Giorgio Armani traza un puente entre la ciudad y el mar con una colección que respira calma, equilibrio y libertad.
La pasarela de Milán guardó un silencio expectante cuando, al caer la tarde del 23 de junio, los primeros pasos de la primavera 2026 de Giorgio Armani dejaron oír el roce suave de tejidos que casi parecían aire. Ciento diez salidas definieron una historia que viaja de la calle al muelle sin perder la calma, sostenida por la idea fija de su creador: la ropa tiene que moverse con el cuerpo, no contra él.
El modelo francés Clement Chabernaud abrió el desfile con una chaqueta de doble botonadura abierta y un pantalón ancho que termina en un leve frunce en el tobillo. El gesto fue claro: Armani sigue creyendo en la elegancia relajada, solo que la acerca a una generación que lo ha descubierto ahora como novedad.
La ligereza manda. Las gabardinas de piel pesan lo mismo que una camisa, los jerséis envolventes abrazan sin apretar y los pantalones “lágrima” caen como pliegues de papel. Cada prenda respira gracias a lanas frías, cupro lavado o lino sedoso. El resultado es una silueta fluida que no renuncia al porte; flota, pero no se descompone.
Los colores marcan el ritmo. Arena y topo encabezan la paleta, pero enseguida irrumpen azules profundos, grises urbanos y destellos de aguamarina, buganvilla o ciclamen que recuerdan a la costa mediterránea que aparece de fondo en las pantallas del desfile. Es una mezcla improbable que, sin embargo, funciona con la misma naturalidad con la que un pintor funde tonos opuestos en su lienzo.
Entre tanto tejido ligero, los detalles cuentan la verdadera historia. Cinturones trenzados y triples abrazan la cintura; bolsos de gran formato—tejidos, acolchados o de lona—acompañan cada look como compañeros de viaje; fundas de gafas y llaveros cuelgan al cuello a modo de talismanes urbanos. Y, coronándolo todo, gorras de lino y sombreros de rafia recuerdan que la ciudad puede esperar: el verano ya está aquí.
Al caer la noche, el negro toma el mando y apaga el exceso de luz. Aleksander Rusik aparece con un conjunto oscuro y tejido de punto semitransparente que deja entrever la piel y baja el volumen sin perder personalidad. Armani demuestra que la sencillez puede ser imán si el corte es impecable y el tejido acaricia la luz con sutileza.
Cuarenta y nueve años después de fundar su casa, el diseñador no busca rehacer su archivo, sino dejarlo fluir hacia el futuro. Esta colección lo confirma: la fórmula que inventó sigue viva porque se adapta sin ceder. El público aplaudió con la misma calma que dictan estas prendas. Quizá esa sea la señal más clara de que, cuando el estilo tiene raíces hondas, cada nueva floración se siente fresca.