En 1965, la NASA homologó al Speedmaster tras someterlo a los ensayos más extremos jamás realizados a un reloj. Así empezó su viaje al espacio.
El 1 de marzo de 1965, el mundo miró al cielo. La NASA homologó oficialmente el OMEGA Speedmaster como «apto para el vuelo en todas las misiones espaciales tripuladas». Ese fue el instante en que la relojería suiza dejó de ser solo una cuestión de estilo o precisión, y se convirtió en un instrumento de supervivencia, parte esencial del equipo de los astronautas. Se abría entonces un nuevo capítulo. Uno en el que la elegancia ya no era solo una cuestión terrestre. Uno en el que el tiempo, literalmente, empezaba a medirse en otra dimensión.
60 años después, OMEGA vuelve la vista atrás no para anclarse en el pasado, sino para celebrar una gesta que sigue latiendo con la misma fuerza que aquel primer día.
El origen de una misión
Aquel viaje empezó, como casi todo lo trascendental, con una promesa: la que hizo John F. Kennedy en 1962 cuando dijo: “Elegimos ir a la Luna”. Estados Unidos se embarcaba en la aventura más ambiciosa de su historia, y con ella, también lo hacía el mundo entero.
Pero antes de conquistar el espacio, había que conquistar el tiempo.
Los astronautas necesitaban un reloj. Uno mecánico, fiable, capaz de resistir lo que ningún otro aparato había resistido. Porque si fallaban los sistemas electrónicos, solo quedaba confiar en lo que llevaban en la muñeca. Así de sencillo. Así de crítico.
El momento de la verdad
Fue entonces cuando Deke Slayton, director de operaciones de vuelo de la NASA, envió una carta a varias casas relojeras con una solicitud clara: “cronógrafos de alta calidad para nuestras misiones espaciales tripuladas”.
Cuatro marcas relojeras respondieron.
Solo una superó todas las pruebas.
James Ragan, el ingeniero que tuvo en sus manos la responsabilidad de testear los relojes, diseñó once pruebas extremas. Nada de concesiones. Si el reloj tenía que volar al espacio, debía demostrar que podía soportarlo todo.
Y lo hizo.
El OMEGA Speedmaster ST 105.003 sobrevivió al calor extremo, al frío polar, al vacío, a la humedad tropical, a las vibraciones violentas, al sonido ensordecedor, a los golpes, a la presión y a la corrosión. No se rompió. No falló. No cedió.
Mientras tanto, el cristal de uno de los otros modelos se desprendió. El segundero de otro se dobló. Fue el final de la competición. Y el principio de una leyenda.
El veredicto de los verdaderos protagonistas
Las pruebas técnicas estaban superadas. Pero aún quedaba el último filtro: el de los propios astronautas. Sin conocer los resultados, eligieron por unanimidad el Speedmaster.
¿Por qué? Porque era preciso, fiable, fácil de leer y de manejar incluso con guantes. Porque funcionaba como un reloj. Porque era, simplemente, el mejor.
“Me lo pusieron fácil. Pude ir al programa y decir: ha pasado todas las pruebas, y además, los astronautas lo quieren”.
James Ragan
El primer viaje al espacio
El 23 de marzo de 1965, el Speedmaster despegó oficialmente al espacio en la misión Géminis 3, en la muñeca de Virgil “Gus” Grissom y John Young. Se había añadido una simple modificación: una correa de velcro para poder ajustarlo sobre el traje espacial. Todo lo demás era exactamente igual al reloj que cualquiera podía comprar en una tienda.
Desde entonces, el Speedmaster ha estado presente en todos los grandes hitos de la historia espacial. En el paseo espacial de Ed White. En el Apolo 8, cuando vimos por primera vez la cara oculta de la Luna. Y, por supuesto, en el momento más icónico de todos.
El día en que el Speedmaster pisó la Luna
20 de julio de 1969. Apolo 11. Neil Armstrong y Buzz Aldrin caminan por la superficie lunar. La historia cambia para siempre.
En su muñeca, un OMEGA Speedmaster.
Ese fue el instante que convirtió un reloj en un símbolo. En una pieza que ya no medía solo el tiempo, sino también el coraje, la evolución y la capacidad del ser humano para soñar a lo grande.
60 años después, el diseño sigue triunfando
Lo curioso es que, a simple vista, el Speedmaster ha cambiado muy poco. Su silueta sigue siendo reconocible. El bisel taquimétrico, las agujas, la caja robusta… todo sigue ahí. Porque cuando algo funciona, cuando algo trasciende, no necesita rediseños drásticos. Necesita coherencia. Y la ha tenido.
Aun así, las mejoras son notables. Movimientos más avanzados, materiales más ligeros, mecanismos de precisión renovados. Pero siempre fiel al original. Fiel al propósito.
Qué hizo diferente al Speedmaster
Su diseño
El Speedmaster nació robusto. Con corona Naiad, con juntas de estanqueidad que lo hacían resistente hasta 60 metros de profundidad y con un cristal hesalite que no se rompe, sino que se dobla. Porque, en el espacio, un cristal roto no es solo un problema estético. Es un peligro real.
Espíritu pionero
Fue el primer cronógrafo con escala taquimétrica en el bisel, lo que lo convirtió desde el inicio en un reloj funcional, pensado para pilotos de carreras. Su diseño era práctico, limpio, técnico. Todo eso lo convirtió también en perfecto para los astronautas.
Una legibilidad absoluta
El tritio en las agujas y los índices permitía leer la hora incluso en los rincones más oscuros del universo. Porque cuando estás flotando a miles de kilómetros de casa, cada segundo cuenta. Y tienes que poder verlo.
Su precisión
El calibre 321 fue el corazón del Speedmaster. Nacido del movimiento 27 CHROC12 de los años 40, destacaba por su rueda de pilares mecanizada en una sola pieza, una rareza técnica que garantizaba una precisión milimétrica. Era una pieza de ingeniería. Una obra maestra en miniatura.