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El restaurante con una estrella y dos soles donde el pollo se cría, la cigala se pesca y el sabor se queda

Plato del menú del restaurante El Casals de Sagás Plato del menú del restaurante El Casals de Sagás

El restaurante Els Casals apuesta por una cocina de raíz, con producto propio, platos de temporada y un firme compromiso con la tierra que le ha valido una estrella Michelin, una estrella verde y dos soles Repsol en 2025.

No hace falta rebuscar metáforas ni envolverlo en palabras raras: lo que se cocina en el restaurante Els Casals nace, crece y se transforma a escasos metros de la mesa. En esta masía del siglo XVII, situada en Sagàs (Barcelona), la tierra manda, y la cocina obedece. Todo —de verdad, todo— parte del producto. De sus verduras, sus gallinas, sus cerdos, sus huevos, sus aves de corral, sus setas, sus trufas. De lo que da la finca y, cuando no lo da, de explotaciones vecinas que entienden el campo como ellos: con respeto, con paciencia y con las manos manchadas de barro.

El resultado es una carta que cambia con el calendario, un restaurante donde no se improvisa y una cocina que, aunque haya sido reconocida con estrella Michelin, estrella verde y dos soles Repsol este 2025, sigue siendo profundamente de casa. Porque aquí se cocina para alimentar… sí, pero también para deslumbrar. Y eso, cuando se hace con tanto conocimiento y cariño, brilla más que cualquier premio.

Una carta que habla catalán y en primera persona

La carta del restaurante Els Casals no está escrita en mayúsculas ni necesita florituras. Aquí se enumeran platos que suenan a comida de verdad, de la que uno recuerda. El canelón de la casa, por ejemplo, que llega acompañado de una ensalada de apio, rábanos, manzana y queso fresco, no se presenta como un ejercicio de nostalgia, sino como una forma natural de cocinar lo que hay.

Plato del menú del restaurante Els Casals de Sagás

El pollo de corral criado en la propia finca, que se sirve con cigalas de Blanes y una picada de las que se hacen con tiempo, es otro ejemplo del nivel de compromiso que hay entre cocina y producto. Lo mismo ocurre con el arroz con conejo de bosque, caracoles y alcachofas. Nada se fuerza. Si el campo lo da, lo cocinan. Si no, no.

Y luego está la pularda. Quizá el plato más simbólico de la casa. Oriol Rovira, el chef y uno de los cinco hermanos que gestionan el restaurante, habla de ella con emoción contenida. Es un ave criada en semilibertad, alimentada en la finca y cocinada cuando toca. No hay otra igual.

Entrantes que preparan el cuerpo (y el alma)

Antes de los platos principales, la carta propone una serie de entrantes que son todo menos secundarios. Desde la tabla de charcutería del día, con embutidos hechos en casa, hasta la sobrasada tibia con panal de miel y pan con tomate, cada bocado funciona como un pequeño retrato de lo que esta casa defiende.

Sobrasada del menú del restaurante Els Casals de Sagás

Las croquetas de pollo asado y jamón ibérico —crujientes por fuera, melosas por dentro— son uno de esos clásicos que nunca fallan. Pero también hay espacio para combinaciones más curiosas, como la brandada de espárragos con cabeza de lomo o la alcachofa rellena de botifarra del perol. Nada sobra, todo suma.

Cocinero con pescado del restaurante Els Casals de Sagás

El pescado también tiene su lugar. Las cocochas guisadas con ajo y perejil, la marinada del día con crema escabechada o el pescado de la lonja de Blanes con coliflor y mole catalán son propuestas que mezclan mar y huerta sin forzar el cruce. Todo fluye con naturalidad, como debe ser.

Carnes, brasas y platos de caza con historia

Uno de los apartados más potentes de la carta de Els Casals es el de los platos carnívoros. Ahí brilla el chuletón de vaca gallega a la parrilla, servido con pimientos, patatas fritas y lechugas del huerto. O la butifarra de pies de cerdo y mollejas con pepino de mar, que demuestra que la tradición, cuando se entiende, tiene mucha vida por delante.

Cerdo cocinándose en el restaurante Els Casals de Sagás

Hay también platos de cuchara y fuego lento, como el cassoulet de pato, la liebre estofada con foie gras o el estofado de patata y guisantes con rape. Platos que no buscan epatar, sino hacer que el tiempo pase más despacio mientras uno come. Algo parecido ocurre con el ciervo con trinxat de col y patata: contundente, sí, pero con la delicadeza que da el oficio.

Plato del menú del restaurante Els Casals de Sagás

Vinos que acompañan para sumar protagonismo

La carta de vinos es extensa y está bien pensada. Tiene referencias catalanas, sí, pero también botellas de otras zonas de España y alguna que otra joya internacional. Lo importante aquí es que el vino acompañe, no que se imponga. Que esté al servicio del plato, como todo en esta casa.

El personal sabe recomendar sin agobiar. Si uno quiere una copa, se la sirven. Si quiere conversar sobre la uva o el terreno, también. Pero nunca presionan. Se nota que conocen lo que tienen, pero no necesitan demostrarlo en cada mesa.

Dulces que no se olvidan

Los postres de Els Casals son un broche final a la altura de todo lo anterior. Hay para todos los gustos, desde los más golosos hasta los más comedidos. El pastel de chocolate caliente con sorbete de cacao es un clásico. El pastel de queso americano con frutos rojos también tiene sus fans. Pero hay otras opciones menos habituales que merecen ser probadas: el flan chino con chantilly y lichis, el postre de almendruco, sauco, kéfir y fresas o el bizcocho de Vic con guarniciones para compartir entre dos.

Cada uno tiene su punto justo de dulzor y una elaboración cuidada que se nota. Nada empalaga. Todo invita a repetir.

Una forma de entender la cocina (y la vida)

Comer en el restaurante Els Casals no es una experiencia sensorial ni un viaje al origen ni ninguna de esas frases vacías. Comer aquí es otra cosa: es entrar en una casa que cocina lo que cultiva, que respeta la tierra, que trata el producto como parte de la familia y que tiene muy claro lo que quiere contar.

Y lo que cuenta, plato a plato, es que aún existen lugares donde el campo no se idealiza: se trabaja. Donde el lujo no está en la vajilla, sino en la cercanía con la que te sirven. Donde una trufa recién sacada de la tierra vale más que cualquier filigrana. Donde el producto es tan bueno, que lo mejor que se puede hacer es cocinarlo lo justo.

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