El sombrero renace como complemento estrella del guardarropa masculino. Así fue su época de esplendor, las causas que lo hicieron desaparecer y su resurgimiento.
Era el 20 de enero del año 1961 cuando un John Fitzgerald de 44 años tomó posesión de su cargo siendo el primer presidente de los Estados Unidos en dirigirse a su pueblo a cabeza descubierta. Si bien es cierto que fue fotografiado con un sombrero camino a la ceremonia, no lo llevó puesto durante su mítico discurso.
Muchos citan erróneamente el discurso de JFK como “el gran momento sin sombrero” que precipitó el declive de este accesorio, pero en realidad el declive había comenzado algunos años antes.
Resulta asombroso pensar en cómo pudo haber desaparecido durante tantas décadas una especie tan dominante como lo fueron los dinosaurios: el sombrero. El uso de sombreros estuvo en su apogeo desde finales del siglo XIX hasta finales de la década de 1950, cuando la práctica empezó a decaer. En apenas un siglo, este accesorio pasó de ser una necesidad a un complemento algo excéntrico e innecesario.
Hasta los años 50 era impensable que un hombre saliera de su casa sin la cabeza cubierta. El dramaturgo, novelista, crítico y poeta irlandés Samuel Beckett, en su obra Esperando a Godot (1952) escribió “No se puede pensar sin sombrero”, sin embargo, la victoria de Kennedy como presidente de los Estados Unidos, la eclosión de los Beatles o el desarrollo del coche moderno (cubrirse la cabeza para protegerse del frío dejó de ser una necesidad) puede que fueran algunos de los responsables de la desaparición de este accesorio tan elegante.
Los hombres seguían comprando sombreros, pero no los llevaban con tanta regularidad como antes, cuando la mayoría de la gente iba a pie a todas partes, montaba a caballo o viajaba en carruajes abiertos.
Otra teoría postulada sugiere que el sombrero sufrió un grave declive tras el final de la Segunda Guerra Mundial porque era un recordatorio no deseado del tiempo que se había pasado en uniforme. Los hombres que lucharon no querían llevar sombreros con la ropa civil después de la guerra. Una encuesta realizada en 1947 para la Fundación de Investigación sobre Sombreros (sí, una entidad real) reveló que el 19% de los hombres que no llevaban sombrero daban como razón principal «porque tenía que hacerlo en el ejército».
Sin embargo, la aparición del músico Pharrell Williams en la gala de los premios Grammy de 2014 con un sombrero de Vivienne Westwood provocó una reacción tan grande que el sombrero del cantante terminó por convertirse en el protagonista indiscutible de la noche. El diseño original de 1982 e inspirado en las mujeres peruanas era el mismo que lucía Malcom McLaren en el video de “Buffalo Goals”, un hit del hip hop. En una época en la que las gorras con visera y las gorras de punto le habían ganado el terreno a los fedora, el sombrero hacía acto de presencia en una actuación magistral que se convirtió en toda una declaración de intenciones.
La creencia general es que cuando una prenda antes funcional se convierte en puramente decorativa, no suele durar más de una o dos generaciones. Pero eso no explicaría por qué la corbata sigue siendo un requisito en muchas oficinas; quizá su desaparición esté aún por llegar.
Del sombrero a la gorra y de la gorra al sombrero. Ese es el ciclo de vida natural de la ornamentación de nuestras cabezas, que desde su origen, tiene un sentido de evidencia de la autoridad y la jerarquía. En la cabeza se colocan las coronas que distinguen a los líderes y a los ganadores, bien sean Julio César o Rafa Nadal. “Un hombre no está completamente vestido si no lleva un sombrero” afirmaba el escritor estadounidense Gay Talese, que sigue vistiendo el sombrero con incuestionable estilo y elegancia.
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