La luz entraba como si supiera que no hacía falta despertarlos. Una casa en Nueva York, el suelo de madera crujía al paso y el café todavía no estaba hecho. En ese estado medio dormido, entre la camiseta que no sabes si ponerte o quitarte, los cuatro amigos dejaron que el tiempo pasara sin apretar el botón de inicio.
Mark Lülöh, con esa forma suya de estar sin ocupar demasiado, compartía espacio con John, David y Dale. Ninguno tenía prisa. En el sofá, en la cocina, en la cama deshecha. Cada uno con su ritmo. La ropa hablaba en voz baja: tejidos suaves, pantalones amplios, tonos sin gritos. El tipo de prendas que uno se pone cuando sabe que no necesita demostrar nada.
El fotógrafo Bell Soto disparó desde la distancia justa. No interrumpió la energía que ya estaba ahí. Glenn Johnson, como director de arte, supo encontrar el equilibrio entre lo real y lo editorial. Delvin Lugo, al frente del estilismo, jugó con piezas que no buscan escena, pero terminan construyéndola. Ivy Bjork se encargó del grooming sin borrar la textura de lo cotidiano. Y Tom Wyman completó el escenario con objetos que podrían haber estado allí desde siempre.
La sesión no tenía guion. Solo una idea: captar ese tipo de momentos en los que todo está bien. Porque sí. Porque hoy no pasa nada. Y eso también hay que saber vivirlo.