El nuevo director creativo de Dior Men debuta con una colección que reimagina la elegancia masculina a través de capas, bermudas oversize y guiños a la ilusión barroca.
En un desfile donde los límites entre lo masculino y lo teatral se desdibujaron con naturalidad, Jonathan Anderson firmó su primer acto como director creativo de Dior Men con una colección que apela directamente a la emoción. Y no lo hace desde la nostalgia ni desde lo espectacular, sino desde un lenguaje que combina juego, volumen y fantasía, con la delicadeza de quien entiende la tradición y la transforma sin alardes.
El desfile arrancó con fuerza gracias a una de las piezas que más ha dado que hablar: las bermudas multipocket oversize. Aparecieron en blanco y en rosa, flotando alrededor del cuerpo con una arquitectura voluminosa que desequilibra —a propósito— la silueta clásica del hombre Dior. Es ahí donde Anderson encuentra su voz: en el contraste entre lo útil y lo poético, entre el uniforme y la libertad.
Pero si hubo una pieza capaz de robar miradas, fueron las capas. Grandes, con caída elegante y estampados gráficos, como salidas de un imaginario entre lo circense y lo principesco. La imagen de un hombre envuelto en una capa geométrica mientras camina con paso firme por la pasarela no parece una fantasía: es el nuevo héroe de Dior.
El hombre Anderson en Dior
El juego de proporciones continúa con los chalecos bordados, los monos largos como camisas de noche, las levitas con aires de prestidigitador de época y los trajes de doble botonadura combinados con bermudas. Anderson no busca romper el legado de la maison, lo ensancha. Toma códigos clásicos —como la solapa de esmoquin, el gris Dior o la camisa impecable— y los enfrenta a la ligereza de los nuevos tiempos.
El rosa también tiene un papel protagonista. No solo aparece como color de acento, sino que se convierte en una herramienta narrativa más: lo vemos en jerséis, bermudas y detalles sutiles que humanizan el conjunto sin caer en estereotipos. Igual sucede con las mezclas inesperadas: las sandalias con calcetines a rayas, los vaqueros con chalecos de bordado minucioso, o los abrigos tipo trench combinados con pantalones relajados.
Lo que Anderson propone en este debut no es un giro de 180 grados. Es una apertura. Una puerta que se entreabre hacia un universo más emocional, más ingenuo y, sobre todo, más libre. Dior no pierde su porte, pero deja que la imaginación respire. Y esa es quizá su mayor victoria.
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