Este restaurante acaba de demostrar que la alta cocina también nace en pueblos de apenas diez habitantes, bajo bóvedas del siglo XVI y con el único esfuerzo de dos personas que creen en lo que hacen.
La historia de Casa Rubén no empieza en una gran ciudad, ni bajo el ruido de una calle concurrida. Arranca bajo una bóveda de piedra fechada en 1593, en un pequeño mesón que en 1987 servía bocadillos y carnes a la brasa. Ese espacio, tan modesto como honesto, ha terminado convirtiéndose en uno de los nombres más celebrados de la alta cocina española tras recibir su primera Estrella Michelin en la gala de 2025, celebrada en Málaga ante la mirada de Antonio Banderas.
La sorpresa de la noche no estuvo en las máximas distinciones —este año no hubo nuevos tres estrellas—, sino en la emoción de aquellos que alcanzan por primera vez el sueño de entrar en la guía roja. Casa Rubén fue uno de esos momentos que levantaron sonrisas.

La casa, rodeada por los ríos Cinca y Yaga y con el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido como telón de fondo, tiene un comedor diminuto, apenas tres mesas, y una relación con el comensal cercana desde el primer saludo. Rubén Coronas y Cristina Romero —él en cocina, ella en sala— se entregan a cada visita con una gratitud que desarma. “Es un impulso para la comarca del Sobrarbe y la provincia de Huesca”, celebraba Cristina tras recibir el reconocimiento. Y sí: si estás dispuesto a una escapada gastronómica con cierto espíritu aventurero, este es un destino que marca.
Una sala con alma y solo tres mesas
Cuando entré en Casa Rubén por primera vez tuve la sensación de trasladarme a otro tiempo. La bóveda de piedra del siglo XVI recoge la luz tenue y crea una sensación íntima difícil de replicar. Apenas hay espacio para ocho comensales, así que la calma del servicio resulta parte esencial de la experiencia. No hay prisas. No hay ruido. Solo el ritmo que marca la cocina.

Cada gesto de Cristina, cada explicación de Rubén cuando se acerca a contar el porqué de un plato, recuerda que este proyecto nació de dos personas que decidieron apostar por su pueblo, Hospital de Tella, un núcleo mínimo del Pirineo aragonés donde viven unas diez personas.
El menú ‘Sueño’: 17 pases que cuentan una vida
Toda la propuesta gira en torno a un único menú degustación llamado Sueño. El nombre no es casual. “Creemos que los sueños son para cumplirlos”, dicen en su web. Y lo cierto es que cada pase deja claro que esta frase no está puesta por quedar bien.
La experiencia empieza con una degustación de AOVE Koroneiki Shio y panes artesanales recién hechos. Es un gesto sencillo que prepara la boca y marca el tono: producto, origen y una técnica que se siente cuidada.

Después llega el cóctel de bienvenida, cinco snacks y siete entrantes que funcionan como un recorrido por su tierra. Entre ellos aparece uno de los platos más comentados por la Guía Michelin: el Royal de esturión del Cinca, con demi-glace de cebolla tostada, que condensa paisaje y memoria en un bocado profundo.

Los dos pases de carne mantienen el nivel. Rubén trabaja con productos cercanos y los lleva a una lectura actual sin perder la raíz. Son platos que, cuando están en boca, transmiten toda la calma que cabe esperar de una buena carne, como si quisieran recordarme de dónde viene todo esto.

Los dos postres equilibran dulzor y frescor. El menú termina con los clásicos petit fours que vuelven a esa cocina que mira al entorno .
Tres horas de viaje culinario
El menú dura alrededor de tres horas. Es tiempo de sobra para dejarse llevar, escuchar las historias detrás de los platos y disfrutar del silencio natural del entorno. El precio, 85 euros sin bebidas, está por debajo de lo que uno espera después de un recorrido tan largo y tan personal. Eso sí: el menú es a mesa completa y no hay opciones vegetarianas, veganas ni infantiles.
Una cocina que mira a su tierra sin perder la técnica
Cada pase ofrece una parte de esa cocina tradicional actualizada que tanto ha destacado la Guía Michelin. Hay un trabajo importante de reducción, fondos, cocciones lentas y respeto por el producto de proximidad.

Rubén no busca sorprender con técnicas llamativas. Prefiere que cada plato hable de su territorio. El esturión, la cebolla tostada, las carnes locales, los panes artesanales… todo parte de ese tramo de Pirineo que vio crecer este mesón.
Mientras tanto, Cristina sostiene la experiencia desde la sala con un trato cálido, sin distancias, que se agradece en un formato tan íntimo. Cada mesa recibe su tiempo, su espacio y su conversación.

