Agustín della Corte cambió el rugby por el cine y asegura que nunca tuvo plan B.
Agustín es prepuntual. Llego al hotel de la cita con quince minutos de adelanto y él ya está allí. Viste como quien hace una pausa entre el gimnasio y una clase de inglés o de retórica. Es una tarde de septiembre cálida y todavía se nota la modorra del verano. El actor ordena en la barra unos cafés y él mismo los sirve, con paciencia y cuidado. Al final de la cita retirará el servicio con la misma cautela, como si hubiera disciplinado el ego para un papel de mayordomo. En esos gestos se percibe el aire sencillo de un chico de la provincia uruguaya, del interior —como dicen allá—, que se vino a vivir a un estudio de cine. A punto de cumplir los 28 años, sabe lo que es el cambio en la vida: pasar de agarrar la pelota del rugby y buscar un pasillo entre colosos repletos de cicatrices a mostrar las emociones más íntimas en un set de rodaje.
Eres un actor que nunca soñó con serlo.
Es cierto. No estaba en mis planes. Vengo de una familia sin contacto con el mundo del arte. En casa me animaban y me dieron oportunidades en todo lo extraescolar que emprendía. Siempre me gustó el dibujo y la música, y mis padres no pusieron ninguna limitación. Estoy muy agradecido.
Tu currículo dice que estudiaste cuestiones de empresa y de contabilidad.
Fueron un par de años. Desde la adolescencia me dediqué fuerte al deporte. Desde los 14 o 15 años quería ser deportista profesional. Tenía una percepción clara. A los 17 me mudé a Montevideo para entrenar con la selección de Uruguay. En la Unión de Rugby teníamos un convenio con las universidades que solventaba los estudios, un poco como el modelo de Estados Unidos. Pasé por un par de carreras, pero yo lo que quería era dedicarme al deporte. En eso era bueno y disciplinado. En los estudios no avancé porque no era mi plan.
Y un día llega el cine: el rugby te abre la puerta de La sociedad de la nieve, que cuenta una historia trágica, aquel accidente aéreo en el viaje de un equipo de jugadores.
Yo ya había abandonado el mundo profesional del deporte, y hacía publicidad y castings. Un día me presenté a un anuncio en el que buscaban actores para La sociedad de la nieve. Buscaban deportistas y se abrió una puerta que nunca habría imaginado.
¿Qué te vieron en ese casting?
Se lo pregunté en una ocasión a Juan Antonio Bayona y me dijo que lo que vieron fue algo de arrojo, estar presente y cierta naturalidad. Y luego, claro, cumplía el criterio físico de lo que buscaban. Era jugador de rugby. Se dio lo que se tiene que dar para encajar en un proyecto y en un personaje.
“El cine me dio un nuevo norte, me cambió el carril de la vida”
Agustín della Corte
Te vieron intenso e irónico. Acertaron.
La película funcionó muy bien. A mí me dio la vuelta a la vida. Me dio un nuevo norte, me cambió el carril por donde iba. Tuve que ser actor en poco tiempo, algo para lo que no me había preparado. Pero en estos años he descubierto que no hay un método único; es algo que uno tiene que ir descubriendo. El mundo del actor no responde a la lógica de otras profesiones. En esta profesión me he guiado por la intuición. Procuro prepararme con gente que me aporte herramientas, pero también identifico qué me sirve y qué no. No hay un método: lo voy descubriendo y construyendo en cada caso.
¿Cómo preparas un papel como el de Roque Pérez en Olympo?
Al principio imagino lo que tengo en común con el personaje. Hay mucho trabajo de mesa, de estudiar qué información da el texto. Yo venía de algo más corporal, más físico. Cuando trabajábamos en equipo, leyendo el guion, tenía el impulso de levantarme y dejarme llevar por lo que el cuerpo me dictaba. Pero me di cuenta de que hay otras herramientas. Hay que ir paso a paso, estudiar el texto, conocer al personaje. Se trata de obsesionarse por conocerlo y después ver qué tiene de común conmigo y por qué canal puedo hacerlo existir.
¿Qué te aporta a ti, como persona, Roque Pérez?
Me ha hecho encontrar en mí una sensibilidad y una vulnerabilidad que no tenía exploradas. Un personaje te da la oportunidad de potenciar cosas que el día a día no permite. El personaje te dice que puedes vivir de otra forma, que las cosas pueden ser diferentes. Esto me lo enseñó la persona de la que más he aprendido actuación, Alejandro Catalán. La actuación nos enseña otras formas de vivirnos. Actuar te expande, te hace crecer en direcciones que la vida fuera de la escena no permite.
¿Has conocido experiencias similares a las del Roque de Olympo?
Como vengo del deporte, conozco casos de amigos que han tenido que enfrentar homofobia, dificultades para ser ellos mismos, para expresarse. Lo he vivido de cerca con gente amiga que confió en mí para abrirse, y son experiencias que me alimentaron mucho. Todos hemos vivido situaciones en las que no podemos ser nosotros mismos y tenemos que escondernos. El dolor y la ansiedad que eso produce es información muy valiosa para construir a Roque.
¿Eres fácil trabajando?
Sí. Tengo claro que debo estar disponible, tanto como actor como en la disciplina de los horarios. Trabajo siempre teniendo en cuenta esto. En el set soy muy fácil de dirigir, más allá del rango como actor. Me siento capaz de habitar distintos personajes. Estoy siempre esperando esas oportunidades.
¿Qué te enseñó el rugby?
El trabajo en equipo, la disciplina, el trabajo personal. Sobre todo, aprender detalles y cuestiones muy precisas, y tener la disciplina de trabajarlos de forma constante.
¿Te permites mostrar vulnerabilidad?
En la vida personal es más difícil hacerlo. Ahí he aprendido con la edad. Ahora se permite a los hombres ser más vulnerables, y soy un abanderado de eso. No me cuesta: es parte del crecimiento y de la maduración. Ahora cumplo 28 años y es parte del conocimiento personal.
¿Cómo llevas la vida social, los focos de la prensa, las redes?
Las redes son un instrumento, un lugar donde mostrar el trabajo y donde los directores de casting pueden conocerte. Es una herramienta comercial. Soy consciente de que es parte del trabajo. Le doy importancia y procuro tener organizado qué muestro y qué no. En la vida social no tengo ansiedad. No quiero estar en todos lados, no me fuerzo. Pero cuando hay que ir a un festival, sé que es importante y lo disfruto.
Sigues siendo un chico de provincias.
Sí, claro. Cualquiera que me conozca sabe que soy fácil y tengo disponibilidad. Puedo estar impecable en la alfombra roja y al rato comerme una pizza.
¿Ser del interior, te ha vacunado contra el ego?
El ego no es completamente malo. Hay que tenerlo y saber cuál es tu posición en cada lugar. Hay que tener autoestima para sostenerse. Pero no creo que ser del interior de Uruguay tenga que ver con el ego. Es la educación y la gente que me rodeó. Mis amigos, mi familia… El día que no vibre en su frecuencia estará claro que hago algo mal. Son mis referencias y me ponen los pies en el suelo. Son mi contacto con la tierra.
Si pudieras hablarle al Agustín de 18 años, ¿qué le dirías?
Que no piense que todo será tan fácil, que espere cambios y que esté abierto a ellos. En mi vida me ha acompañado la fortuna, pero también me he esforzado mucho por cada cosa que he querido y he trabajado fuerte para lograrlo. Cuando jugaba al rugby, esa era mi vida. Cuando fui actor en La sociedad de la nieve, entregué mi alma al proyecto. Si hubo que hacer dieta, bajé treinta kilos. Cuando grabamos Olympo, también muy exigente, fue mi vida durante todo el tiempo que duró. Sé identificar dónde estoy cómodo y dónde soy feliz, y en base a eso pongo mi energía.
Eso es compromiso.
Soy un actor supercomprometido. También porque elijo bien dónde poner el compromiso. No me dejo llevar por cosas que no me llenan. Cuando vi que el rugby no me llenaba lo dejé a un lado. Fue un salto al vacío porque no tenía otra cosa que me inspirara tanto como para entregarle la vida. Y de repente apareció la actuación. He aprendido mucho de ese cambio, le he perdido miedo a cambiar. Cuando me levanto sin ganas de hacer algo todos los días, hay que cambiar. En eso he tenido suerte: la vida me ha dado oportunidades en momentos clave.
“Cuando el rugby dejó de llenarme, salté al vacío; así apareció la actuación”
Agustín della Corte
Treinta kilos en tres meses. Eso debe de ser un calvario.
Es una tortura, pero también un aprendizaje. Cuando estás en esos estados, ves las cosas de otra forma. Recuerdo el sentimiento, cuando la dieta ya estaba avanzada, de que todo iba más lento, de que entendía mejor las cosas. Son momentos de mucha creatividad. Éramos varias personas haciendo el proceso, muy controlado y supervisado, y en el set se respiraba un aire muy loco, que creo tenía que ver con ese cambio fisiológico. Lo recuerdo como si hubiera sucedido en otra línea de tiempo. Fue una experiencia intensa.
¿Lloras fácil?
Lloro con facilidad. Soy llorón. Me emocionan las cosas lindas y las tristes.
¿Has tenido que hacer algún papel para pagar facturas?
Todavía no. Por suerte no. Cuando llegue el momento, veré. Estoy muy bien acompañado. Cuando llegué a Madrid estaba rodeado de la gente de Olympo. Después se sumó Carlos Ramos, mi representante, con el que he construido una relación de amistad que sé que me acompañará muchos años. Las decisiones se toman en conjunto, aunque yo tenga la última palabra, porque es mi carrera. Pero todo se decide en equipo, y estoy con gente que sabe mucho más que yo.
¿Y si te encasillan?
No sé si le tengo miedo al encasillamiento. Creo que hay que estar preparado para mostrar distintos registros. Pero ves actores encasillados que no paran de trabajar, así que no me da miedo. A pesar de tener una carrera corta, he tenido papeles diversos. Me encantaría hacer teatro, porque ahí se valida un actor. He estudiado teatro y espero que llegue la oportunidad. Desde La sociedad de la nieve he tenido claro que mi camino exige formación, y he podido trabajar con buenos maestros. Lo que más disfruto es actuar. Esta es mi apuesta definitiva mientras me siga llenando y lo siga disfrutando. Nunca he tenido plan B. No lo tenía cuando hacía rugby, y no lo tengo ahora.
¿Cómo te enfrentas a la posibilidad de que te pidan opiniones políticas?
Soy neutral porque no estoy preparado para opinar. Estoy informado, pero es algo que tengo que trabajar. Prefiero no opinar.
¿Cómo se identifica a un uruguayo en una reunión de argentinos?
Por el tamaño del mate. No me molesta que me confundan con argentino. Viví en Buenos Aires y amo Argentina. Uno de los grandes sacrificios es estar lejos de mis amigos, de mi familia y de mi perro. Eso se cura viajando cada tanto. Es el precio que pago. En unos meses inicio un rodaje en Uruguay y para mi eso tiene una motivación extra.
¿Eres crítico con tu trabajo?
Me cuesta ver mi trabajo, pero he desarrollado un sentido de sinceridad conmigo mismo. El más crítico soy yo. Se trata de aprender. Es un poco antinatural verse actuar y por eso es chocante. Tú mismo ves cosas que los demás no. La forma de mejorar es verse. Lo hacía en el rugby, lo hago ahora en el cine. Y tengo cerca personas que me ponen los pies en el suelo, aunque el primero en hacerlo soy yo.
Fotógrafo: Alex Moro.
Estilismo: Andrea Estirado.
Asistentes de estilismo: Manuel Pérez y Yaiza Díaz.
Grooming: Rebeca T. Figueroa.
Video: Daniel Valdemoro.