Auroras boreales, cabañas de pescadores, fiordos infinitos y reno con guacamole: así es un viaje a las Islas Lofoten que no vas a olvidar.
A solo 700 km del Círculo Polar Ártico, el archipiélago de Lofoten en Noruega ofrece uno de los paisajes más espectaculares del mundo. Svølvaer, su capital oficiosa, combina belleza brutal, cultura pesquera y una naturaleza que desarma. Esto es lo que viví allí.
Mi base en Lofoten fue Svølvaer, en la isla de Austvågøya. Una ciudad diminuta de 4.720 habitantes —y, según dicen, 450 alces— que se presenta como “la gran ciudad más pequeña del mundo”. También hay millones de peces, aunque la mayoría cuelgan secos en enormes estructuras de madera: es el famoso Lofoten Skrei, bacalao ártico con denominación de origen tan protegida como nuestro jamón ibérico.
Allí me recibe Ragnar Palsson, gerente de Svinøya Rorbuer, un antiguo poblado de pescadores convertido en complejo turístico. El término rorbuer se refiere a las cabañas que los pescadores usaban para alojarse durante la temporada de pesca y que hoy son pequeños refugios de lujo con vistas al fiordo. Ragnar me da la bienvenida con un abrazo de oso y una frase directa al corazón: “Bienvenida a las Islas Lofoten, Julia”.
El sol se despide lentamente sobre las cabañas de madera y las aguas heladas del Ártico, tiñendo todo de un dorado suave. La postal perfecta.
Dormir en una oficina de telégrafos (y darse un baño helado)
Mi alojamiento es un apartamento reformado con gusto en lo que fue la antigua oficina de telégrafos. Grandes ventanales, muebles tradicionales con toques modernos y una vista envidiable de la ciudad… y de la sauna de Svinøya. Allí, los más valientes alternan 15 minutos de calor con un salto al agua helada del fiordo. “Si sobrevives, te renuevas por dentro”, me dicen. Yo paso, pero admiro a los que se atreven.
Cena sostenible y menú con historia en Børsen Spiseri
El restaurante Børsen Spiseri resume muy bien lo que significa estar en Lofoten: cocina sostenible, ingredientes locales y una historia en cada plato. Pruebo el Taste of Lofoten, un surtido que incluye salmón gravadlax, huevas de bacalao, boulinho (prima nórdica de nuestras croquetas), finísimas lonchas de ballena ahumada y embutidos artesanos de una granja cercana. Todo servido con un respeto reverencial por el producto y una presentación sin pretensiones.
Carreteras imposibles, playas de cristal y leyendas de orcas
Al día siguiente, me pongo en manos de mi guía Dave Williams para explorar las islas en coche. Las montañas se elevan desde el agua como cuchillas antiguas —de hecho, me cuenta Dave, tienen más de 300 millones de años. Desde la playa de Haukland, en la isla de Vestvågøya, hablamos sobre nadar con orcas. ¿Es peligroso? “Aquí solo comen pescado”, me tranquiliza. En invierno se concentran al norte de Lofoten para atiborrarse de arenques. Si te atreves, es el mejor momento para lanzarte al agua con ellas.
Sakrisøy: una isla color mostaza y un amor del siglo XIX
De las siete islas principales del archipiélago, cinco están conectadas por carretera. Mi favorita es Sakrisøy, donde me recibe Michael Gylseth, heredero de cinco generaciones de pescadores. Sus cabañas no son rojas, sino mostaza. ¿Por qué? Porque su tatarabuelo compró la pintura más cara del mercado para impresionar a la mujer de la que estaba enamorado. Spoiler: funcionó.
Aquí también conozco a Tomás Morales, un mexicano que sirve tacos de reno y guacamole con ingredientes locales en uno de los restaurantes de la isla. Me dice que llegó siguiendo a su novia. Hoy es su mujer y madre de sus hijos. Lofoten cambia vidas.
Águilas marinas, fiordos legendarios y la magia del Trollfjord
De vuelta a Svølvaer, salgo con Ragnar en una Zodiac de XX Lofoten. El plan del día es ver águilas marinas de cola blanca —alas de 2,5 metros en pleno vuelo sobre el fiordo. Pasamos por el estrecho Trollfjord, una lengua de agua encajada entre montañas. Según la leyenda, se formó cuando un trol lanzó su martillo con tanta fuerza que partió la tierra. Viéndolo, no cuesta imaginarlo.
Cazar la Aurora Boreal: una noche para recordar toda la vida
El viaje se acaba, pero aún me falta algo. Aún no he visto la Aurora Boreal. Dave me llama: “Prepárate, nos vamos de caza.” Conduce hasta un claro en mitad de la nada. Viento brutal. Oscuridad casi total. Y de repente, ahí está.
Una columna verde atraviesa el cielo como un relámpago quieto. Luego aparecen pinceladas de rosa, púrpura y un verde eléctrico que parece flotar sobre las nubes. Es hipnótico. Es irreal. Es todo lo que había imaginado desde niña… y más.
Volver a casa con el corazón lleno de norte
Lofoten es el tipo de sitio que no se olvida. Porque no se trata solo del paisaje brutal o de las auroras danzando. Se trata de la calidez de su gente, del silencio absoluto entre fiordos, de la sensación de estar lejos de todo, y de la certeza de haber estado justo donde tenías que estar.
Ya estoy pensando cuándo volver.