Crónica de un domingo en The Westin Palace y de la campaña de El Corte Inglés que convirtió su gesto en mensaje.
Domingo 7 de octubre. The Westin Palace, Madrid. A las 14:00, las puertas del salón se abren y la conversación baja un tono. Entra Antonio Banderas, traje oscuro, paso ligero. Antes de sentarse, recorre la sala. Saluda uno a uno, aprieta manos, mira a los ojos y agradece que estemos allí. No hay poses. Hay oficio.
Nos habían advertido que solo dispondríamos de media hora. A veces la mitad de un horario basta para medir a alguien. Antonio reparte atención con naturalidad y rompe el hielo con una anécdota doméstica, casi de sobremesa. Habla de salud, del susto que le obligó a frenar y del gesto preciso de Nicole Kimpel —una aspirina a tiempo— que le cambió la jugada. El relato desarma y aterriza el personaje: el actor abraza la conversación sin escudo y, por un momento, el salón parece el salón de su casa. (Banderas ha contado ese episodio en varias entrevistas; aquí, su versión pública más conocida.
El encuentro
La escena dura lo que dura un buen brunch: copa de vino en mano, canapés que desaparecen, periodistas que toman notas. No hay prisa en él. Dentro del torbellino de cámaras y responsables de marca, encuentra huecos para preguntar y escuchar. Su representante vigila el tiempo; él lo estira con cortesía.
Más que una aparición, es una convivencia breve. Y en esa distancia corta se entiende por qué su figura funciona para hablarle a públicos distintos: proyecta carrera y cercanía al mismo tiempo. No compite por la atención; la ordena.
La campaña que esperaba en la calle
En paralelo al encuentro, el engranaje publicitario ya estaba en marcha. El Corte Inglés preparaba una campaña de moda masculina con un lema directo: “Todos los hombres, todas las marcas, en un único lugar”. La idea no necesitaba pie de página: un solo rostro para todas las firmas, todas las tallas, todos los estilos. El mensaje se vería en televisión, gráfica, exterior y redes. (La propia compañía lo explicaba así al anunciar el lanzamiento.
Detrás, un equipo con acento ibérico y pulso internacional: la agencia Zapping, la productora The Gang y el director Damien Krisl. La fotografía, a cargo del portugués Frederico Martins, habitual de editoriales de moda y campañas de gran formato. El rodaje del spot tuvo lugar en Madrid; las piezas gráficas, en estudio, para poner foco en los looks que viste Banderas. (Datos confirmados por la nota corporativa y las casas de producción.
El fotógrafo y el gesto
Martins trabajó con Banderas una fotografía limpia, sin aditivos, donde el gesto manda más que el decorado. Hay dirección, claro, pero no hay artificio. En las imágenes, el actor no interpreta un personaje: viste prendas que cualquiera puede encontrar en los grandes almacenes y sostiene la mirada sin gritarla. Esa economía de recursos explica por qué la campaña terminó colonizando marquesinas, pantallas y timelines con una estética reconocible. (Créditos técnicos y autoría: Frederico/Federico Martins según fuentes.
Por qué él
La elección tiene lógica comercial y narrativa. Banderas pertenece al imaginario de varias generaciones y, al mismo tiempo, sigue en activo con proyectos que renuevan su presencia. Cuando una marca reúne bajo un mismo techo etiquetas con públicos distintos, necesita una figura que no excluya. Él encaja en esa casilla: gusta a quien creció con sus primeras películas, y no intimida a quien lo conoce por su voz de gato aventurero o por su trabajo más reciente.
Además, su forma de estar —educada, directa, sin atajos— ayuda. No necesita subrayar prestigio. Lo transmite con hábitos sencillos: puntualidad, saludo, atención a los detalles.
Lo que nos llevamos de ese día
Cuando el reloj ya debería haber marcado la despedida, seguimos hablando. El protocolo cede ante una charla sin micrófonos ni corrillos forzados. Al salir del hotel, la ciudad continúa su domingo y uno entiende mejor el objetivo de la campaña: no vender una prenda concreta, sino una invitación amplia en la que todos encuentran hueco.
La industria de la moda masculina cambia cada temporada; la credibilidad, no. Ese mediodía en The Westin Palace, Banderas demostró que la suya no depende de un eslogan, sino de una manera de estar. Por eso su rostro llenó marquesinas; por eso el mensaje caló.