repeticiones como “debería”, “toca”, “si no lo hago, fallo”. Ella lo dice con ligereza: “Uno se va riendo de uno”. Ese humor baja defensas y permite mover piezas sin pelear contigo.
Atiende especialmente al descanso. “Los latinos no sabemos descansar, nosotros descansamos pensando en lo que hay que hacer cuando terminemos de descansar”. Si tu mente planifica mientras intentas parar, hay una creencia activada. Prueba a pausar de verdad diez minutos y observa la incomodidad sin huir. Escríbela. Dale un nombre. Decide si esa voz te cuida o te tensa.
Pedir ayuda también es válido. No siempre, pero cuando te quedas dando vueltas en el mismo lugar, un ojo externo ordena. A veces, sin terapia formal, basta una conversación honesta con alguien que te quiera bien y te conozca.
Señales de que vas por buen camino
La paz se nota en gestos pequeños: comer sin prisa, dormir sin culpa, posponer una tarea sin sentirte menos. Si al ajustar una regla respiras mejor y tu día se vuelve más amable, esa es la dirección.
Romper con una creencia no es romper con tu historia. Es actualizarla. Paso a paso, con criterio y con esa brújula sencilla que propone Sordo: «si da paz, se queda; si no, se reescribe».