Diez años después de su primer éxito El mismo sol, Álvaro Soler presenta El Camino, su cuarto álbum de estudio, un trayecto que el cantante ha tardado tres años en recorrer y en el que nos habla de la familia, del tiempo y de la gratitud.
El sol brilla con más fuerza cada vez que Álvaro Soler (9 de enero de 1991, San Cugat del Vallés, Barcelona) sale de su estudio de grabación. Han pasado diez años desde que su voz se coló en nuestras vidas con El mismo sol, ese himno que hizo nos hizo bailar y que hoy sigue sonando con la misma fuerza. Lo que nació en un garaje de Barcelona, entre cables, guitarras y sueños de universidad, se convirtió en una carrera internacional que lo ha llevado de los pequeños escenarios a llenar festivales en toda Europa.
Ahora, una década después, Soler habla desde la calma de quien ha aprendido a disfrutar del camino. “Agradecimiento” es la palabra que repite una y otra vez mientras prepara el lanzamiento de su nuevo álbum, El Camino (Sony Music), un proyecto que celebra el recorrido y el aprendizaje que deja el paso del tiempo. Porque detrás de su carácter de tío bonachón hay un artista que ha pasado por todas: desde escribir canciones en un songwriting camp (un campamento para compositores) perdido entre la nieve de los Alpes, ganar su primer disco de oro o colaborar con ella, la mismísima Jennifer López.
Ahora, más maduro y consciente de su capacidad para componer, Álvaro reflexiona sobre una industria que ha cambiado tanto como él. Lo hace con la serenidad de quien ya no persigue la perfección, sino la emoción. “La radio sigue viva”, dice convencido, “y las canciones siguen siendo el idioma más universal que tenemos”.
Han pasado 10 años desde que te conocimos y en todo este tiempo las reglas del juego han cambiado mucho… ¿Qué dependencia tiene un cantante y compositor como tú de Spotify?
Depende mucho. Yo diría que los pilares de mi música son cuatro: la composición, la radio, los directos y el streaming.
¿Qué te aporta la radio en un mundo inundado por el streaming?
La radio me da relevancia y, como autor, también cobro por ella. Luego están los directos, que incluyen los conciertos, festivales y el merchandising. Todo eso es muy importante. Y por último, el streaming, que depende mucho de cada artista: de cuántos streams tienes, del acuerdo con tu discográfica, o de si tienes tu propio sello. Si trabajas con una discográfica grande, ellos se quedan con un porcentaje mayor, pero también te dan más apoyo en marketing y te lanzan en mercados a los que no llegarías solo. Al final, como decía Lola Índigo en una entrevista con la que estoy totalmente de acuerdo, los listeners mensuales de Spotify se han convertido en una especie de ranking. Es solo un número, no tiene nada que ver con el arte. Ahora, el arte se cuantifica.
La mayoría de los cantantes queréis ir al mainstream, para vender más… ¿Es culpa vuestra esa “cuantificación del arte”?
No necesariamente. Muchas veces las cosas se escuchan porque tienen su momento. El mainstream simplemente refleja lo que la gente quiere oír. Y el pop, por ejemplo, suele asociarse con Madonna, Britney Spears o, si quieres, conmigo también. Pero el pop en realidad significa popular culture, es decir, lo que se escucha en ese momento. Ahora mismo el pop es Bad Bunny, aunque su género no sea pop musicalmente. El pop cada vez es más urbano. Hoy tiene mucho de reguetón, de música urbana, y eso no es ni bueno ni malo: simplemente evoluciona. Los géneros músicales son algo flexible.
Veo que tienes una perspectiva de la industria musical actual muy panorámica…
Hay que tenerla. Como artista, tu trabajo es tu pasión, pero también tu empresa. Si vas a firmar un contrato o a negociar un acuerdo, tienes que saber de qué estás hablando, tener criterio y capacidad de decisión. Si no, es fácil que se aprovechen de ti.
Me surge una duda con esto. En estos diez años has publicado tres álbumes y vas a sacar el cuarto mañana, 10 de octubre. ¿Cómo funciona realmente la industria discográfica en España? ¿Tenéis que sacar un disco cada cierto tiempo para que el público no se olvide de vosotros? ¿Esa presión afecta a la calidad del resultado final?
No estoy del todo de acuerdo con eso último. Entiendo lo que dices, pero no lo veo así. Si estás en una buena racha, quieren aprovechar que la gente conozca tu nombre. Con los cantantes no hay un momento idóneo para sacar un album. A menos que acabes de sacar un single que está funcionando muy bien, entonces sí puede tener sentido lanzar un álbum. No es tanto por vender más, sino porque es una buena oportunidad para mostrar tu proyecto artístico completo. El álbum, en muchos países, se está perdiendo. En Alemania, por ejemplo, solo se lanzan singles constantemente.
El arte no puede depender de la presión del tiempo. Una buena canción requiere paciencia. No me entra en la cabeza que, después de dedicarle tanto a un single, tengas que sacar doce más de golpe. Por eso tardo bastante tiempo entre álbum y álbum. Suelo necesitar unos tres años; esta vez han sido cuatro, porque he tenido otro “bebé”: mi hija. Y eso, sin duda, ha sido más que un álbum.
En España los álbumes siguen siendo importantes. No se trata de sacar más canciones, sino de contar una historia completa. Un álbum tiene una estética, una narrativa, un concepto. Es como una serie: no puedes lanzar solo capítulos sueltos. Sin historia, no hay sentido. Y si quieres crear un universo nuevo, como hace Coldplay, tienes que construirlo todo desde cero. Cada vez que sacan un disco, cambian su mundo: la estética, la forma de vestir, las guitarras, incluso los dibujos de los instrumentos. Eso es lo bonito del arte.
Cuando decidí el concepto de El camino, mi nuevo álbum que sale el 10 de octubre, me pregunté: “¿Dónde quiero vivir artísticamente en este momento?”. Diseñé un universo alrededor de eso, porque al final todo lo que haces —conciertos, videoclips, estética— debe tener coherencia.
¿Cómo es El Camino, este nuevo mundo que viene ahora?
Uf… es muy guay. Es un mundo que vuelve un poco a mis raíces. Retoma la esencia del videoclip de El mismo sol, que era un viaje, una especie de road trip por paisajes desérticos, casi como el Gran Cañón. El título El camino nace precisamente de ese viaje que hice, pero también del recorrido que he vivido hasta ahora y del que aún está por venir.
Para mí, este álbum tiene mucho de tierra, de hogar, de familia. Es el más íntimo que he hecho, porque he contado historias que antes no me atrevía a compartir. Hablo de temas como la ansiedad o el miedo. Hay una canción, Miedo artificial, que trata sobre esos temores que nos creamos nosotros mismos, esos problemas que imaginamos y que casi nunca llegan a ocurrir. El 98 % de las cosas que nos preocupan no son reales, y eso me angustiaba. Pero siempre intento darle un giro positivo a todo, ver el lado bueno incluso en los momentos duros. El camino va de eso. Va a ser increíble.
¿Cuántas canciones tiene este nuevo disco?
Dieciséis.
¿Y cuántas has compuesto tú?
Todas. Solo hay una que he escrito completamente solo; las demás las he compuesto junto a otros autores. Me gusta compartir el proceso.
Hablemos del proceso creativo. ¿Hace tres años dijiste: “En 2025 voy a sacar un álbum”?
No, no empieza así. En este álbum he tenido una fase de experimentación bastante intensa.
¿Influyó el hecho de haberte convertido en padre?
Claro, todo cambia. Me casé, fui padre… Han pasado cosas muy bonitas por las que me siento muy agradecido. Se lo recomiendo a todo el mundo, eso sí, con la persona correcta. [Ríe] Nuestra hija es lo mejor que nos ha pasado. Todo el mundo te dice “te va a cambiar la vida” y hasta que no lo vives no lo entiendes. Las prioridades cambian completamente.
¿Qué surge primero: la melodía o la letra?
Depende. A veces parto de una página en blanco, otras llevo ideas. Tengo una lista en el móvil con títulos que se me ocurren en cualquier momento: haciendo deporte, en el coche, en el metro…
¿El título hace la canción?
A veces sí. Por ejemplo, la última canción del álbum se llama Jardín de los recuerdos. Me parece un título muy evocador, porque ya te sugiere una imagen. Fui al estudio con ese concepto y todo fluyó. Cuando entras a escribir sin una idea previa, tardas mucho más: puedes tener una melodía, pero sin letra ni dirección cuesta más conectar. Siempre es mejor ir con un concepto o, al menos, con ideas guardadas por si ese día no surge nada.
A veces también componemos improvisando, lo que llamamos jamming: tocar por tocar, sin objetivo, solo por disfrutar. Es como pintar sin saber exactamente qué estás creando, guiándote por la intuición.
Por ejemplo, con La cintura fue así. Teníamos una melodía: na na na na na na, y yo me puse frente al micrófono sin pensarlo. De repente canté “mi cintura”. En ese momento lo vimos claro: era una palabra sencilla, directa, con ritmo, y encajaba perfectamente en la melodía. A partir de ahí, todo empezó a cuadrar. Pero hay otros días en los que tienes una melodía genial y no logras una letra que te convenza. Es como un puzle: tienes un número de sílabas y necesitas palabras que encajen perfectamente con ellas.
¿Prefieres ser un buen compositor o un buen cantante?
Buen compositor.
¿Por dinero o por vocación?
Por vocación. No tiene nada que ver con el dinero. Empecé con la música a los 16 años. Recuerdo que conecté mi teclado Casio al ordenador y descubrí un mundo nuevo: podía grabar y producir mis propias canciones. En clase de música hicimos una canción entre todos y me fascinó. No nos dio tiempo a terminarla, así que le pedí al profesor quedarme después para acabarla. Lo hizo conmigo y fue increíble.
Desde entonces, la composición me parece la parte más libre del proceso creativo. Como estudié diseño, para mí crear es algo natural y divertido. Cantar me gusta, pero no me considero un virtuoso. Escuchas a alguien cantar flamenco y piensas: “Dios mío, eso sí es cantar”. Así que sí, creo que soy mejor compositor que cantante. Aunque, si escuchas El mismo sol o mis primeras canciones, pensarás: “Madre mía, cómo sonaba mi voz entonces comparada con ahora”. [Ríe]
Texto: Mateo Carrasco
Fotógrafo: Valero Rioja
Estilismo: Carlota González
Maquillaje y peluquería: Blanca Miquel (Mary Makeup)
Asistentes de foto: Pedro Melo y Andrés Maizo